Me llamo Lola y esta es mi historia. Aunque, más que historia, es un poema…
Pues eso, que me llamo Lola y soy una labradora de unos siete años con una historia un poco complicada.
Mis primeros dueños me tenían día y noche a la intemperie, en un balcón minúsculo, y nunca me paseaban ni me dejaban entrar en casa. Y, claro, como no hacía ejercicio y me aburría, se me dio por comer y comer. En fin, que me puse gorda como una foca. Acabé casi con obesidad mórbida y no podía ni con el culo.
Cuando mis dueños se deshicieron de mí, fui a parar al refugio de animales de Ayamonte, y allí me pusieron a hacer ejercicio a diario y me controlaban la comida. El esfuerzo tuvo su recompensa y, sin liposucciones ni dietas milagrosas, me puse ideal, superfashion, toda monísima, ¡oye!... Aunque, bueno, tampoco os penséis que ahora soy una sílfide. Lo cierto es que sigo estando algo rellenita porque me pirra la comida, pero al menos ya puedo correr como los demás perros. Vamos, que he pasado de la talla XXXL a la M. No está mal, ¿verdad? ¡Ya le gustaría a alguna tertuliana de Telecinco!
En definitiva, que me puse tan guapa que me adoptó una familia muy maja que tenía cinco gatos. Pero, como soy una labradora, persigo gatos. Total, que mis cinco compis gatunos empezaron a estresarse mucho con mi presencia y escultural figura. Así que, tras muchos intentos de adaptación, la familia no tuvo más remedio que devolverme a la protectora. Todos lloramos aquel día.
Ahora busco el calor de un hogar, una familia cariñosa a la que le guste pasear y no le importe que sea epiléptica. Pero, no os asustéis, cuando me da un ataque mis temblores remiten a los pocos segundos con la medicación que me recetó la veterinaria de la protectora. ¡Parece cosa de magia!
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