viernes. 29.03.2024
El tiempo
Opinión

The Spanish New Deal

Roosvelt no utilizó todo ese dinero para repartirlo como subsidios a la sociedad. Los esfuerzos fueron para sanear el aparato productivo de las empresas

El otro día los señores Pedro Sanchéz y a su vicepresidente Pablo Iglesias hablaban en diferentes medios de la necesidad de llegar a un gran pacto de reconstrucción, lo que ellos ya empezaban a llamar un nuevo “New Deal”.

Por si alguien no lo sabe, este famoso “New Deal” hace referencia al plan de reconstrucción económica que llevó a cabo el gabinete de gobierno del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, tras la primera gran crisis del capitalismo, allá por el año 1929.

El famoso “crack del 29” se produjo por una burbuja especulativa de los valores en la Bolsa, que al quebrar, se llevó por delante a todos los inversores, bancos y con ellos a las empresas y sus trabajadores, colapsando todos los mercados, en un proceso muy parecido al que se produjo hace tan sólo una década, pero con origen en sector inmobiliario.

Entonces, amparándose en los preceptos de un prestigioso economista, el señor J. M. Keynes, el principio que se estableció parece muy claro. Si el problema era la no existencia de dinero y por tanto la falta de mercado, el objetivo debía ser ponerlo de nuevo en marcha incentivando el consumo. Para ello, el Estado hizo lo que para muchos suponía gastar su última bala antes de entrar en absoluta bancarrota, que era gastar todo su dinero y endeudarse para activar dinero un circuito económico en coma.

Hasta ahora, todo muy parecido a la línea que parece proponer nuestro Gobierno actual con ayudas masivas a todos los sectores de la sociedad afectados por esta brutal situación bajo el lema “No dejaremos a nadie atrás”. Sin embargo, la diana a la que unos y otros apuntaron fue la gran diferencia.

Roosvelt no utilizó todo ese dinero para repartirlo como subsidios a la sociedad. Los esfuerzos fueron para sanear el aparato productivo de las empresas, por ello se establecieron los precios mínimos, inversiones en obras públicas para aumentar la demanda, inversión en infraestructura, etc. E incluso se redujeron las horas de jornada laboral, que en un principio se pudo ver como una medida contra la empresa, pero que rápidamente se convirtió en algo muy acertado, pues no sólo aumentaba la demanda de empleo sino que también aumentaba el consumo al haber más familias con ingresos, igual que el resto de medidas laborales que hoy están plenamente asumida en nuestra Estado del Bienestar (subsidio de desempleo, salario mínimo, convenios y sindicatos, etc). Con ello, se consiguieron dos grandes objetivos, recuperar el aparato productivo y, a la vez, posibilitar a la gente acceder a un empleo para ganarse la vida por ellos mismos.

Como puede apreciar el lector, esto no tiene nada que ver con todas esas fantásticas medidas anunciadas por nuestro vicepresidente, encabezadas por un salario mínimo universal, que si bien, como parche para socorrer a las personas que peor lo están pasando en estos momentos, alargado en el tiempo solo pueden generar destrucción de empleo y aumento de la dependencia al Estado.

¿Destrucción de Empleo? Pero ¿cómo va a ser eso? La historia no permite observar cómo todas esas medidas de subsidios, que en un principio tienen un fin del todo bondadoso (seamos ingenuos y no pensemos que con ello se aseguran un o dos millones de votantes), se convierten al final en un aumento de economía sumergida con familias acostumbradas a vivir del subsidio y sin ninguna necesidad ni ambición de cambio. Una situación de dos millones de personas, que suponen no sólo un gasto brutal al Estado sino también una pérdida destacada de ingresos, aumentando el endeudamiento de éste y del resto de la población activa que con un aumento de impuestos tiene que soportal al resto, hasta su bancarrota. Si no se lo creen, solo deben irse a la época de Rodríguez Zapatero y podrán comprobar lo que les digo.

Pero eso no fue todo en lo que el 'New Deal' americano se diferencia totalmente del actual. Entonces, EEUU inició una diversificación de todo su sistema productivo a fin de poder autoabastecerse con productos nacionales, con un inmenso mercado interior nada dependiente de otros países. Mientras que abarató el precio del dólar para así hacer todavía más asequible sus productos al exterior y aumentar todavía más si cabe la demanda. Una práctica de economía autárquica que de forma parecida ejecutó Adolf Hitler, por medio de su ministro de economía el doctor Schacht, en Alemania unos años después, siendo aclamado por todo el Mundo, mucho antes de que se convirtiera en la bestia que todos sabemos.

Sin embargo, en nuestro querido país seguimos confinados a un pobre sistema productivo muy dependiente del exterior, que tiene como base el turismo y los servicios al consumo, que en la situación actual tardarán mucho tiempo en poder alcanzar la normalidad, junto con un buen número de factorías en manos de empresas externas, fruto de las deslocalización industrial. Una población, salvo Madrid, amontonada en la periferia y un interior que se muere de abandono.

Es lo que nos quedó dentro del reparto de una UE, que se ha quedado a caballo entre una unión real a todos los niveles, al estilo de unos “Estados Unidos de Europa”, y el Brexit y los euroescépticos.O dicho de otra forma, nos quedó bailar con la más fea, pues la dependencia y debilidad de nuestra economía es brutal.

Por eso, un New Deal español debe pasar obligatoriamente por la diversificación de nuestro aparato productivo, analizando nuestra potencialidades no explotadas, con inversiones fuertes del sector público, creando un mercado laboral potente y en crecimiento que permita a las familias salir por ellas mismas de la situación de crisis en la que se encuentran y no con paguitas del Estado. En esto consistió realmente el New Deal.

Enrique Toscano