Los pueblos onubenses que se estiran como un chicle: así se multiplican las poblaciones costeras de Huelva en verano
De Matalascañas, que pasa de 3.000 a 120.000 personas, a Punta Umbría, que puede rozar los 150.000 visitantes: la metamorfosis veraniega de la costa onubense es digna de Guinness.

En invierno, pasear por algunas localidades costeras de Huelva es un ejercicio de calma. Calles tranquilas, comercios que se conocen por nombre y cara, saludos que se repiten en cada esquina… Pero basta con que el calendario marque el comienzo del verano para que esos mismos pueblos parezcan haberse tomado un batido mágico de crecimiento instantáneo. El fenómeno no es nuevo, pero sus cifras siguen sorprendiendo cada año.
El ejemplo más extremo es Matalascañas, pedanía de Almonte. Durante el invierno, apenas 3.000 personas están censadas allí. Sin embargo, en pleno agosto la población se dispara hasta 100.000 o incluso 120.000 veraneantes. Esto supone multiplicar su tamaño por 30 o 40 veces en cuestión de semanas. El resultado: supermercados llenos, playas repletas, y la eterna odisea de encontrar aparcamiento.
En Punta Umbría, la transformación es menos drástica pero igualmente espectacular. El municipio cuenta con unos 16.000 habitantes durante el año, pero en temporada alta alcanza picos de entre 60.000 y 150.000 personas. La diferencia se nota en todo: colas más largas en las heladerías, paseos marítimos abarrotados y chiringuitos donde conseguir mesa se convierte en deporte de élite.
La historia se repite en Lepe y su zona costera, Islantilla, compartida con Isla Cristina. Lepe cuenta con unos 29.000 habitantes censados, mientras que Islantilla pasa de 2.800 residentes en invierno a 100.000 visitantes en los días más concurridos, multiplicando su población por 35 o 36 veces. La playa y su paseo se convierten en un desfile continuo de sombrillas, neveras y pelotas hinchables.
Ayamonte, en la frontera con Portugal, vive su propia versión de este fenómeno. Con algo más de 21.600 habitantes durante el año, ve cómo su población se dobla o incluso triplica en verano, alcanzando entre 60.000 y 80.000 personas. El tránsito por el puente internacional y las terrazas junto a la ría reflejan ese pulso estacional.
La magnitud del cambio no solo impacta en la imagen de postal. También supone un reto para las infraestructuras y servicios: más tráfico, mayor demanda de agua y electricidad, refuerzos en sanidad y seguridad, y un incremento notable en la generación de residuos. Pero junto a los desafíos, también surgen oportunidades de negocio: más clientes para la hostelería, más alquileres vacacionales, más actividad en el comercio y mayor visibilidad para la oferta cultural y deportiva.
Si uno lo piensa, esta mutación exprés convierte a la costa onubense en una especie de acordeón demográfico que se encoge y se estira según la estación. Y aunque para algunos sea motivo de queja, para otros es la prueba de que Huelva tiene algo que atrae, engancha y hace que miles de personas decidan repetir cada año.
Porque, al final, estos pueblos no solo crecen en habitantes: crecen en vida, en bullicio y en historias que solo el verano sabe escribir.