viernes. 19.04.2024
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La tradición del Pirulito en Galaroza

En la Huelva rural se mantienen a duras penas tradiciones que hunden sus raíces en tiempos más lejanos. Una de ellas es la del Pirulito.
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Galaroza engalanada para la tradición
La tradición del Pirulito en Galaroza

En la Huelva rural se mantienen a duras penas tradiciones que hunden sus raíces en tiempos más lejanos. Una de ellas es la del Pirulito, presente en numerosas localidades, aunque con significado actual y suerte diversa. En Galaroza, aunque hay años en los que no se celebra, sigue siendo un recuerdo que identifica a las generaciones más veteranas. 

Se celebraba durante la festividad de San Juan, en torno al 24 de junio, en que las reuniones o barrios de la localidad plantaban un pino a cuyo alrededor bailaban, cantaban y convivían. 

Lo primero es juntarse, una familia o unos vecinos determinados, que posteriormente van al campo a por el árbol. Tras instalarlo con seguridad, se adorna con elementos como guirnaldas, una cebolla y un espejo. Antiguamente se revestía con flores y yerba de San Juan. 

El Pirulito era una fiesta traída a Galaroza por los mineros cachoneros que trabajaban en Alosno, aproximadamente en el primer cuarto del siglo XIX, según los datos que podemos obtener del libro ‘Aspectos históricos de Galaroza’, obra de Emilio Rodríguez Beneyto.

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Galoraza y sus singulares calles

Por sus investigaciones y la recopilación de recuerdos que este autor hace en sus obras, podemos saber que las distintas reuniones de jóvenes colocaban un pino en el centro de sus calles, y lo adornaban de guirnaldas de colores. A su alrededor se celebraban bailes y se cantaban coplas típicas de la festividad. Precisamente en el libro de Beneyto titulado ‘Retorno’, se incluye una preciosa fotografía de la celebración del Pirulito en una calle de la zona de Venecia durante los años 20.

La fiesta y la convivencia se extendía durante varios días, conformando un ambiente muy hogareño que forma parte del patrimonio cachonero. Los niños construían unos juguetes que se denominaban ‘cariocas’, formados por una bolsa de tela llena de tierra, con varias cintas de colores apiñadas a un extremo. La diversión consistía en darles vueltas y lanzarlas al aire mediante una cuerda. 

La traída del pino recuerda a la casi olvidada actividad de “ir por el ramo” o por el chopo para celebrar la ancestral fiesta que lleva el nombre de dicho árbol. Eran los niños los que, a lomos de burros, buscaban el romero para una fiesta que también se ha ido perdiendo.

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Imagen rescatada del archivo popular

Entre los adornos del entorno, destacaba el engarce de las cadenetas de papel, que antiguamente se pegaban con una mezcla artesanal casera a base de agua y harina. En la pinguruta del pino se colocaba el tradicional espejo y una cebolla para que traiga buena suerte en el futuro a la calle donde se instala, según cuentan los más viejos. También el apartado gastronómico era importante, ya que durante la festividad, que comienza al caer la tarde, se dulces elaborados por sabias manos femeninas, además de otras elaboraciones típicas de la mesa cachonera. 

Los cánticos del Pirulito también forman parte de la etnografía musical de Galaroza, y son los más mayores los que recuerdan estrofas como: 

Pirulito que bate, que bate

Pirulito de Tío Garrapate

Pirulito de verde limón

Pirulito de mi corazón

En esta calle hay un pino

En el pino una cebolla

En la cebolla un espejo

Donde se mira mi novia.

O aquella otra que obligaba a los mozos a escalar el árbol a los acordes de:

En esta calle hay un pino

Que no lo gatina un gato

Que lo gatina fulano

Con su divino zapato

En los últimos años, vecinos de la barriada Manuel González Trujillo, en sus calles Fernández de Landa y Los Jarritos, en la calle Cielo, en las Pizarrillas, en La Glorieta del Cenagal, en Los Riscos o en lugares colectivos como el Paseo del Carmen, han rescatado la tradición en diversos momentos. Y es deseable que la fiesta vuelva a nuestras calles para no perder una tradición tan cachonera.

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