domingo. 19.05.2024
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Fatima Hani. La inconformista búsqueda de la felicidad

Fatima Hani. La inconformista búsqueda de la felicidad

Si los paseantes del centro de Huelva por la calle Berdigón, esquina con Garci-Fernández, ven a Fatima Hani a las puertas de una cafetería cercana dirán que se trata de una joven morena, linda, de rasgos norteafricanos no muy marcados. Si a los clientes de Le Petit Café se les pregunta por ella contestarán casi al unísono que es la dueña de la cafetería, una chica amable, simpática y servicial con un trato exquisito que se esmera en que estén cómodos en su local. Si me lo pregunta a mí miraría al interlocutor con expresión ambigua y le preguntaría, a la vez, si conoce el término dulzura. Si al mirarla a los ojos no ha descubierto lo que significan las estrellas que lucen brillantes en los mismos y que se llaman felicidad. Hablar con Fatima es recordar el tiempo perdido. Es volverte a ver en esa búsqueda eterna de la juventud y de las ilusiones perdidas por la edad y el paso del tiempo. Es respirar aire fresco permanente, ilusión a raudales. Una eterna rebeldía inconformista para que nada ni nadie le robe nunca su libertad y su felicidad.

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Fatima Hani nació hace treinta y ocho años en la pequeña comuna de apenas trece mil habitantes de Saint Claude, en el departamento de Jura, en la región del Franco Condado, cerca de la frontera suiza. Sus padres de nacionalidad marroquí, como tantos cientos y miles de ellos, emigraron en los fáciles setenta en busca de una nueva vida y de un futuro más prometedor para su futura prole. Fatima fue la primera de los vástagos a los que se unirían después cuatro hermanos más. La vida para la familia Hani transcurría feliz y tranquila en un barrio multirracial a las afueras de la población. El padre trabajaba en una fábrica de gafas y la madre en la industrias de los frutos secos. El barrio entonces estaba formado por emigrantes jóvenes con ideas propias y culturas distintas, lo que le daba un carácter de amplia y consensuada civilización. La idea del Estado Francés era asumida por los emigrantes, el concepto de la integración. Sus padres al no ser practicantes y no celebrar el Ramadán no tuvieron problemas para adaptarse pronto a los usos y costumbres del lugar.

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Era buena estudiante y hasta los doce estuvo en L´Ecole Primaire des Filles en donde se empezó a mostrar como una niña competitiva, amante de la lectura y con un sentido muy estricto del sentimiento francés de la Fraternidad, Legalidad e Igualdad. Ella era y se sentía francesa. Al país de sus padres, Marruecos, sólo iba cada tres años en época de verano y al hacerlo se sentía extraña en la tierra de sus ancestros. Así, a los doce años, cuando comenzó a estudiar en el instituto que estaba en el centro de la ciudad notó que salía a un destino distinto, a un lugar que nada tenía que ver con su barrio. Ni los edificios, ni la gentes, ni las relaciones eran iguales. Pero ella nunca tuvo problemas de racismo. Fue siempre bien aceptada y recuerda con cariño que llegó a salir con un chico y cenar en su casa siendo los padres de profundas convicciones racistas. Ajena a la conciencia religiosa, el descubrimiento de estos fenómenos socio-culturales les hace preguntarse por una razón moral o religiosa. Asesorada por su profesor de Historia buscó ese sentido religioso en su interior pero comenzó rechazando por diferentes motivos uno a uno todos ellas hasta que llegó a la conclusión de que la mejor filosofía moral era la de respetar y amar a los demás…y ya está!

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Siempre amó la belleza. Cuando de pequeña viajaba a África se quedaba prendada por las puertas y ventanas de las localidades del norte del continente. Quería plasmar aquello que sus retinas captaban constantemente bien a través de la fotografía, del lienzo o de la escultura. El Arte. Por ello cuando terminó el Bachiller quiso estudiar Bellas Artes en París. Aquí nació en ella una sensación que nunca había sentido, la sensación de la amargura, de la incomprensión, de la injusticia. Todo ello envuelto con una dosis ácida de odio y un deseo de venganza ante las posturas falsas y las conductas insanas e irracionales que produjo su decisión en el barrio y en su casa. Irse una mujer sola a estudiar fuera de su casa no es que estuviera mal visto sino que era cosa de mala mujer. Entonces, quizás como rebeldía a lo establecido y como un medio de venganza y un modo de independizarse, decide a los dieciocho años casarse con un chico francés, de padre argelino y madre francesa que conocía desde pequeña. Tres meses después de la boda rompe con su querida Francia y se marchan a vivir a la Isla de Guadalupe, un pequeño archipiélago francés de las Antillas entre las costas sudamericanas y la República Dominicana. Sin embargo, todo lo que al principio fue un culmen de felicidad y de amor, de parajes paradisiacos y clima caluroso típicamente caribeño se torna en aburrimiento por su parte. Echa de menos La France, el clima frío y nevado de Saint Claude, la extensión del territorio, las montañas, el cielo infinito. Se asfixiaba, se ahogaba en una isla poco mayor que un islote rodeado de agua sin más alternativa social o cultural que vegetar.

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Conociendo su embarazo el matrimonio decide separase. Él no quería dejar la isla, tenía trabajo como Agente de Seguros y se sentía acomodado a ella y Fátima no soportaba un minuto más esa parálisis vital. Cuando vuelve a Saint Claude nace su hija, Linda, pero rechaza la idea de volver con su familia y a su antiguo barrio. E igualmente rechaza la ayuda estatal de 800 euros que se le dan a las madres con hijos que viven solas. Ella no quiere ser una mantenida del Estado. Ella es joven y sabe valerse por sí misma. Empezó a trabajar en una fábrica a la vez que se ocupaba de su hija y, transcurrido dos años de contrato, el jefe la llamó a su despacho para que firmara el contrato indefinido de la misma. Cuando se dirigía a él a través del estrecho y oscuro pasillo nace de nuevo en su interior el inconformismo rebelde de la libertad. Miró a su alrededor y vió las oficinas grises, de muebles grises con grises personas que mataban su juventud y sus vidas en ellas. Le dijo que no aceptaba al superior y éste le dijo, con sonrisa también gris, que se arrepentiría de ello.

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No se amilanó. No entró nunca en sus planes dejar de perder la sonrisa luminosa con la que se levantaba y se acostaba. Hubo una vacante en el Ayuntamiento de Saint Claude, en el departamento Social, y aunque ella sólo tenía el Bachiller Superior y otras muchas aspirantes poseían todo tipo de Licenciaturas, no se amilanó y se presentó. “Porque sé que soy la persona que buscan, que no se van a arrepentir si me contratan…porque yo soy esa persona”, fué toda explicación que dio al Tribunal en la entrevista personal. La eligieron. “Tienes estrellas en los ojos”, comentó un miembro como respuesta a tal decisión. Trabajó duro y con alegría en esta su nueva etapa que se iba a convertir sin ella saberlo en la última en territorio galo. El montaje de un proyecto de escuela en Dakar, Senegal, va a marcar un antes y un después en su vida. Marchan a Senegal para la puesta en práctica del proyecto y a la vuelta hacen escala en Mauritania donde conoce y entabla amistad con una pareja de nativos. La invitan a volver y a quedarse con ellos durante una semana.

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…Y la semana se convirtió en un mes. Mauritania mantenía por aquella época un amplio tratado de cooperación a nivel de Pesca con la apertura de sociedades mixtas, con España. Los armadores onubenses tenían en esta zona de África su segunda base empresarial. Y coincidencias de la vida, un onubense comienza a formar parte en la vida de nuestra Fátima. Pasean, se conocen y poco a poco nace entre ambos jóvenes el sentimiento mutuo del amor. Él era un chico culto, muy inteligente y gran conversador que dominaba perfectamente el francés y ella sucumbió irremediablemente ante esas cualidades. Un año estuvieron separados. Se veían de vez en cuando por Madrid, aprovechando los múltiples viajes que realiza y por medio del móvil. No le cuesta trabajo decir adiós a su trabajo. Empezaban a agobiarle los asuntos sociales, se llevaba el trabajo a casa y no lograba desconectar una cosa con otra. De nuevo la asfixia.

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Y vestida de Zara, en el 20005, se casa en Huelva en la Audiencia Provincial. Linda, su hija, tiene ya ocho años y se adapta rápidamente a las costumbres locales y los nuevos compañeros del Colegio Moliere. Fátima se siente al principio muy feliz. Un mes antes no sabía ni de oída de la existencia de una ciudad llamada Huelva y ahora se veía viviendo en una pequeña ciudad andaluza cuyas costumbres no conocía y su idioma no compartía. Se dedicaba a ir a la antigua plaza de abastos, al extinto mercado de El Carmen, y recorría los puestos de verduras, de carnes y, cómo no, de pescados. Y fueron los tenderos sus primeros maestros de idioma, de sus expresiones y giros linguísticos. También todas las mañanas bajaba a una cafetería cercana a tomar café y a leer la prensa local. No entendía nada pero se esforzaba en leerlo todo e intentar relacionar las palabras. Tampoco tenía tiempo para entablar relaciones sociales de amistad. Viajaba mucho casi constantemente, acompañando a su marido en los largos y sucesivos viajes de negocio. Por otro lado, tampoco tenía interés alguno en mantener las clásicas relaciones sociales burguesas.

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En el 2007, dos años después de contraer matrimonio, nace su hijo onubense, Javier. Con el nacimiento del varón su vida completó a la efímera felicidad cuando esta no está asentada sobre bases sólidas. Sirvió para maquillar ciertas grietas que en el monstruo bendito, bendito monstruo, del inconformismo pertenecía a ella de una forma crónica. Su vida se volcó en la educación de su hijo, en ejercer de ama de casa y dedicarse a todas las tareas propias de la misma. Consecuencia de esta relatividad, cuando el hijo acompañó a su hermana Linda como alumno del colegio Moliere, el fantasma del aburrimiento se apoderó de ella. Empezó a no verle sentido a su vida, a su desarrollo personal y vital. A sentirse encarcelada en una cárcel de barrotes de cristal de lujo, pero barrotes al fin y al cabo. La asfixia. Se sentía como un personaje de Albert Camús que tanto leyó en su juventud. El gris tuvo la fuerza de apagar el color azul radiante del cielo de Huelva. La sonrisa se le fue marchitando como una flor de primavera en el estío. La asfixia le producía vómitos mentales y conclusiones paradójicas. Si fue el dinero, su ausencia, la que la apartó de la felicidad de estudiar en París y tomar la temeraria decisión de casarse es ahora el mismo material, en su tenencia, la que le hace comprender que no es éste el que da la felicidad.

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La inconformista rebeldía en constante lucha por la búsqueda de la libertad a través de la felicidad. El divorcio era la única salida real y racional para mantener a flote una bonita relación de amistad. Y así lo hicieron. En esta circunstancia, antes de producirse este acto judicial, puesto que de hecho ya se sentían ambos separados, tomando su desayuno matinal en la cafetería Panaria la dueña del establecimiento que ya había entablado amistad con ella como clienta asidua que era, le propuso trabajar allí. Al principio lo tomó como una broma; no entraba en sus planes dedicarse a la hostelería. Sin embargo, una noche despertó y se dijo que no podía dejar nada por el camino por hacer. Aceptó y por primera vez en mucho tiempo su sonrisa volvió a nacer con la amanecida y descansar en el sueño nocturno. Cinco meses estuvo aprendiendo en la cafetería y comprobó que aquello era lo que buscaba para ella como empresaria. Tenía don de gentes, trato amable y amistoso y sentido empresarial.

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Y después de muchos estudios de viabilidad, de sortear miles de dificultades administrativas y financieras, de buscar decenas de locales y quedarse con el maldito por la gente, pero que aquel le recordaba en sus amplios ventanales otros locales que había visto en Nueva York, con la única compañía de sus cuadernos y su Ipaid logra montar “Le Petit Café”, en la calle Berdigón 30. Iba camino de cumplir su juramento de que nunca más volvería a ser ama de casa en su vida.

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Y llega el día de la ansiada inauguración. Ella es una persona altamente competitiva que no se deja fácilmente sucumbir ante los desalientos. Sabe que le queda mucho aún que hacer y traer para hacer de su local algo distinto para Huelva. Poco a poco va incorporando pastelería y bollería exclusivamente francesa, delicada y fina, que le llega expresamente a ella desde el país vecino al igual que los panes. Amplía la carta de cafés especializándose en auténticas delicatessen del sabor y del paladar. El Moka o el Capuchino son requeridos hasta para llevárselos. Donde hace poco más de un mes sólo había dos o tres mesas ocupadas, ahora, a determinadas horas de la mañana o de la tarde, resulta prácticamente imposible encontrar un lugar libre. El servicio, además, se ha extendido al exterior poniendo una bonita y coqueta terraza en plena y céntrica calle peatonal que hacen las delicias de todo aquellos que tienen la fortuna de encontrar un lugar que ocupar. Por último, Fátima Hani quiere tener una constante evolución en su establecimiento donde la cultura predomine en su ambiente y en su gente haciendo recitales poéticos en el mismo, cuenta cuentos para mayores, degustaciones de vinos o licores, presentaciones de ropas de modas y un largo etcétera que paulatinamente nos dará a conocer. Fátima Hina, te agradezco en lo más profundo haberte conocido, haber podido disfrutar del juego luminoso de tus estrellas oculares y de la gloria de tus labios cuando sonríes.

Por Miguel Ángel Velasco