sábado. 27.07.2024
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La génesis histórica del Rocío Chico

El 16 de agosto de 1813 el clero y la Hermandad Matriz acordaron hacer “un voto formal” para reconocer y rendir pleitesías a su protectora por su actuación divina. 
La génesis histórica del Rocío Chico

Los hechos históricos que dieron pie al Rocío Chico se remontan al periodo entre 1808 y 1814, cuando España era sojuzgada por las fuerzas napoleónicas.  Durante algo más de un lustro los actos de insurrección fueron una constante a lo largo de todo el país. La supuesta calma que se respiraba eran tan artificial como efímera, el más mínimo conflicto amenazaba con estallar ante una población que se revelaba contra la dictadura extranjera. A pesar de la ocupación, el fervor de los almonteños se mantuvo inalterable a sus convicciones religiosas y precisaban de un sustento espiritual como la Virgen, cuya imagen trasladaron al núcleo urbano el 11 de enero de 1809.

     Aun así, las ansias de libertad provocaban que los ciudadanos se revelasen continuamente contra las tropas francesas desplegadas en una zona con enormes problemas para ejercer un férreo control de las masas, más aun después de revelarse está como tremendamente hostil. La marcha del Coronel Manteu de Almonte en 1810 sólo sirvió para que la anarquía se apoderara de las calles, lo que propició que los soldados gabachos cayesen por cada esquina con el sello español: el filo de una navaja a la altura de sus cuellos. El Mariscal Shoult decide entonces emplazar al capitán Pierre D'Ossaux a poner orden en el caos, por lo que entre sus primeras ordenes decide crear una Milicia Cívica en la que se obliga por ‘ley’ al alistamiento a todos aquellos varones de entre 15 y 60 años. La negativa se pagaba con el arresto o la muerte, por lo que la orden fue una bomba de relojería. Lejos de servir para contener las ansias de venganza de la población y disponer de ciudadanos españoles bajo mandato de las tropas francesas, la situación se salda con la decisión de treinta y nueve hombres que deciden levantarse en armas. En una operación fugaz los insurgentes se presentan en la calle Cepeda y acaban con la vida de Dossau, descabezando así al ejército francés y vengando la orden de alistamiento. 

    La respuesta no se hizo esperar. La furia de Shoult se reveló con una contundente orden: “pasar a cuchillo a los vecinos y saquear el pueblo”. Había que dar un escarnio contundente, ejemplarizante y mortal a todos aquellos que osaran derramar sangre gabacha. Francia no jugaba de farol. El Mariscal se cuidó de que la dotación de soldados fuese suficientemente amplia para que su orden se ejecutara sin dilación, para lo cual envió un batallón integrado por ochocientos infantes. 

     El 18 de agosto las tropas alcanzan el municipio almonteño con la orden de no tener piedad ni hacer prisioneros. El baño de sangre sería inminente tal como se cuidaron de avisar al cabildo secular y eclesiástico. En plena antesala de la masacre, el dieciocho de agosto de 1810 los cristianos buscan asilo en el Santuario donde piden la protección de la Santa Madre de Dios. Miles de plegarias, rezos, ofrendas a la patrona pidiendo por que la sed de venganza que se cernía sobre ellos fuese aplacada. Sin más, el milagro se sucede. Se desconocen las razones, si bien lo cierto es que cuando las tropas alcanzaban el municipio estas reciben órdenes de retroceder. 

     Almonte no dudó por un momento de que sólo un milagro pudo haber puesto coto a una sangrienta venganza.  Solo tres años más tarde y una vez expulsados los franceses del territorio condal, concretamente el 16 de agosto de 1813, el clero y la Hermandad Matriz acuerdan hacer “un voto formal” para reconocer y rendir pleitesías a su protectora por su actuación divina.