Huelva entra en El Rocío entre vítores y lágrimas: "cuando su simpecado cruza el umbral de la aldea, la romería comienza de verdad"

Dicen que hay momentos que detienen el tiempo. Instantes en los que el alma se estremece y la emoción vence al cansancio de la arena y los caminos. Así es la llegada de la Hermandad de Huelva a la aldea del Rocío. Un clamor de palmas y campanas recibe a los peregrinos onubenses cada año, cuando el cielo empieza a vestirse de noche y el aroma a jara y promesa envuelve los pinares.

Cuando el Simpecado de Huelva asoma por la aldea, el tiempo se detiene. Precedido por el eco solemne de los tamborileros y escoltado por una multitud de peregrinos que, tras dos intensos días de camino, llegan con lágrimas en los ojos y los labios resecos de tanto rezar y cantar, Huelva entra en El Rocío. Flanqueado por su gente, como dicta la historia, el Simpecado avanza entre vítores, plegarias y una lluvia de pétalos que cae desde los balcones improvisados de la casa hermandad.
El paraje de El Gato fue testigo del último descanso, del último rezo antes del momento esperado. Desde allí, la comitiva retomó la marcha con la fuerza que da la fe. Bajo un cielo anaranjado por el ocaso y entre el polvo que se mezcla con incienso, la entrada de Huelva no es sólo un acto: es una declaración de amor, una página viva de la devoción rociera.
Huelva no llega sola: llega con la historia, con la emoción, con la herida abierta del que se fue y con la alegría inmensa de quien regresa.
Y como dicta la voz sabia de la tradición popular, esa que no se aprende en libros ni se olvida en generaciones:
"Hasta que no entra Huelva, no empieza el Rocío."