viernes. 29.03.2024
El tiempo

Otoño-invierno de 1918: Cuando Huelva sucumbió a la segunda ola de la gran gripe

La primera ola de la pandemia de gripe de 1918 pasó desapercibida en Huelva. Pero aquel otoño-invierno la segunda ola se llevó por delante a miles de personas. Ningún pueblo salió indemne. Y la capital onubense fue de las más castigadas de España.
Huelva en las primeras décadas del Siglo XX.
Huelva en las primeras décadas del Siglo XX.
Otoño-invierno de 1918: Cuando Huelva sucumbió a la segunda ola de la gran gripe

Fue duro aquel otoño-invierno de 1918 en Huelva, sí. Rara fue la casa, la familia que no perdió seres queridos. En las zonas rurales hubo días con muchos muertos. Y en las ciudades. Y ni había entierros. Los cadáveres de los finados eran sacados rápidamente de las casas para evitar las concentraciones de los velatorios, cargados en el carro funerario tirado por mulillas, que cogían el camino más corto para el camposanto y enterrados casi sin testigos, casi en la clandestinidad.

Aquella segunda oleada de la gran gripe de 1918 fue directa a la yugular de la población. Y el virus (influenza A del subtipo H1N1) se paseó por todo el mundo diezmando poblaciones y causando más muertos que esa guerra mundial a la que se puso fin un 11 de noviembre de 1918 a la francesa.

Nadie por aquí esperaba la plaga. Porque la primera ola de la pandemia de gripe española, que en realidad era norteamericana, había afectado poco a Huelva. Una capital y una provincia que aparecían en las estadísticas y mapas con colorines suaves, muestra de la poca infección registrada entre la población.

Algo muy parecido a lo que ha ocurrido ahora con el coronavirus. Donde se puede releer en las hemerotecas a los políticos hablando del modelo de Huelva, una ciudad a estudiar por la baja presencia del virus. ¡Cuanta complacencia!

Al contrario, aquel otoño-invierno de hace poco más de un siglo las autoridades provinciales no tenían nada previsto para afrontar la hecatombe que se cocía en la vieja Onuba.

Pero aquel otoño de 1918 se llegaron a registrar en Huelva 20 muertos al día debido a la pandemia de gripe. Y, por supuesto, se recurrió a los santos para frenarla. Hubo procesiones y plegarias, infinitas. No había otra cosa que rezar. Faltaban médicos, la mayoría de las casas no tenían ni baño ni agua corriente, las familias vivían hacinadas y pocos comprendían lo que pasaba. Más cornás da el hambre.

En Huelva se reconoce la primera víctima en octubre cuando ya se habían producido muchos decesos sin diagnóstico certero. Mientras ciudades como Barcelona o Madrid registraban ya algún que otro ciento de muertes por influenza. Y al poco tiempo, en apenas un mes, los contagios se multiplican hasta rozar los 3.000 casos reconocidos en Huelva. En realidad había muchos más, obviamente.

Fue entonces cuando comenzaron a tomarse en serio la pandemia. Entretanto, las tabernas, los mercados, los actos religiosos estaban a tope en aquella Huelva tan bonita, tan entrañable que andaba ya por encima de las 30.000 almas.

Diez, veinte muertos por día en la capital. Los decesos se contaban ya por decenas. Eso sí, hubo quien escribió que la plaga atacaba lo mismo a pobres que a los ricos, aunque, claro está, la higiene, la alimentación y los hacinamientos jugaban a favor de los segundos.

Cuando vieron el Miura en la plaza en forma de guadaña encapuchada los políticos de Huelva miraron a Madrid, culpando al Gobierno de no haber incrementado los recursos para esta provincia. Se sentían abandonados, decían.

Esa letal oleada otoñal puso por primera vez en el mapa de España a Huelva. Quizás no fuera noticia desde que Colón partió del puerto de Palos. Pero la gripe española (de Kansas) convirtió a Huelva en una de las provincias más castigadas de España, junto con Almería y Granada. Y se firmó un aumento de mortandad de más de un 300% sobre años anteriores.

Bajo el epígrafe de ‘La epidemia reinante’ periódicos como La Provincia llamaban al principio “alarmistas” a los que relataban los casos y los daban a conocer o pedían medidas de contención social. Les llamaban “atacados” a los infectados y llegaron a publicar entre líneas que “el enfermo de gripe no es extraordinariamente contagioso para las personas en contacto con él”. Todo un poema de incultura y analfabetismo social y sanitario.

Los casos eran tantos que las colas en la Farmacia Municipal se hacían eternas.

Se suspendían ferias y eventos. Todo muy parecido a la actual pandemia del coronavirus. Niebla, su Feria de Tosantos, lo mismo que hicieron en cadena Gibraleón Trigueros, Bonares y toda la geografía provincial.

Las cifras 'negras' de los pueblos

El epígrafe ‘la epidemia reinante’ reconocía a finales de octubre un panorama muy negro. Hasta ese día habían fallecido en Almonaster 9 personas y más de 560 infectados. Aracena, Arroyo, Corteconcepción y Cortegana reportaban casos de 50 en 50. En Cumbres Mayores había ya 360 “atacados” y varios fallecidos. En Fuenteheridos, Linares, Santa Ana se contaban por decenas las infecciones.

Y en Huelva capital se registraban a finales de octubre 2.641 casos y casi un centenar de defunciones. Aunque el ABC daba cifras que superaban con creces el centenar de fallecidos en la capital en un solo día. Dato que se encargaba de rectificar o “aclarar” sospechosamente el periódico La Provincia. A pesar de la letalidad de la pandemia se mantenía abierto un circo en el solar del antiguo cinema Onuba.

Mal invierno para el alcalde Félix Vázquez de Zafra, al que le pilló en medio la polémica de mantener cerrados o abrir los colegios, locales, casinos, eventos y entierros.

Las crónicas dibujaban una Huelva desesperada, sumida en una especie de gran depresión emocional: “el dolor hecho tirano de las almas, lúgubres noches de llanto” y dramatizaban la situación más si cabe con frases que recordaban “las cajitas blancas de los angelitos”, en clara referencia a la gran mortandad infantil provocada por el virus de la ‘grippe’.

Los cronistas de las zonas rurales dibujaban un panorama muy parecido al capitalino. El alcalde de Encinasola, Candelario López, lo relató en sus memorias. Traza un paisaje otoñal caluroso, seco… cuando llegó la plaga traicionera que rompía todo porque la gente se encerró en las casas como ahora y hasta las familias dejaron de ayudarse unas a otras porque en todos los hogares había casos de infectados.

Incluso da cifras de muertos. El alcalde Candelario apunta hasta 9 fallecimientos en un día (19 de noviembre). Enterrados sin campana. En todos los pueblos era igual. Y eso que dejó apuntado Candelario López que por aquel entonces en Encinasola había ¡tres médicos!

Abundan descripciones  de la situación también en los pueblos de la costa, donde la situación era aun peor que en la Sierra. Así lo recoge por lo menos el investigador cartayero Antonio Suardiaz que habla de más de 1.500 fallecidos en esta zona de la provincia. Un 6% de la población costera sucumbió a la gripe que en España afectaba al 3,5% de la población. Señalando los casos de Isla Cristina, Cartaya y Ayamonte con más de 300 fallecimientos en cada pueblo.

Los registros dan para recuperar también algún que otro anecdotario. Como el caso de San Juan del Puerto, pueblo donde se llegó a proponer una desinfección de las casas de los pobres de solemnidad y de edificios públicos. Los Apuntes sobre la Historia de San Juan del Puerto anotan 21 muertos en noviembre de 2018 y 5 en diciembre.

Sí. Porque a finales de noviembre de 1918 hubo quien ya pedía la supresión de las restricciones, la apertura de las escuelas y la vuelta de los entierros con público.

Y así fue. Para la Navidad de 1918 la situación de la pandemia se calma y en enero se levanta el estado de alarma de entonces.

Como esperando una situación similar, hoy, algunos ayuntamientos como el de Huelva, tienen ya pre-montado el alumbrado de Navidad. Aunque ya están suspendidos belenes, cabalgatas y hasta carnavales y ahí anda la Semana Santa 2021, en ‘tenguerengue’.

Se acerca el invierno (Winter is coming), que diría R. R. Martin. Y con él, el ejército de los temidos ‘caminantes blancos’ blandiendo guadañas afiladas.

Sí. Aquella pandemia de hace un siglo se llevó por delante a 40 millones de personas. La 1ª Guerra Mundial fue menos letal: 9 millones de muertos.

Una gripe que al principio se dijo que se había originado en las trincheras del frente bélico europeo, luego que había sido exportada por los 200.000 coolies (trabajadores poco cualificados) chinos traídos a Europa a trabajar en la retaguardia. Pero ambas causas quedaron descartadas.

El origen se firmó en un acuartelamiento de Norteamérica, de Kansas, y esa primavera ya había cientos de soldados infectados en Brest (Francia).

La gripe valía para todo. Hasta hubo un general teutón (Erich Ludendorff) que culpó a la pandemia de la derrota germana en la Gran Guerra.

Por supuesto, las altas jerarquías políticas y militares se esforzaban el mantener oculta la letalidad del virus. Y, obviamente, los americanos no aceptaron que el virus fuera suyo, culpando a Alemania de ser el verdadero origen del virus. Igual que ahora hace el presidente Donald Trump, pero apuntando a China: "un virus chino".

Fue entonces cuando esas potencias en guerra miraron a España, neutral y donde más se publicaba sobre la gripe.

Estaba claro que de trascender la existencia de la pandemia hubiese provocado histerismo y deserciones masivas en la tropa.

La pandemia llegó a Madrid (oficialmente) en mayo de 1918. Las fiestas y jolgorios de San Isidro facilitaron los contagios. En una semana había ya 30.000 afectados y en junio 350.000.

Los obreros españoles y portugueses que regresaron de Francia, los vendimiadores patrios que volvieron del tajo galo cargados de virus y lo repartieron por toda la geografía nacional se convirtieron en portadores. Con especial afección en Extremadura y Andalucía. Los braceros.

Ese verano la pandemia aminoró su letalidad pero en agosto comenzó a rebrotar con fuerza y en octubre y noviembre se volvió más letal.

Las Juntas Provinciales de Sanidad se vieron impotentes y temían prohibir celebraciones y eventos por miedo a disturbios. Al tiempo que la patronal, los sindicatos y la Iglesia se oponían a que la normalidad se viera alterada por miedo a la paralización de los negocios.

Hoy se vive una situación tan calcada que impone respeto a los días venideros. Mientras, los medios de comunicación de la época clamaban por la adopción de medidas sociales que frenaran la pandemia.

También se politiqueó con ella. Desde El Socialista se criticaban las condiciones en las que vivía la clase trabajadora, las dificultades para encontrar alimentos y medicinas y la incongruencia de ordenar cierres de centros docentes públicos mientras se dejaban abiertos los privados, los cafés, iglesias, casinos y lugares más frecuentados por la burguesía.

Ese octubre fue aciago en Huelva, con las muertes desbordando todas las previsiones y vaticinios. En el mapa de España, ya trufado de la ‘cuestión catalana’, había tres zonas destacadas con colores chillones: Huelva, Granada y Almería, el símbolo de la crudeza de la pandemia.

La gente, con una esperanza de vida de más de cuarenta años, retrocedió otra vez a rondar los 40 y en la siguiente década, sin pandemia, aumentó hasta los 52 años.

De poco sirvieron las medidas tomadas. El analfabetismo y las malas condiciones de vida, la pobreza jugaron a favor de la expansión del virus.

Sin apenas medicamentos, con escaso personal médico (hasta se reclutaron estudiantes de 5º de Medicina) se luchaba contra la pandemia con rezos y pócimas: purgantes, caldos, quinina, ajos y coñac. Mucho coñac. Sus supuestas propiedades beneficiosas quedaron para la historia impresas en las páginas de los diarios de la época.

Incluso se llegó a decir (como ha ocurrido con el coronavirus) que era bueno fumar, según se ha encargado de recordar José Luis Betrán Moya en The Spanish lady. Por no recordar las arengas firmadas en La Provincia que clamaban, sin ninguna evidencia científica, que las emanaciones de azufre a la atmósfera prevenían las plagas que diezmaban poblaciones.

La Dama española, esa Spanish lady, borró de la faz de la tierra a 50 millones de almas. En tres oleadas: la primavera de 1918, el otoño-invierno de ese año (la oleada más mortífera) y la primavera de 1919.

Aquel año, como hoy, hizo calor en otoño y llovía poco. Sin humedad, “el clima frío y seco permite que el virus sobreviva más tiempo fuera del cuerpo”, la OMS dixit.

La plaga de gripe no ha sido la única, ni mucho menos. Andan por ahí los virus latentes desde el Neolítico. Allí ya saltó la peste bubónica. Y hasta el siglo XVIII se dijo que eran un castigo de los dioses o conjunciones astrales.

Antes de la gran gripe se dejó escrito que en el año 430 una de estas plagas asoló Atenas. Lo plasmó Tucídides y liquidó al 40% de la población del lugar tras un ataque de fiebre, voz ronca, estornudos y mal aliento. Luego llegó la 'peste Antonina' que se cebó con el Imperio de Roma, con entre 5 y 10 millones de muertos y en el siglo III la 'peste de Cebrián' que documentó el gran Tito Livio.

Como se ve hubo otras plagas pero Huelva no estaba allí ni hay archivos para releer esa parte de nuestra historia.