viernes. 19.04.2024
El tiempo

El vino en el Condado de Huelva innova y crece rompiendo estereotipos sobre la mujer

La innovación en el sector del vino del Condado de Huelva ha ayudado a superar los momentos más duros de un negocio muy afectado por la pandemia. Bodegueras, productoras enólogas relatan este 8M su experiencia.
El vino en el Condado de Huelva innova y crece rompiendo estereotipos sobre la mujer

Sobrevivir a 2020 ha sido una proeza colectiva. Raro es el sector que no se ha visto afectado por el cierre de las fronteras y la vida social. El del vino, por supuesto, también. El cierre del canal Horeca -hoteles, restaurantes y cafeterías-, sumado a la suspensión de ferias, romerías y todo tipo de celebraciones, ha supuesto un duro golpe para esta industria que vive, precisamente, del brindis y de la alegría de compartir la vida con los tuyos. Y en 2020 no hemos tenido nada que celebrar.

Según el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Condado de Huelva, la caída del consumo ha supuesto un descenso del 20% en el número de contraetiquetas entregadas, algo que nos sirve para hacernos una idea general del descenso de las ventas.

Además, el sector ha tenido que soportar las consecuencias de la plaga del hongo mildium en la producción: se calcula que se ha perdido un 65% de la cosecha de uva por este motivo.

Así las cosas, el secreto de la supervivencia de este sector radica en la innovación y en el cambio, tecnológico y generacional. 


“Nosotras ya teníamos una tienda online desde hace ya casi 3 años, pero este año se les ha notado una subida mucho más fuerte”, explica Begoña Sauci, propietaria junto a su hermana Montserrat de Bodegas Sauci, un negocio familiar que regentan con el orgullo de saberse continuadoras del legado de su padre y de su abuelo. “La tienda de la bodega también ha vendido más. Pero luego todo lo demás ha bajado. La tienda no puede suplir lo otro, es imposible, pero por lo menos nos vamos manteniendo. Ahora mismo no es una época para ganar beneficios, sino para mantenerse que no es poco”.

Mantenerse y sobrevivir en un año complicado es todo un reto para estas hermanas que se criaron en la bodega que primero perteneció a su abuelo y después a su padre. “Hemos estado en la bodega siempre. Nuestro padre siempre nos tenía allí y nos ha involucrado en todo, aunque no quería que nos dedicáramos a esto. Siempre decía que era un trabajo para hombres y no para mujeres”, recuerda Begoña. Hoy, veinte años después de haberse involucrado al máximo en el negocio familiar, su padre estáría contento del rumbo tomado por sus hijas. “Realmente ha disfrutado, porque era su pasión, y ver que la bodega siguió con sus hijas, que se mantiene su legado… Le hacía feliz”.

Al analizar la evolución del sector del vino desde la perspectiva de género es imposible no observar el salto generacional. Para Eugenia León, ingeniero agrónoma en la Cooperativa Agroalimentaria Virgen del Rocío de Almonte, cuando empezó “era un sector dominado por los hombres, tanto en los trabajos de campo como en el asesoramiento técnico. Sin embargo, desde el principio no les hice caso a esas barreras. Creo que echar cuenta de esas barreras es lo peor que puedes hacer como profesional. Seguí trabajando y poco a poco me fui metiendo en el tema”. Casi tres décadas después, Eugenia puede estar orgullosa de haberse ganado el respeto de la profesión. “Tienes que demostrar que sabes. Siempre recomiendas, no impones, recomiendas cambios, innovaciones, consejos, y poco a poco la razón se impone porque lo que funciona, funciona. Creo que no hay que hacer una separación entre hombres y mujeres, porque si sabes hacer un trabajo al final te haces un hueco, pero sí que es verdad que siendo mujer lo tienes que demostrar, mientras que a los hombres se da por hecho que saben. Pero si lo demuestras, no hay más. Sabes”.

En la misma línea se expresa Elisa Raposo, heredera de la bodega familiar. “Siempre tuve claro que quería participar en el tema del vino, por eso estudié química con la especialidad en enología. Terminé la carrera y con 23 años ya estaba trabajando en la bodega. Nunca he tenido problemas por ser mujer, pero he tenido que aprender y ganar experiencia, obviamente. También es cierto que tuve la suerte de entrar a trabajar con gente que llevaba muchos años con nosotros y me recibieron bien”.

Elisa es una veterana en el sector del vino en la provincia de Huelva. “Fui la primera mujer trabajando en las bodegas de Bollullos, la primera en entrar en el mundo del vino aquí. En otros lugares de España había ya mujeres, pero aquí fui la primera”, cuenta Raposo. “Al principio me costaba un poco de trabajo que distribuidores y clientes trataran conmigo, también era muy joven, pero poco a poco cuando vieron que entendía del tema no me costó hacerme un hueco”.

Enamorada del mundo del vino, desde la elaboración hasta la venta, pasando por la crianza, Elisa está un poco cansada de la pregunta de cómo ser mujer en un mundo de hombres. “A un hombre no se le hacen estas preguntas, ni cómo concilia su familia y su negocio. Yo como mujer me he visto siempre bien acogida y desde que yo empecé a ahora, cada vez hay más mujeres al frente de bodegas porque cada vez hay más mujeres al frente de cualquier negocio. Al final lo importante es que hagas bien tu trabajo”.

Begoña Sauci puntualiza y marca una diferencia de género según su experiencia. “Duro es, para todos. Pero quizás es más duro para la mujer, pero no esté, sino cualquier negocio, porque te implica mucho. Prácticamente tienes que estar las 24 horas pendiente, y además una mujer tienes su casa, tienes sus hijos, tienes quizás también el cuidado de los mayores… Eso es así, en la realidad es así. Mientras que un hombre, por mucho que nos queramos igualar, al final hoy por hoy el hombre piensa más en el negocio siempre. Y nosotras pensamos más en global, pensamos más en la familia, en todo. Llevamos mayor carga. Pero supongo que todo es cuestión de ir conciliando y de ir equilibrando con tu pareja. Al fin al cabo, se va evolucionando y no es lo mismo hace 20 años que ahora, ni será lo mismo dentro de 20 años”.

También, precisamente en esa visión global, holística, de la vida y del negocio estriba una de las principales virtudes de las mujeres como bodegueras y productoras para Begoña Sauci. “Creo que las mujeres nos paramos más en cosas a las que los hombres no les prestan la menor atención. Por ejemplo al cuidado de la imagen, no sólo de la presentación de los vinos sino de la propia bodega, en eso las mujeres tenemos un poquito de más reparo, nos paramos a pensar un poco más en los detalles. Creo que las mujeres también somos más capaces para pensar en global a la hora de dirigir un negocio, incluso en la parte personal de las personas que trabajan con nosotros, mientras que los hombres están más centrados en lo que tienen que hacer, en lo inmediato”.

El camino que abrieron estas mujeres, que ya rondan los cincuenta años, es hoy más amplio. Por él transitan jóvenes profesionales enamoradas del vino y de su profesión que sintieron siempre la llamada del campo. Irene Martín, enóloga de 26 años que trabaja en la Cooperativa Agroalimentaria Virgen del Rocío de Almonte no lo dudó. “Estudié química, y cuando me llamaron para trabajar como enóloga aquí vine enseguida. Desde el principio me recibieron muy bien, así que muy contenta con la experiencia. Además, en mi empresa somos todas mujeres excepto un hombre, y un chico eventual que viene en momentos concretos de la campaña”, explica.

“El cambio fundamental entre antes y ahora está en toda la documentación que lleva el vino y en los controles de calidad. Yo no lo he vivido, pero mis compañeras me cuentan que el tiempo que tenemos que dedicar ahora al control, al análisis y al laboratorio, a los papeles y a la calidad, antes no se llevaba. Ahora está todo muy controlado y Sanidad está siempre muy presente”, destaca. Un control riguroso del producto acorde con los tiempos y con la voluntad de mejora y crecimiento permanente.

Por la enología también se sintió atraída Laura Guerra, de 33 años. “Empecé con mi abuelo a ir a las tabernas, y a raíz de ahí, poco a poco, empecé a interesarme por los vinos, especialmente los vinos generosos. Luego además descubrí que la cata se me daba especialmente y me animé a dedicarme a ello”.

Máster en Enología, se le da bien identificar olores y sabores, una cualidad en la que no distingue género. “En cuanto al mundo organoléptico, no hay mucha diferencia entre hombres y mujeres, al menos yo no la he observado. Al final es un umbral de percepción que tenemos por persona y no por género”.

Sí encontró cierta dificultad al principio de su incorporación al mundo del vino. “Eres mujer y joven, la dificultad es doble porque tienes que trabajar el doble para que reconozcan tu trabajo, porque te falta experiencia. Pero con trabajo se consigue”.

Hablar de vino es hablar de un proceso largo y complejo que abarca todas las estaciones, desde la vid a la botella. Un proceso que incluye un nada desdeñable proceso de experimentación y prueba con olores y sabores. “El mundo del enólogo va desde la uva, desde la producción hasta que termina el vino. Lleva todo un proceso de ensamblaje, clarificación, filtración y embotellado”, explica Laura.

Un proceso complejo y delicado, metáfora del propio ciclo de la vida que se repite generación tras generación. En el caso de Cinta, ella es la séptima generación Sáenz en incorporarse a la vida en las bodegas, mentorizada por su padre. La suya es una de las bodegas en activo de forma ininterrumpida más antiguas de España. No en vano este año recibió la Insignia de Oro del Consejo Regulador de las Denominaciones de Origen Vino, Vinagres y Vino Naranja del ‘Condado de Huelva” por su 250 aniversario. Toda una presión y un orgullo para esta joven bodeguera.

“Mi padre me enseñó a bajar una bota, que no vale la fuerza bruta, las técnicas, las alfombras de esparto, cómo hay que ponerlas. Él lo ha aprendido todo de los toneleros, de las personas que trabajan en la bodega, tiene todas las herramientas y ahora me las está enseñando a mí. Cuando viene la vendimia tenemos que preparar la prensa, preparar el lagar, ¿cómo es el pesao? "Cinta es así, no puedes mezclarlo", las variedades…”, rememora con cariño. “Yo tengo un carácter muy fuerte, y él me está enseñando todo, incluso cómo tienes que hablarle al cliente, todo, todo. Es mi padre pero también es mi mentor. Al principio me ha costado, ojo, y tardé como un año, pero con el tiempo me he ido dando cuenta de que tenía razón”.

Ingeniera química, Cinta no deja de formarse para seguir creciendo dentro del negocio familiar. “Aún me queda mucho por aprender, pero me encanta este mundo. Estoy aprendiéndolo todo desde la base, aunque al ser un negocio familiar siempre he estado vinculada a la bodega, tanto mis hermanas como yo. Fíjate si será, que una de mis hermanas vino a la vendimia dando todavía el pecho, se metía en el coche para sacar la leche y volvía a seguir. Para nosotras es nuestra vida”.

Cinta quiere conjugar la tradición de una bodega con 250 años de antigüedad, el legado de su familia, con la innovación siempre necesaria. “Poco a poco me van dejando tomar más decisiones, por ejemplo con el tema online. Mi padre era un poco reacio al principio, pero ha visto a partir del confinamiento que era un boom. En este año el caso de las ventas online y el de la tienda ha sido satisfactorio, porque aunque hemos tenido que estar cerrados hemos podido seguir vendiendo”.

Al final, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, están unidos por una pasión común: la de la tradición del vino del Condado de Huelva, que hunde sus raíces en la tierra y en el corazón de quienes lo trabajan. “Al final… Estás en todo el proceso, desde el principio. Si no estás y no lo vives no es lo mismo, pero cuando participas en todo el proceso estás orgullosa, es una satisfacción muy grande”, resume Cinta Sáenz, embarazada y al pie del cañón, a punto de ser madre de la, quizás, octava generación al frente de un legado histórico.