viernes. 19.04.2024
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Noé Garrido: "Me crié en el corazón de la reserva biológica de Doñana"

Se crió en el Parque Nacional de Doñana y esa fusión con la naturaleza definió su personalidad y su clarividente visión del mundo que hoy día impregna su creación literaria.
Noe Garrido
Noe Garrido
Noé Garrido: "Me crié en el corazón de la reserva biológica de Doñana"

Fotos: Héctor Garrido, Bibiana Baxevnos, Julia Herrán y Sara Díaz 

Noé Garrido Cobo es nuestro protagonista de hoy, criado en el corazón del Parque Nacional de Doñana, en la casa de Martinazo, al borde de la marisma, ha publicado este año su primer libro, "Teoría de la Revolución", y relatos como "Un jornalero andaluz", que narra la odisea vivida trabajando como jornalero en los campos de frutos rojos de Doñana y Aroche, o "Memoria de barro y tótem" sobre la infancia en Doñana y presente vida en la Sierra de Aracena, en cuyas montañas actualmente vive en una casa de piedra, junto a un arroyo y rodeado de animales, compaginando la escritura y creación artística con las labores tanto campestres como de guía de naturaleza y educador ambiental. 

 

Sin lugar a dudas, cuando nos pone en contacto Almudena Pérez, me hace mucha ilusión, y como no podía ser de otra manera, le propongo echar un ratito de charla y que los lectores de Diario de Huelva conozcan un poco mejor a Noé, pues realmente merece la pena, al ser una persona de lo más interesante por la de vivencias que tiene que contar. 

La entrevista la empezamos así:

¿Qué opinión tienes de la situación que estamos viviendo?

Hace poco leía a Zenón de Citio, fundador de la escuela estoica hace más de 2.300 años. Dijo que "el sabio nada opina". Yo sé qué soy, y no soy un sabio. Pero sobre la opinión hay mucho que reflexionar en estos tiempos. Sobre la menguante era del presente, diré que algún día la llamarán prehistoria.

¿Cómo crees que ha cambiado la vida con el covid? 

Una raya en el agua. Las catástrofes naturales a lo largo de la historia tales como epidemias, incendios, terremotos, inundaciones, sequías o hambrunas han sido puntuales. En cambio, los males que la humanidad se hace a sí misma, tales como la división, el enfrentamiento, la opresión al prójimo o la guerra, han sido constantes. Estos son los males que hay que enfrentar desde la raíz, porque, además, tienen relación con los primeros. Para superar las adversidades medioambientales o pandémicas que se ciernen sobre nuestra era lo primordial es la unión de los pueblos. Problemas globales requieren soluciones globales. Y en una humanidad globalizada, ya todos los problemas son globales. La humanidad debe unirse para afrontarlos, pues solo una humanidad unida los podrá enfrentar. 

 

¿Te esperabas una guerra en Europa en pleno siglo 21?

En la historia han cambiado las herramientas, los dioses o los vestidos, pero los males con los que la humanidad se daña a sí misma siempre han sido los mismos. La guerra es uno de ellos. La historia se repite. Y se seguirá repitiendo hasta que se llegue a la raíz del por qué se repite. Mientras tanto, la pregunta no es si llegará la próxima guerra, sino cuándo y en qué escala. Y eso en una época en la cual la humanidad posee la tecnología para destruirse a sí misma y al mundo solo puede tener un desenlace. No se trata de cambiar la historia: se trata de cambiar la forma en que la historia cambia. 

¿Qué proyectos tienes cara al futuro y que haces ahora?

Acabo de volver de un monasterio, al borde de la Sierra de Gredos, en el que he estado diez días incomunicado y en silencio, despertándome a las cuatro de la mañana y meditando diez horas diarias. Se dice pronto. Son milenios. El caso es que, al quinto día, como tampoco se podía llevar cuaderno y yo tuve la temeridad de hacer caso, tenía ya memorizados un montón de párrafos perfectamente pulidos y corregidos sobre la epopeya que estaba viviendo, porque es inevitable. Hasta tal punto que tanto párrafo en la memoria empezó a interferir en mis meditaciones. Tenía que buscar una solución. Entonces sucedió una imagen cinematográfica y surrealista: acabé encerrado en los váteres de los baños públicos escribiendo sobre los rollos de papel higiénico. Cuesta imaginar lo bonito que queda un gran rollo de papel higiénico escrito en toda su circunferencia, cual extraño pergamino ancestral. Ahora traigo toda la mochila llena de rollos de papel higiénico manuscritos que tengo de descifrar y ensamblar. Portan el relato del monasterio. Eso será lo próximo que haga. 

Hay también un creciente proyecto audiovisual en el horizonte. Formaré parte de un documental sobre las últimos niños de Doñana, dirigido y producido por mi gran amigo Alfonso Macías. Hay ya un equipo de personas grandiosas y de mucho talento, como Laura López y Edi Larios. Quedará poderoso.

Y, por supuesto, proseguir con mi obra filosófica. Ya está escrito el manifiesto que sitúa la teoría en el mundo. El próximo paso será un volumen que aplique la teoría a cada una de las grandes corrientes de pensamiento de la historia y el presente. Pero tardará. Darwin tardó como veinte años en escribir "El origen de las especies". Todo a su tiempo. 

¿Qué significa para ti la naturaleza y el mundo de los animales?

La naturaleza es lo único que existe. Predomina en nuestro mundo esa división entre lo natural y lo artificial, entre lo salvaje y lo humano. Consideramos un nido como natural, el cual un pájaro labra dando forma a materiales naturales, o una colmena, que las abejas construyen transmutando los elementos que recolectan en cera, miel o propóleo. Pero, ¿qué diferencia hay entre un nido o una colmena y un edificio humano? Los edificios son nidos complicados, elementos naturales labrados. Así como el ordenador o el móvil en el cual se están leyendo estas letras. Lo artificial no existe. Todo es naturaleza. La naturaleza es el principio de todas las cosas. 

 

¿Qué destacarías de las reservas naturales de nuestra provincia y cuáles son las más cuidadas y los más visitadas?

Huelva es una provincia esplendorosa que conserva gran autenticidad. El valor y la diversidad del patrimonio es tremendo. Y, sin embargo, hay que resaltar la situación crítica en que se encuentra. Desde la gestión del agua en paraísos como Doñana o la Sierra de Aracena, hasta el estado de abandono de los dólmenes de El Pozuelo, nuestro Valle de los Reyes. Estos días, por ejemplo, están llegando las máquinas al manantial del Molino del Bombo, origen del arroyo de Fuente del Rey, el único cauce permanente que queda en el entorno de Aracena. Muchos lo habrán recorrido, pues forma un conocido y bello sendero que une Aracena y Corteconcepción. Un tesoro ecológico, paisajístico y cultural, reducto de huertas tradicionales. En pleno Parque Natural. Pues bien, han pinchado un pozo de cuatrocientos metros de profundidad a escasos metros del cauce y del manantial, cuya extracción de agua es la sentencia de muerte de este manantial, como ya pasó con otro un poco más arriba, que nunca volvió a surgir. Es un delito ecológico. Proyecto de la Junta de Andalucía. Por cierto, el cauce que se va a secar desemboca naturalmente en el pantano, desde donde es posible utilizar el agua sin destruir y saquear toda una ribera. La posteridad no entenderá nada. Yo tampoco. Y quizás la posteridad no nos perdone. 

 

Cuéntanos de qué tratan tus últimas publicaciones. 

He publicado relatos de experiencias biográficas, como "Un jornalero andaluz", que narra la odisea que viví trabajando como jornalero en los campos de frutos rojos de Doñana y Aroche, o "Memoria de barro y tótem" sobre mi infancia en Doñana y mi presente como ermitaño en la Sierra. Algún día serán capítulos de una autobiografía. Pero hoy no es ese día. Hay mucho que escribir. Me lo paso muy bien escribiendo estos relatos de peripecias y exploraciones, pero no dejan de ser una cuestión lúdica. El grueso de mi obra es mi obra filosófica, ya comenzada con mi libro "Teoría de la Revolución", publicado este año.

"Teoría de la Revolución" es el manifiesto de una teoría general del ser humano. Trata de explicar algo ante lo que no estamos lo suficientemente perplejos: que los grandes males de la humanidad son los males que la humanidad se hace a sí misma. El origen de tal anomalía es el malentendido original, la caída primordial de la naturaleza humana. La humanidad se fundó con el nacimiento de la creencia, el mito, la superstición. Pero la superstición no fue la superstición, sino todo. Desde las fronteras que dividen a los hombres, que éstos creen más reales que la realidad misma y que los pájaros cruzan de un lado a otro sin ningún problema, a las causas de la guerra que los devastan o eso que se llama dinero, círculos de metal o pergaminos pintados que se creen más valiosos que el mundo en que vivimos. El mundo humano ha sido construido sobre los pilares de la superstición. Hay que reconstruir los cimientos. 

Todos los males, históricos o contemporáneos, pueden traducirse en estos términos. Incluso en esta era de confusión y distopía, donde la información se siente como una avalancha. Desde el machismo y la violencia de género, el racismo y la xenofobia, la desigualdad y la pobreza, la politización política, la corrupción, la guerra, la crisis económica o el colapso ecológico: todos los males pueden reducirse a uno. El malentendido original.

Y es que los físicos, al menos, todavía sueñan con una teoría del todo que unifique la mecánica cuántica, que explica el funcionamiento de lo más minúsculo del universo, y la relatividad general, que lo explica de lo más masivo. Pero ya nadie sueña con una teoría unificada del ser humano que explique la humanidad, el por qué se daña a sí misma y cómo superarlo. Por supuesto, muchos dirán que es imposible. Y muchos dijeron también que era imposible circunnavegar la tierra; y, sin embargo, se circunnavegó. O que era imposible que los negros o las mujeres votaran, o que se votara, simplemente. O que era imposible llegar a la Luna o a planetas a años luz. Imagínese que se le dijera a los cazadores-recolectores neandertales que dejaron sus huellas en la playa de Matalascañas hace 300.000 años, que se reunían en bandas de no más de quince o veinte individuos, que algún día la humanidad se organizaría en imperios que cubrirían medio globo, o que se les contara la globalización. Nos tomarían por locos o creerían que estamos delirando. Lo imposible se ha redefinido en la historia una y otra vez. No hay nada más fértil en la historia que lo imposible.

 

¿Sería posible, sin dañar el medio ambiente, construir una carretera Huelva - Cádiz? 

Absolutamente no. 

¿Entiendes que más de la mitad de los onubenses, no hayan visitado nunca Doñana? 

Cercanía es lejanía. A veces, lo que tenemos más cerca es lo que tenemos más lejos. La gente viaja a lugares remotos para encontrar la lejanía. Lugares exóticos, extraños. Pero cuando uno ve la lejanía en todas partes, entonces viaja en todas partes, y viaja todo el tiempo. 

 

¿Cómo fue tu niñez y qué soñabas ser de mayor?

Me crié en el corazón de la reserva biológica de Doñana, en una casa aislada llamada Martinazo. Una atalaya blanca en medio de la llanura salvaje, a la vera de la marisma, a dieciséis kilómetros de la civilización más cercana. En los llanos de Martinazo crecí rodeado de manadas de jabalís y ciervos, y del lince, que venía a comerse mis gallinas. En vez de un perro o un gato tenía un zorro, una zorrita rescatada y criada a biberón llamada Linda. Un gigantesco buitre leonado, bautizado Gordibuitri, vivía en la azotea, donde luego las cigüeñas construyeron el nido y criaban cada año. Hay abundantes historias épicas. Era una aventura diaria. 

En estos lares fui creciendo, entre mi colección de cráneos y una cuadra inundada de terrarios y acuarios. Incontables horas de mi día a día pasé con una red y un bote en el Caño de Martinazo y lagunas temporales circundantes, fascinado por el mundo extraterrestre que se escondía bajo las aguas. Peces, anfibios, pero, sobre todo, invertebrados acuáticos: escorpiones de agua, escarabajos predadores, fósiles vivientes. En estos terrarios y acuarios pasaron confortables vacaciones innumerables criaturas, desde víboras a grillotopos, que luego volvían, más gordos, al lugar del que fueron abducidos. 

La situación llegó a tal punto que, ya con una tupida barba, cuando salía a la puerta de la casa, invocaba hacia el horizonte salvaje y allí aparecían, corriendo hacia mí, mis cuatro amigos jabalíes: Pumba, Timón, Pequeñito y Periferio. Los acariciaba y mimaba con cariño. También me hice amigo de un zorro salvaje, algo más distante, pero que también acudía a mi silbido, cuestión tumultuosa, porque a la misma llamada aparecían los jabalíes por un lado, el zorro por otro, y una gata en medio que los jabalíes temían, todos juntos en el patio de la casa en maravillosa estampa. 

Respecto a lo que soñaba entonces, hay algo que me pregunto de cuando en cuando para asegurar que voy por el camino correcto. Si me encontrara con el niño o el adolescente que fui, ¿qué pensaría de mí? Si hoy sucediera, sé que querría ser como yo. Voy bien. Pero no hay que despistarse. 

¿Cuáles son tus aficiones preferidas y a qué dedicas tu tiempo libre?

Vivo en la montaña, como ermitaño en su ermita, encomendado a escribir, leer, explorar y a las labores campestres. De vez en cuando bajo de la montaña para recolectar el pan traumatizando chavales como educador ambiental. Se van felices. 

¿Con qué personaje te gustaría compartir una cena y que le preguntarías?

Con los ancestros constructores de dólmenes de nuestro suroeste peninsular, especialmente con aquél que talló el ídolo placa de Valencina de la Concepción. Son mi gente. Lo interrogaría sobre cada átomo de su cultura. Aunque también tendría que conversar con aquél que domó el fuego, con el que inventó la rueda y la escritura, con el primero que domó un caballo o con el inventor de la propiedad. La curiosidad es infinita. Hay tantos genios olvidados que transformaron la faz de la historia. Nunca los conoceremos. Pero los honramos. 

¿Quiénes son tus referentes personales y profesionales? 

Diógenes de Sínope, Nietzsche, Dalí y los Beatles. 

¿Qué te hubiese gustado que te preguntara? 

Una pregunta jamás antes formulada.

Estimado Noé, esta última pregunta, te la haré en otra ocasión. Me alegro verte feliz y disfrutando de lo que haces, que es importantísimo

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