jueves. 28.03.2024
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Julián Díaz López, el recuerdo de un vecino querido

Campofrío y la Fundación TAU fueron referentes en su vida para superar su discapacidad.
Julián Díaz López, el recuerdo de un vecino querido

Hay personas que marcan a los pueblos. Vecinos destacados que cuentan con el cariño de todos cuantos le rodean por su amabilidad, por su generosidad o por su dedicación. Julián Díaz López era uno de ellos. Todo Campofrío le estimaba y todos han llorado su fallecimiento. 

Julián era una persona especial. Vivía en una pedanía campurriana, Las Ventas de Arriba, y estaba ligado íntimamente al campo. Amaba la libertad, la naturaleza, los animales y socializar con sus vecinos de Campofrío. El contacto con sus cabras le hacía distinto, con ellas pudo experimentar sensaciones de integración ambiental; con ellas, su discapacidad intelectual no importaba. En su medio, Julián era feliz como un chaval que empezaba a vivir. 

La preocupación de sus vecinos impulsó que fuese apoyado por la Fundación TAU para que le acompañase en su existencia diaria, proporcionándole herramientas para superar su situación. Gracias a esta decisión, este campurriano pudo demostrar que la discapacidad intelectual no es un impedimento para poder desarrollar su vida como las personas que le rodean. 

Una de las personas que mejor lo conoció ha sido María José Pérez Gil, trabajadora social de la Fundación TAU. Desde esta entidad, atendió, cuidó y quiso mucho a Julián. En 2014 lo encontró, en su condición de referente tutelar, y pasó junto a él “siete años que me han aportado vivencias profesionales y personales que me han hecho crecer no solo profesionalmente sino también personalmente”.

La atención directa, la labor educativa y formativa que le ha prestado le ha marcado de forma importante, guardando recuerdos que nos sirven para conocer al personaje que nos ha dejado. Cuenta María José que “la primera vez que nos vimos por Campofrío llevaba puesto un sombrero de ala ancha y me recibió con una sonrisa cautivadora, mostrándose afectuoso y muy atento conmigo, tengo que reconocer que me conquistó desde el primer momento, tenía un carisma especial y se ganaba a todos con su personalidad”.

Su labor no fue sencilla, ya que “Julián no era un hombre convencional, no estaba sujeto ni a reglas ni normas ni horarios, no tenía asumido ciertos hábitos que por lo general todos tenemos normalizados y tuvimos que trabajar duro, creando hábitos y rutinas”. La idea era que Julián permaneciera en su entorno, ofreciéndole los apoyos y cuidados necesarios, un empeño en el que se emplearon a fondo los servicios sociales municipales, con especial atención por parte de Maribel Álvarez (trabajadora social) y de Reyes Cañado (auxiliar de ayuda a domicilio). 

Ante la situación personal y domiciliaria, hubo que ayudarle y enseñarle cuestiones fundamentales, relacionadas con la higiene personal, la toma de medicación o la limpieza de la vivienda que compartía con su hermano Manuel. 

La labor del Ayuntamiento de Campofrío hacia su vecino fue también encomiable. No sólo impulsó su integración social, sino que le procuró una casa en la localidad matriz para que tuviese todos los recursos de la comunidad a su alcance, aunque finalmente Julián volviese a su aldea, buscando su medio, el hogar que le gustaba habitar. Merchi López, la alcaldesa, se volcó en la atención a su vecino, aportando recursos económicos e implicando a su familia, a su hermana Inmaculada, desde su papel en el Consistorio, y a su propia madre, cuya tienda fue un salvavidas en muchas ocasiones; su apuesta culminó este apoyo y reconocimiento con la dedicación de una calle en Las Ventas con el nombre de Julián Díaz López. Otra campurriana que ayudó a Julián fue Conchi Torrado, primero desde su concejalía y posteriormente desde su papel como voluntaria de TAU, un doble encuentro que paradójicamente le brindó la vida.

La Fundación TAU proporcionó a este campurriano experiencias desconocidas hasta entonces para él, como la celebración de su cumpleaños cada 20 de febrero, los viajes y salidas a lugares soñados como El Rocío, o controles médicos que luego daban lugar a un rato de café y risas. Para María José, por ejemplo, “era un privilegio compartir momentos con Julián”.  El ocio, más allá de sus ratos con los animales en su aldea, fue también un ámbito de nuevo descubrimiento, con excursiones a la playa, fiestas de Navidad o visitas a la Feria de Sevilla, donde “era el rey de la fiesta”. 

“Julián a nivel personal me ha aportado vivir el aquí y ahora y no pensar en el mañana, a disfrutar del momento de hoy y no preocuparnos tanto por el futuro, a ponerle una sonrisa a la vida, a que somos unos afortunados y que con muy poquito se puede ser feliz, a compartir momentos y a brindar por la vida, que lo importante lo tenemos más cerca de lo que creemos”, sentencia emocionada María José Pérez, que recuerda momentos entrañables junto a Maribel, Reyes, Yolanda, Merchi, Inma, Conchi, Mari Carmen y tantas otras que quisieron a Julián. 

Julián fue parte esencial en las vidas de muchas personas que lo cuidaron y se enamoraron de una persona con una gran capacidad: la de querer y ser querido.