viernes. 26.04.2024
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Galaroza era la ‘gloria’ en 1939

El periodismo con perfiles turísticos ensalzaba a Galaroza a finales de los años 30.
Galaroza era la ‘gloria’ en 1939

Entre los diversos perfiles que adopta el periodismo podemos encontrar el deportivo, el cultural, el de sucesos o el turístico. Desde esta última perspectiva, existe una línea en la que los profesionales analizan las excelencias de un lugar y las potencialidades que ofrece al posible visitante. Este periodismo de viajes no es nuevo, existe desde el principio de los tiempos en que las noticias se dieron a conocer a los lectores o espectadores, y tiene algunos ejemplos muy relevantes.

Uno de ellos fue publicado el domingo 23 de julio de 1939 en el diario Odiel, y que con el nombre de ‘Galaroza, el más bello rincón de la Sierra’, daba a conocer el viaje realizado a este pueblo onubense. Pertenecía el artículo a la serie de ‘Pueblos de Huelva’ que el periódico venía publicando, y está ilustrado con cinco magníficas imágenes de diversas estampas cachoneras.

El autor firma con las iniciales J.A.G.S., y no ha podido aún ser identificado. Utiliza un lenguaje barroco, propio de la época, aunque introduce algunos juicios de valor que podríamos calificar hoy como ‘políticamente incorrectos’.

Se desplaza desde Huelva, con la justificación de que “cuando llega el verano, los que vivimos en este inmenso colmenar que es la ciudad, sentimos más que nunca ese deseo que nunca muere en el hombre de ponerse en contacto con la Naturaleza”. Reniega de aquellos que eligen la Sierra y que luego reprochan que “…el campo es desolado, el agua es mala y está lejos, la urbanización es deficiente,…” y les califica sin tapujos como “veraneantes fracasados”. Por ello, se ofrece en este artículo para “orientar a los posibles futuros veraneantes” y evitar decepciones.

Lo primero que hace es diferenciar la Sierra del Andévalo, donde “sólo a nuestro peor enemigo le aconsejaríamos que pasase sus vacaciones”, y advertir que “la serranía de Aracena no comienza en Peguerillas, como creen de buena fe la mayoría de los onubenses engañados por falsas noticias geográficas extendidas principalmente por los cazadores domingueros”, sino “en  Gil Márquez, estación del renombrado balneario de aguas sulfurosas ‘El Manzano’”.

Continúa el autor hacia Almonaster, “un bonito lugar, pero la gloria vendrá más adelante”, población a la que llega en un tren, “uno de esos cacharros desvencijados y asmáticos que desde hace ochenta años llegan siempre con ganas de n o salir más de sus cocheras de Zafra o de Huelva”. Tras cambiar de modo de transporte al autobús, “que debía llamarse el purgatorio por lo que se sufre en el mientras nos lleva camino de la tan deseada gloria”, continúa despotricando del pasaje que le acompaña y del paisaje que le rodea.

Al llegar a Galaroza, el humor le cambia definitivamente: “¡Esta es la gloria y de aquí no pasamos!”, y se centra en describir los tesoros que percibe. Comienza hablando de la iglesia parroquial, analizando “su mole, majestuosa y familiar a un tiempo”, que “parece cobijar amorosamente a las casitas de paredes de un blanco azulado y tejados rojos como los labios de las mocitas”. La temperatura es “deliciosa, con un airecillo fresco y con olor salvaje de romero y menta que nos resarce con creces del calor pasado durante el viaje”. Le sorprende el buen estado de urbanización de las calles y su limpieza, que “no tienen nada que envidiar a las de la capital”. Describe la Fuente de la Purísima, junto al Ayuntamiento, con “agua que aquí brota por todas partes”. Y se topa con “una amplia calle de anchas aceras y frondoso arbolado que es infinitamente mejor que la mejor de las calles onubenses”, cuyo final coincide con la Ermita del Carmen. Se detiene en la Fuente de Doce Caños, “la más maravillosa fuente que hemos visto en nuestra vida”, y realiza una comparación de estas aguas, que incluso prefiere al mejor de los vinos.

En un lenguaje de prosa poética, describe los alrededores de Galaroza, “los más bellos que podáis imaginar”, donde “por todas partes brotan fuentecillas y corren saltarines regatos de aguas claras que bulle entre las blancas piedras, llenando el aire de rumores brujos”.  “El campo, continúa, es como un jardín selvático donde melocotoneros, manzanos, castaños, etc. trenzan sus ramas sobre un suelo cubierto de flores, presididos por la más alta esbeltez de los chopos”.

El viajero recuerda la leyenda de Galaroza, publicada por José Andrés Vázquez en ABC apenas una década antes, así como el nombre de ‘Valle de la Novia’ atribuido al pueblo. Y utilizando a la ninfa perdida de ese cuento, anima a buscarla en el valle cachonero, ya que, “como el mundo está lleno de misterios, ¡quién sabe si todavía rondará la bella y arisca muchacha por entre los bosques de Galaroza! Intentad la aventura; salid a buscarla, que yo os aseguro que si no lográis darle encuentro al menos habréis pasado una deliciosa temporada en el más bello rincón de la Sierra de Aracena”.

Estas palabras finalizan el relato, que está ilustrado por cinco magníficas imágenes del pueblo y sus alrededores. Los comentarios de las fotografías son, igualmente, ilustrativos del impacto que causó el pueblo en el escritor. La que preside la página es una panorámica de la zona, con el texto: “Blanco y rojo, cal y barro cocido. Galaroza se tumba perezosa sobre la exuberancia verde de sus campos”. Junto a ella, a la derecha, una ilustración del templo parroquial indica que “Alrededor de la iglesia, de arquitectura sólida y elegante, se agrupan las casas pequeñitas: pero alegres y limpias”.

Las tres fotos del pie de página complementan el recorrido gráfico por el pueblo. Ante una imagen del caserío, se dice “En los lugares en donde la naturaleza se ofrece pródiga, el hombre y las cosas toman un aire de extrema pereza. Eso les ocurre a estas casas que más que erguirse del suelo parecen tumbarse en el muelle verdor de sus campos”. Al lado, una de las estampas más costumbristas de cuantas se han tomado en los alrededores del pueblo, dos chicos cruzando el río Múrtiga junto a un burro, con la cita “Una rústica y bella pasarela. Y, como siempre, el embrujo de los chopos y el agua, que salta sobre la piedra caliza, despertando con su rumor a los dormidos aires de la huerta”. Finalmente, una panorámica del sitio de Los Molinos, con una abundante cascada de agua, sirve para denominar “Un bello rincón de Galaroza. Una presa detiene las claras aguas del río a cuya orilla los chopos cimbrean su desnuda elegancia que la primavera vestirá de verdes galas”.

En resumen, una crónica de las que habitualmente surcaban las páginas de los periódicos de la época cantando las excelencias de los lugares del terruño. J.A.G.S. pasó de la decepción inicial de su llegada, a través de tortuosos medios de comunicación, al éxtasis de contemplar “la gloria”, como denominó al pueblo de Galaroza hace ahora ochenta y tres años. En este sentido, recuerda al viaje de Amador de los Ríos, que en 1891 llegó a Galaroza en un ‘breack’ tirado por cuatro caballos y también quedó prendado de los encantos del pueblo.