jueves. 26.06.2025
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Veinte años del cierre del mítico bar de 'El Gordo'

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Veinte años del cierre del mítico bar de 'El Gordo'

Hace ya dos décadas que echó el cierre uno de los templos de la hostelería de Galaroza. El bar de ‘El Gordo’ finalizó su amplia trayectoria en 2002, tras haber sido inaugurado en 1888 por Concepción Muñiz y su marido Cástulo Fernández, regentado por su hijo José Fernández Muñiz, por su nieto Cástulo Fernández Flores, y por su bisnieto, José Fernández Tristancho. Fue uno de esos lugares míticos que no podían faltar en los recorridos festivos o familiares de la localidad cachonera. Le tocó finiquitar el negocio a José ‘El Gordo’, pero ya su padre, Cástulo ‘el Gordo’, lo había heredado de su padre y de su abuelo, afianzándolo como centro de reuniones con un amplio anecdotario en su haber.

Al cumplirse en 2012 una década de esta triste noticia para sus parroquianos, un grupo de amigos de José le brindaron un merecido homenaje del que ahora se cumplen otros diez años. El acto tuvo lugar el 4 de febrero de aquel año, se celebró en ‘La Taberna’ y fue impulsado, entre otros, por Julio Ortega y de Pedro García. El lugar no pudo ser más apropiado, ya que este local pretende precisamente mantener aquellas viejas formas de tomar una copa, en torno a la charla, el humor y el compañerismo. Precisamente, uno de los símbolos del viejo bar del ‘Gordo’ adorna en la actualidad esta nueva taberna; se trata de la impresionante cafetera marca Oyarzun que admiran todos cuantos entran allí.

En el homenaje intervinieron algunos de sus amigos, recordando entre otros a Félix González, Pedro García, Antonio Fernández Tristancho, Leandro Navarro, con su exquisito guiso para todos, Antonio Sosa, como alcalde de Galaroza en aquel momento, o Manuel Angel Barroso, quien le entregó una placa en nombre de todos cuantos recuerdan con cariño su forma de ser. La Asociación Cultural Lieva recogió los discursos pronunciados en un número especial de su boletín cultural ‘La Regaera’, que ahora cumple también su primera década.

Repasando el texto de aquella revista, leemos que Pedro García recordó sus vivencias de niñez y adolescencia en la taberna de Cástulo, y sus inicios en los años 50 con el sobrenombre de ‘Bar Josefito’. Destacó a sus guardianes detrás de la barra de madera que fabricase ‘El Palomo’,que fomentaban unas tertulias sólo comparables a otros grandes templos cachoneros, como la taberna de ‘Fernandillo’, cuando estaba en la antigua calle Canónigo Vázquez,  ‘La Pacheca’, con el insustituible Manolo subiendo y bajando escaleras, o la taberna del ‘Lobo’. García Peña finalizaba aludiendo a la melancolía de “tiempos que no volverán, pero de los que por su riqueza e intensidad, hay que tomar muestra para seguir haciendo de Galaroza un referente de nuestra Sierra”.

Félix González recordó los ancestros de José, a su abuelo ‘Josefito Mojena’ y a la recua de personajes que se reunían allí, como su padre, José Perea, José Luis Blanco, Nicomedes, Nicolás, y tantos otros que contaban andanzas y sucedidos en la vieja taberna. Además, su cercanía al Ayuntamiento permitía concitar la presencia del Alcalde, el Secretario, médicos, farmacéutico, Juez, el comandante de Puesto de la Guardia Civil y gente de la ‘jet’ cachonera, en sarcástica expresión de González.

Tras mencionar los buenos ratos vividos, Félix, ‘el de la Caja’, hacía un meritorio homenaje a Isabel, la madre de José, “que, a pesar de la enfermedad  de tu padre, no dejaba nunca de ir varias veces  al bar,  a ver cómo estaban las cosas”. No faltaron anécdotas de gran calidad humorística e incluso literaria, como aquel que llegó con medicinas y no sabía dónde ponerlas, así que las guardó en la axila, y, después de una larga serie de tintos, decía que las medicinas tenían que ser muy buenas, “porque me hacen efecto hasta debajo del brazo”.  Terminó aludiendo a aquellas partidas de cartas con el Cundo o el  Litri, a las historias que contaba José con su propio padre negandotoda veracidad, o a la eterna última copa, esa espuela que se prolongaba hasta las tantas de la tarde.

Tristancho definió a José como “polifacética persona, ya que ha sido medio cura, tabernero, futbolista, archivero, profesor, poeta, hortelano y cuidador, y de cada una de esas facetas tiene cosas que contar cosas buenas”. Aludió a momentos épicos para la intrahistoria cachonera, como el apodo de ‘diesel’ que ‘El Gordo’ puso a los senderistas que “andaban mucho y gastaban poco”, o la novela que inició con el nombre de ‘El Confesionario’, acertado título para quien llegó a ser confesor de los parroquianos que le contaban sus penalidades.

Aquella taberna fue la casa de todos, por lo que se convirtió en un gran conocedor de la sociedad cachonera, y también ‘la Cámara Baja’, por los debates que entablaban los asiduos alrededor de unas copas. Ya se mencionaba así en la letra de las sevillanas que popularizaron ‘Los Cachoneros del Carmen’, y que decía “…Casa el Gordo, Bar del Púa, dos tertulias sin igual”.

En la taberna se respiraba siempre humor, incontables anécdotas protagonizadas por personajes que ya no están entre nosotros, como Carvajal, Emilio ‘Alicate’, Vázquez o el gran José Antonio Ortega, que llegó a dibujar una caricatura diaria en su negra pizarra llamada ‘La chispa del día’. Finalizaba el texto con la famosa canción navideña que le cantaban sus amigos y aún se rescata en las tardes de juerga, y que decía ‘Anda José el Gordo, no seas agarrao, ponnos unos whiskis y unos mantecaos’.

Cuando tomó la palabra José, la emoción apenas permitió escuchar su alocución. Agradeció a sus amigos los buenos ratos y los calificó como "la esencia y la verdadera alma del ‘Gordo’ ya que sin vosotros aquello hubiera quedado reducido a cuatro paredes viejas que se desmantelaban con el paso del tiempo”. Recordó a su padre, Cástulo, quien “sí que se merecía un homenaje; era muy bruto, pero con un corazón inmenso, no tenía nada suyo y era un hombre íntegro”, así como a Isabel, su madre, “canela fina”. Hizo un recorrido por las tertulias de política social con Luis ‘El Chavalillo’, los programas en televisión, como ‘Viaje al fondo del mar’ o ‘El ladrón sin destino’, las opíparas cenas con las viandas que su familia tenía en la alacena, las rondas fiadas ante la escasez de dinero de los jóvenes asiduos, o sus momentos de soledad cuando cerró el bar, “pasando de ser una persona pública rodeada de gente a estar sin vuestras sonrisas”.

Explicó la donación de la vieja máquina de café a Julio, ya que “es mi buque insignia, que navega ante vuestros ojos y que sobrevivirá al naufragio como patrimonio cachoneroque no merecía morir en el olvido”.

José ha sido también Juez de Paz, pregonero del Carnaval, profesor de muchos niños cachoneros y ahora trabaja en la Asociación Paz y Bien, dedicado a las personas con discapacidad.

En el homenaje a José ‘El Gordo’ hubo emoción, cariño hacia sus familiares e incluso alguno que dijo que “antes que se cerrase esa institución tenía que haberse cerrado el Ayuntamiento”. Dos décadas ya de la desaparición de un lugar emblemático en Galaroza, que marcó una época de saberes, diversión y pequeñas historias que forman parte del imaginario colectivo cachonero.