jueves. 28.03.2024
El tiempo

El desprestigio social en Galaroza como forma de represión durante el franquismo

La Asociación Lieva reconstruye la historia de la familia Romero Vargas para dignificar su labor
El desprestigio social en Galaroza como forma de represión durante el franquismo

No cabe duda de que el máximo nivel de la represión efectuada por las tropas franquistas tras el golpe de Estado de 1936 fue la tortura física y el asesinato. Pero, a través de la implantación de fórmulas de terror y de presión psicológica, hubo otras muchas maneras para reprimir a los opuestos y a los vencidos.

Mujeres rapadas, bienes confiscados, amenazas constantes y otras vías tuvieron los dirigentes del nuevo Régimen para visibilizar su triunfo y perpetuarlo en las formas y en las mentes. La separación familiar y el escarnio social fue una fórmula que cumplió sus objetivos. Numerosos esposos encarcelados, huidos o desterrados, esposas e hijos desamparados y sometidos a chantaje permanente, abusos laborales o afectivos, invisibilidad social y otras consecuencias sufrieron muchas personas en Galaroza y en el resto del país.

Uno de esos ejemplos lo tenemos en la familia Romero Vargas. Su patriarca, Joaquín, nació el 13 de agosto de 1888, y desde su puesto de guarda jurado o de campo, intentó siempre evitar los abusos a los jornaleros por parte de los elementos de la derecha ideológica o económica del pueblo. Esto le granjeó la enemistad de poderosos caciques, a pesar de no haberse señalado políticamente durante la etapa republicana.

Cuando en agosto de 1936 las tropas de la Columna Redondo tomaron Galaroza, Joaquín Romero supo que tenía que salir del pueblo para evitar su muerte. Habló con otros perseguidos, como por ejemplo, con Saturio Santiago, que se escondió en un zulo en la calle Sola y le ofreció cobijo.

Pero Joaquín sabía que tenía que huir. Al principio se escondió en diversos lugares, entre ellos la cuadra de la casa que ocupaba su familia situada detrás de la Cruz de las Pizarrillas. Un día, cuando vinieron a buscarlo para matarlo, pudo escapar debido al susto que se llevaron los franquistas ante los gritos de los guarros que criaban en esos bajos. El instante de pavor y confusión le sirvió para salir corriendo hacia la Sierra, pero dio lugar a uno de los episodios más dantescos de cuantos se conocen sobre la represión en Galaroza.

Su mujer, Rosario Vargas Sosa, nacida el 10 de octubre de 1895, fue presionada para que confesara el lugar de huida de su esposo. Como no lo supiera, el grupo puso a sus tres hijos pequeños en la pared de la casa de frente, amenazando con fusilarlos allí mismo si no hablaba. Sólo la llegada de un sargento y su desgana ante la escalofriante escena evitó la muerte de Rosario, Joaquín y Victoria.

El padre de estos críos, Joaquín, en su escapada, se encontró con Rafael Blanco, que le prestó ropa y ayuda, y tuvo la fortuna de llegar lejos en su huida. Según su nieto, Jorge Lobo Romero, en su deambular hacia tierras desconocidas formó parte de la columna de refugiados que fue emboscada y ametrallada indiscriminadamente en Llerena (Badajoz), y de la que pudo escapar la noche antes por el aprendizaje de silbidos y otros sonidos que había adquirido en la Guerra de África, en la que fue combatiente regular.Hasta que un día, en Madrid, en un control rutinario, fue detenido y comenzó un rosario de desgracias carcelarias. Fue condenado a muerte, pero mientras se ejecutaba la sentencia, luego conmutada, pasó por penales como el de Huelva, León, Burgos, Santander o San Fernando (Cádiz). En todos esos centros penitenciarios sufrió torturas, tanto físicas como psicológicas.

Entre el maltrato habitual se encontraba sacarle al patio en pleno invierno, casi sin ropa, en represalia por algún incidente cometido por otros presos. En la celda apenas tenía mantas y abrigo, “pasaba tanto frío que se le reventaban los sabañones”, recuerda su familia. Los interrogatorios para que delatase a supuestos delincuentes eran horrendos, como cuando sangraba por manos y pies a causa de los palillos que le ponían en las uñas. La tortura que más efecto posterior tuvo fue el obligarle a tragar agua con tierra, ya que le produjo infecciones de estómago, que al reproducirse fue una de las acausas de su muerte, en 1954. En cuanto a las presiones psicológicas, la más frecuente fue colocarlo ante un paredón para fusilrlo, aunque al final las armas no estaban cargadas con balas.

Mientras tanto, su familia quedó en un total desamparo. Sin noticias de su marido, Rosario tuvo que trabajar muy duro, de forma casi esclava, para sacar adelante a sus hijos. También sus hijos pasaron un auténtico calvario y una de ellas, Victoria, pagó además el duro golpe del escarnio público.

La única forma en que la familia pudo tener noticias de Joaquín era a través de un cachonero con contactos que podía averiguar datos del estado de Joaquín, de cuando en cuando. En los bailes que se organizaban en el pueblo, Victoria tenía que bailar con él porque se pasaban notas escritas para transmitirle mensajes a su padre. A partir de entonces, las malas lenguas del pueblo señalaron a la joven de forma injustificada.

Joaquín volvió tras once largos años. Fue en 1947, un 25 de julio, día señalado para los cachoneros por celebrarse la Subida de la patrona, la Virgen del Carmen. La llegada al pueblo coincidió con la Procesión de Tercia, junto a la casa familiar. Joaquín se paró ante la virgen, se presignó y dijo: “voy a ver a los míos”, y se dirigió hacia el domicilio que estaba tres casas más abajo de la iglesia. Victoria tenía 18 años aquel día y cuando volvió a casa no recordaba ni la cara ni el color de los ojos de su padre, al que dejó de ver con apenas 7 años. La vida quiso que ese mismo día, Fidel Pavón le hiciera una fotografía durante la procesión junto a una amiga.

Desde aquel día, Joaquín Romero se incorporó a la vida del pueblo junto a su familia, desarrollando labores en el campo e intentando olvidar el vía crucis sufrido por todos. Pero el tiempo pasa, y la verdad se abre camino. Durante el funeral de Teófilo Lobo, el marido de Victoria, algunos de los más representativos personajes de la oligarquía cachonera se detuvieron ante la viuda y se disculparon por todo el mal que le fue causado durante años.

El desprestigio, a veces, es peor condena que la cárcel, sobre todo cuando es injustificado. Por ello, “la familia merecía esta reparación y que se conozca el calvario que sufrimos, igual que muchos cachoneros que fueron represaliados por el mero hecho de pensar distinto o llevarse mal con los poderosos”. Quien así habla es Carmen Lobo Romero, nieta de Joaquín y de Rosario, hija de Victoria, que ha sacado fuerzas para aportar datos a la investigación de la historia de su familia, llevada a cabo por la Asociación Cultural Lieva.

Esta historia de vida se incorporará a la segunda parte del trabajo que Lieva presentó al Ayuntamiento de Galaroza en 2019 sobre la historia del pueblo durante los años 30 del siglo pasado.