domingo. 29.06.2025
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Fátima Javier y Alicia de La Cruz nos hacen recorrer el mundo con LA MALETA VERDE

Fátima Javier y Alicia de La Cruz nos hacen recorrer el mundo con LA MALETA VERDE

Una de mis aficiones en el agosto tórrido del Sur es, al menos una vez a la semana, escaparme durante una jornada por las tierras limítrofes del país lusitano. Por ese Algarve y ese Guadiana que nos hermana y que tristemente la história cainita tan nuestra nos ha separado. Hay un triangulo entre Ayamonte, Lepe e Isla Cristina que tienen una extraña influencia telúrica mágica sobre mi desde siempre. Me produce tranquilidad e intranquilidad a la vez. Como si de sus tierras ricas y desérticas por los siglos no se hubiera acabado de enterrar a sus muertos. Después del almuerzo invariablemente subo hasta el Parador Nacional ayamontino para cerciorarme que mi sentimiento y congojas son reales. Allí, en su impresionante terraza, entre café y combinados helados, mis ojos se deslizan sobre las mansas aguas del río que llegan al mar fuerte y caudaloso y en mi silencio pienso cuantas luchas vecinales, cuanta sangre hermana se han vertido en él. A mi izquierda, Ayamonte se extiende caótico en su desarrollo con esa mezcla de pueblo marinero hecho a medida de sus necesidades coyunturales, pero que conserva en su ambiente el aroma señorial de tantos años de Marquesado. Un poco más a la izquierda, metida entre las aguas atlánticas, Isla Cristina, surge huraña como una perla blanquecina, rodeada de gaviotas arremolinadas a la espera de los bancos de peces y viejos pesqueros hacinados en su puerto.

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Cuando giro sobre mí el paisaje cambia. Se hace más rico y fértil. Al fondo, Lepe se levanta cansada y árida con la vista puesta a la vecina mar que, a pesar de la distancia, nunca tuvo. Pero lo que me llama la atención es un núcleo incrustado en el interior cuyo nombre siempre se me escapa y no conozco personalmente. Vuelvo dentro de la cafetería donde los aparatos de aire acondicionado sumergen el ambiente en un refrescante oasis. Desde la barra me percato de la presencia, de nuevo, de dos chicas, que discuten entre papeles fragmentos de algo que no me llega a saber.

maleta3Desde el principio de este agosto las veo allí. Entra papeles , lápices y rotuladores escribiendo, leyéndose y tachando. Una es morena de larga cabellera, sus ojos son penetrantes y su hablar rápido y firme. La otra tiene el pelo más claro y corto y sus ojos también dicen mucho de ella, pero son más calculadores y serenos. Ambas son bonitas y se les ven de una actividad curiosa. Un día le pregunté al camarero de la barra por ellas y me indicó que una era maestra y escritora y la otra, la del pelo corto, una cosa rara de idiomas. Como amante de la lectura desde ese día les presté especial atención junto a mis paisajes hasta que una tarde me presenté a ellas.

-Hola, me podéis decir, por favor, cómo se llama aquél pueblo de calles tan cuadriculadas.

Ambas me miraron como si despertaran de una profunda abstracción, desconcertadas. Me habían visto por allí, merodear entre la barra y la terraza, y mi presencia no les era del todo ajena. Antes de que contestaran extendí mi mano hacia ellas y les dije mi nombre. Ellas la estrecharon sin mucho calor y dijeron llamarse Fátima y Alicia.

-Villablanca – contestó la chica de larga cabellera morena- …. ¿Por qué´?

Y se sumergieron en sus escrituras y lecturas paralelas pidiéndome excusas porque estaban trabajando. Me retiré con una sonrisa y busqué acomodo a la sombra de la terraza. Tomé el móvil y tecleé el término Villablanca con la esperanza de encontrar algo en Google. Me sentí afirmado en mi creencia de la antigüedad del territorio cuando leí que el pueblo, como todos los poblados de los alrededores, habían formado parte de las heredades de los Marqueses de Ayamonte y que, aunque no se tenía constancia de él, en la época romana, visigoda o musulmana, tenía un vestigio fundamental de su antigüedad en el Dolmen de la Tendicia de unos 5.000 años de existencia. Esta planicie, cruce de camino entre la costa y el Andévalo era un pueblo esencialmente ganadero y agricultor y hasta la Reconquista, que fue repoblada sobre todo por leoneses, no tuvo la categoría de villa pero siempre bajo en el vasallaje de los Marqueses de Ayamonte. Y la figura cuadrangular de su estructura urbanística se debe a una planificación única en la provincia del siglo XVI similar a las de las grandes ciudades coloniales españolas, esto es, dispuesta como un damero con un núcleo central – la Plaza del Concejo- y seis calles orientadas de norte a sur atravesadas por callejas que las unían.

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Caía la tarde crepuscular cuando escuché sus voces a mi espalda despidiéndose. Las invité a tomar algo pero se excusaban por lo tardío de la hora.

-Un café nada más o lo que se os apetezca. No más de cinco minutos, de verdad.

Se miraron una a otra con los trochos de papeles sujetos entre los brazos sobre el pecho. Pusieron los mismos cuidadosamente sobre las sillas y se sentaron con aires cansados.

-¿Sabe usted algo ya sobre Villablanca? .- preguntó Fátima rompiendo el hielo.

-Ohhh, si!!! Muy interesante su urbanismo, la Danza de los Palos el último domingo de éste mes y que no me la pienso perder por cierto y el Bollo Pico del domingo de Resurrección…

-Efectivamente – sonrió Alicia sinceramente- Veo que le ha cundido la tarde…

-En verdad suelo venir una vez a la semana aquí… y le conté todas mis locas creencias sobre la magia de esas tierras y la fuerza telúrica que tenían sobre mí espíritu. Se miraron y por un instante creí que iban a romper a carcajadas, pero había algo más que eso en sus rictus……-¿ Y vosotras qué hacéis aquí?

Volvieron a mirarse y casi al unísono dijeron a la vez.

-Buscando la Maleta.

-¿La maleta?- repuse desorientado.

LA MALETA VERDE.

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Fátima Javier y Alicia de La Cruz poseen muchas cosas en común y otras, al menos para mí, dispares y diferentes. Ambas se sienten villablanqueras, desconozco el gentilicio exacto, hasta en lo más profundo del corazón; una, Alicia, por nacimiento; otra, Fátima por adopción, trabajo y convencimiento. Sin embargo, las dos nacieron en Ayamonte; una, Fátima, por cuna y otra ,Alicia, por cuestiones médicas. Ambas, igualmente, nacieron en los setenta en una época blanca de utopía y paz, de libertad urbana y de aires frescos y mentes sin ataduras. Mezclaron esa libertad que para ellas era algo natural, porque la sinrazón anterior era cosa en boca de los mayores, con ese amor de siempre por la naturaleza que la rodeaban. Ambas son universitarias; una, Alicia, licenciada de Filología Alemana y otra, Fátima, diplomada en Magisterio y licenciada en Pedagogía. Ambas son madres y en medio de ellas una niña Blanca, hija de Alicia, que les va a servir de nexo de unión para un maravillosos proyecto. Sin embargo, aunque no dispar si diferentes, es el hecho de que Fátima es la maestra de Blanca y Alicia su madre.

Todo este juego de palabras, que no es más que un intento de poner en escena a los dos personajes de esta semblanza, latía en mi cabeza cuando el coche viró hacia la izquierda dejando la carretera internacional de Portugal. Era domingo y el calor de primera hora de la mañana asustaba. Me era difícil recordar la última vez que adquirí un compromiso para salir un domingo matinal o vespertino y además de agosto, pero la sombra de LA MALETA VERDE me perseguía desde la tarde noche anterior. Aparqué el automóvil lo más cerca que puede del ayuntamiento, en la plaza del Concejo. Las calles estaban ya abarrotadas de un tremendo ambiente festivo. Hombres y mujeres avituallaban coches y algunos carros y empezaba a correr las botellas de aguardientes aguado por los estómagos masculinos. Según me acercaba a la plaza el gentío iba aumentando en torno a unos danzantes que tremolaban en sus manos palos y palmas. Según me contaron después, en tiempos perdidos en los siglos, esta danza se ejecutaban en numerosas poblaciones gallega y provenía de los leoneses que repoblaron el término de Villablanca tras la mal denominada Reconquista , luego de expulsar a sus antiguos moradores andalusíes. Y fue entonces, por temor a cualquier atentado a las autoridades civiles, eclesiásticas y militares que allí se reunían, cuando trocaron las espadas por los palos.

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Entre grupos de madres encontré a Fátima Javier y a Alicia de La Cruz, que se me a -cercaron ingenuas al verme. Se les notaba alegría en sus rostros y ganas de divertirse en la fiesta de la patrona. Pronto empezamos a hablar y una vez reunidos a sus hijas respectivas y a otros chiquillos, comenzamos junto a los danzantes y el gentío el camino hasta la ermita. Las dos me explicaron al unísono el origen de la tradición y las peculiaridades de la misma con los ojos llenos de orgullo. Casi antes de salir del pueblo pasamos por un edificio amplio y moderno, que denotaba haber sido rehabilitado en breve, que me pareció un colegio. Efectivamente, se trataba del CEIP San Roque. Me miraron analizándome divertidas y con sentido de privilegio propietario me dijeron que aquél era el colegio donde Fátima Javier ejercía de maestra de Infantil y el mismo donde Alicia de La Cruz tenía a sus dos hijas y, en concreto a Blanca, la pequeña, en el módulo de Fátima. También ésta tenía matricula a su pequeña hija en el mismo. Aquí se encuentra LA MALETA VERDE, dijeron las dos a la vez escrutándome con ojos picarones ante mi gesto de extrañeza. ¿Qué tendría que ver LA MALETA VERDE con un colegio y un libro? Se me antojó que estaba siendo objeto de una broma. Una calurosa broma que me había hecho aparcar mi metódica forma de vida y recorrer casi cincuenta kilómetros a una parte del Andévalo donde el sol crujía sobre los cuerpos de forma inhumana.

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A partir de ahí perdimos la noción del tiempo y del lugar. Incluso no nos dimos cuenta que habíamos llegado a la Ermita y las gentes se congregaban en torno a la Virgen de La Blanca entre vítores y aplausos, los danzantes del Palo y el ambiente típicamente festivo y romero. Alicia y Fátima continuaron como un rio desbordado explicándome todos los pormenores de la existencia de LA MALETA VERDE, sus cómos y sus porqués. No tenía más remedio que atenderlas en silencio sintiendo como la magia de la narración me envolvía y me elevaba junto a esos mágicos duendecillos verdes que incluso creía ver entra las filtraciones de sombras que producían las ramas de algunos frondosos árboles de los alrededores. Tan callado estaba que perdí la noción del tiempo e incluso la sed que abrazaba la garganta aguantaba sin replicar la extensa y emocionada exposición de la maestra y de la madre de Blanca. Cuando callaron eran cerca de las tres de la tarde y entonces desperté de mi sueño y conecté con la realidad. El calor, el ruido y los cantes continuos fueron superiores al placer de estar y escuchar a estas dos grandes mujeres. A pesar de sus intentos de que me quedara me excusé mil veces antes de que me dejaran marchar convencidas de mi decisión.

Por casualidad encontré una taberna abierta y solitaria al lado de donde tenía estacionado el coche. Un hombre de aspecto enjuto y cara ennegrecida por el sol estaba sentado viendo la televisión en una de las sillas de madera de tijeras que había en el local. La umbría de el mismo ya calmaba la necesidad de salir del pueblo y emprender raudo el camino de vuelta. Pedí una jarra de cerveza ante la mirada extrañada del hombre y busqué el rincón más alejado para sentarme. Al rato el hombrecillo de camisa blanca impoluta remangada hasta los codos me trajo la jarra helada de espumeante líquido y un plato con unos soberbios tomates rojos aliñados. “Que aproveche usted”, dijo volviéndose a sentar donde estaba anteriormente. El primer vaso cayó de un tirón, el segundo con más suavidad necesaria y en el tercero comencé a paladear el gélido líquido en mis labios y a probar los sabrosos tomates.

LA MALETA VERDE es algo más que una programación didáctica o una experiencia académica para niños de tres o cuatro años. LA MALETA VERDE es una auténtica revolución del magisterio infantil y de su programación de tal forma que involucra a los niños en el conocimiento a través de una supuesta mascota. LA MALETA VERDE ha sido un complemento total y generalizado del esfuerzo de maestros, padres y niños en un proyecto, en una programación didáctica que redunda en la forma de concebir, de estructurar y de adecuar la docencia a la realidad que vivimos, a los hechos objetos de estudios a través del sueño, de la magia, de la involucración de los pequeños en esos viajes alrededor del mundo donde conocen y se integran con culturas y conductas nuevas para ellos por su lejanía y su lógico desconocimiento.

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Pero LA MALETA VERDE es ante todo un libro fruto de la labor de recopilación de Fátima Javier y Alicia de La Cruz de todas las experiencias vividas y creadas en todo un curso escolar. Una programación que comenzó con fecha de caducidad de un mes y que gracias al cuento que presenta Blanca y que le había escrito su madre hace que el interés de Fátima de Javier por la autora sea grande y el compromiso surgido entre ambas de prolongarlos, los viajes y las aventuras, haya durado todo un curso. LA MALETA VERDE no es más que un notario de todo lo que sucedía en clase. Explicaciones, preguntas, la implicación de los niños en el trabajo sumergiéndose en cada viaje con el mismo entusiasmo y convencimiento que Alicia, la de la famosa fábula,lo hizo por el País de las Maravillas. Si al principio los padres aportaban el material ahora se encuentra totalmente inmerso en su creación. En su prólogo, en las imágenes, en la espera entusiasmada de que este libro, LA MALETA VERDE, se haga realidad.

maleta10Los niños han conectado tanto que vivía la docencia como un verdadero cuento, recorrían los países desde Londres hasta El Sahara pasando por su propio pueblo, Villablanca., China, Nueva Zelanda o el Polo Norte. Han aprendido las costumbres de los habitantes de cada lugar recorrido, el carácter de sus gentes, sus forma de vida, su geografía o el clima reinante en cada uno de ellos. Pero ante todo han soñado, porque el sueño es una puerta abierta a la imaginación y la imaginación es un don que hay que cultivar para hacer fructífero el saber.

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Mientras apuraba los últimos sorbos de la cerveza, el tomate había desaparecido con celeridad, notaba el sopor húmedo que me producía la umbría del lugar. Sin embargo, una sonrisa se dibujaba en mis labios al recordar las tardes en el Parador de Ayamonte y la incógnita que me producía la presencia que aquellas dos chicas enfrascadas en escrituras que se dividían en capítulos y que luego leían y estudiaban en equipo. Era el germen de una obra que va a dar mucho que hablar, tanto a nivel didáctico cuanto a nivel de lectura familiar y porque no, conociendo la literatura de Fátima Javier y su mano suelta e inteligencia fresca, de todo aquél que se precie en saber de las novedades literarias actual. LA MALETA VERDE será presentada, en primer lugar, cosa lógica, en el pueblo de Villablanca, en el Centro de Interpretación de la Danza, este viernes 8 de octubre y el 14 del mismo mes, también viernes, en Ayamonte. Su presentación en Huelva se realizará en la librería “La Dama Culta” el viernes día 20 a las siete de la tarde.

En la soledad de aquella taberna de pueblo solitaria y fresca, con la voz de fondo de un televisor de gorda panza en color, me siento plenamente satisfecho de que el destino me haya puesto en el camino el conocer a estas dos adorables y grandes damas, dos escritoras que merecen de todos mis respetos por su valentía, imaginación y capacidad de trabajo. Tomo el último sorbo de cerveza en un brindis imaginario, como vuestra MALETA VERDE, por vosotras. Gracias Fátima Javier , gracias Alicia de La Cruz.