sábado. 20.04.2024
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La trágica desaparición de un cachonero en la Sevilla de 1931

Manuel Romero nunca volvió a Galaroza ni pudo tener un entierro digno. Su hijo cuenta qué sucedió y cómo intentó averiguar más sobre el asesinato y paradero del cuerpo de su padre.
La trágica desaparición de un cachonero en la Sevilla de 1931

La inestabilidad política que se vivió en España durante la década de los años 30 del siglo pasado trajo consigo numerosos altercados y muertes. La investigación histórica nos lleva a afirmar que en Galaroza no se produjeron víctimas en el bando llamado ‘de las derechas’, como reconoció el alcalde franquista Eladio Muñiz en 1940. Los sucesos anteriores al Golpe de Estado se centraron en robos de ganado, altercados políticos, intimidaciones, persecución al estamento eclesiástico y atentados contra el patrimonio religioso. Sin embargo, eso no quiere decir que no hubiese cachoneros desaparecidos en los cinco primeros años de la década.

Los testimonios de las familias se convierten a veces en la principal fuente de estudio para construir una historia personal. Y es lo que ha querido hacer Urbano Romero, para que sus paisanos conozcan el trágico final de su abuelo, Manuel Romero, en la Sevilla de los primeros años treinta.

Manuel era propietario de una tienda de telas en Galaroza. Estaba casado con Amparo Serrano, y en abril de 1931 viajó a la capital hispalense, como hacía periódicamente para comprar suministros para su establecimiento. Sin embargo, aquel viaje quedaría marcado en la memoria de toda su familia.

Tras varios días sin tener noticias de él, su esposa y su tío, Ramón Delgado Valiente, intentaron contactar con amigos y conocidos para conocer su paradero. Tras varios intentos infructuosos, pusieron el caso en manos de las autoridades.

La incertidumbre y la falta de avances en la investigación, provocaron una gran inquietud en Galaroza. La policía no ofrecía datos fiables, perdiéndose en los rumores y las alusiones a la etapa convulsa que se estaba viviendo.

Finalmente, recibieron la noticia de la aparición de un cadáver flotando en el río Guadalquivir. Había sido asesinado, tenía el rostro irreconocible, y entre sus efectos personales encontraron un pañuelo que tenía bordadas las iniciales M.R. Con la angustia de que perteneciera a Manuel Romero, no se pudo profundizar más en las averiguaciones al no portar el cuerpo documentación alguna, quedando la desaparición del comerciante cachonero sin aclaración definitiva. Nunca más se tuvieron noticias sobre su paradero.

Su hijo, Urbano Romero Serrano, nació en agosto de 1929 como tercer hijo de esta familia emprendedora y humilde, quedó huérfano de padre con tan sólo un año y nueve meses de edad. Los acontecimientos tristes se sucedieron, ya que su madre murió de tuberculosis apenas un año después, siendo los niños repartidos entre sus familiares para su crianza, como se hacía antiguamente. Vivió como fraile capuchino unos años, conociendo a Fray Leopoldo de Alpandeire en el convento de Granada.

El trabajo de Urbano le permitió superar las adversidades y construir una vida emprendedora y exitosa. En el pueblo le llamaban Urbano ‘el de las letras’, porque dedicó una parte de su desarrollo profesional al ámbito mercantil. Todos los vecinos recuerdan aún su estampa con su inseparable Renault Ondine, el mítico ‘Gordini’, que posteriormente regaló a su buen amigo Francisco Ballestero y que hoy luce en su colección.

En numerosas ocasiones, Urbano intentó averiguar algún dato más sobre el fatal desenlace de su padre, pero no pudo averiguar nada fiable en relación a la causa de la muerte ni sobre el lugar donde depositaron el cuerpo encontrado en el río. Nunca recibió comunicación sobre sus peticiones, más allá de las típicas referencias al ‘caos de la época’, ni tampoco hubo ocasión de procurarle un entierro digno.

Todo esto, según su hijo que cuenta ahora la historia, “le produjo una inquietud por encontrar alguna explicación que le atormentó durante el resto de su vida”. El suceso fue transmitido por Urbano Romero Serrano a su hijo poco antes de su muerte, y no es conocido prácticamente por nadie en Galaroza.

Tras haber transcurrido dos décadas desde la muerte de su padre, y aunque él ya no pueda tener conocer la tranquilidad y la verdad, su hijo se ha decidido a contar lo que pasó “para que quede constancia de la lucha de toda la familia por recuperar los restos de mi abuelo y poder descansar de esa gran pena que llevó mi padre a lo largo de toda su vida”.

Además, lo hace para “compartir nuestras vivencias y la situación que viven muchas familias españolas por la desaparición de sus familiares de forma fatal durante aquella triste etapa”. Cada vez que pase por el puente de Triana, Urbano seguirá recordando a su abuelo, pero, al menos, ahora podrá también pensar en la tranquilidad de haber hecho algo por reivindicar su memoria.