martes. 23.04.2024
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La epidemia de 1918 se cobró la vida de 100 personas en Encinasola

Antonio Vaello rescata la crónica de la enfermedad contada por Candelario López
La epidemia de 1918 se cobró la vida de 100 personas en Encinasola

Esta pandemia de coronavirus está rescatando recuerdos e informaciones de otras anteriores. Una de las más referidas es la de gripe 1918, que también tuvo su crónica en la localidad serrana de Encinasola, escrita por Candelario López López y que ha sido divulgada en redes sociales por Antonio Vaello Ventepan, marocho en la emigración aficionado a recordar sucesos históricos de su pueblo. Candelario  López fue el último alcalde republicano de Encinasola, que fue detenido en junio de 1939 y encarcelado por las tropas sublevadas pero posteriormente liberado el 22 de octubre por intercesión de las autoridades portuguesas de Barrancos y por el padre Eugenio López, párroco marocho, según el libro ‘Guerra y posguerra en Encinasola’, escrito por Manuel Tapada Pérez.

Apareció publicada en la revista ‘Ecos de Flores’ del día 1 de enero de 1965, concretamente en su número 125. Los recuerdos de López son desatados por el otoño de aquel año, similar en lo climatológico al que vivió la trágica gripe, a la que califica como “guerra sorda, ya que sin tiros, que arrebató a muchos seres queridos de sus hogares”.

Uno de los rumores en cuanto a las causas de aquella epidemia sería, según López, “la cantidad de seres humanos que quedaron insepultos en los campos de batalla, como también las bestias que prestaban su servicio a la causa bélica”, la I Guerra Mundial, recientemente finalizada.

Se decía que la gripe había penetrado en España por la frontera francesa y que fue “una enfermedad democrática, puesto que afectaba a todas las clases del pueblo”. La situación que describe el cronista es muy familiar en estos tiempos, al indicar que “las familias no podían favorecerse las unas a las otras por estar afectados unos y otros”, aunque se cebaba sobre todo “en las personas jóvenes y robustas y de contextura física fornidas”.

Sembró el pánico durante los cincuenta días aproximadamente que duró en Encinasola, ya que las primeras víctima las ocasionó el diez de octubre y la última se enterró el 29 de noviembre, víspera de San Andrés.

Se popularizó en España la gripe con el nombre de “Soldado de Nápoles”, lo cual provocó que en el pueblo se dijera a cualquier infectado de gripe que le había caído el “Soldado de Nápoles”, como en otras épocas se le tachaba con que le había entrado “La Pachanga”.

Los cadáveres se enterraban sin campana y sin respetar el itinerario que fue siempre tradicional; se llevaban, por el trayecto más corto al cementerio. “Los acompañamientos, siempre nutridos en nuestro pueblo, eran escasísimos; unos cuantos familiares y algunos amigos de las víctimas acompañaban y daban el pésame con gran rapidez, por tener que ir de nuevo a otro entierro”, revela López, quien aporta el escalofriante dato que el día 19 de noviembre hubieron de vivirse en Encinasola nada menos que nueve entierros.

Se pone poético y trágico nuestro cronista al confesar que “el autor de esta modesta crónica en su desordenada y turbulenta juventud, llevó al cementerio al noventa por ciento de los fallecidos por tan tremenda epidemia”. Y nos confirma que el tratamiento para esta epidemia fue el brandy, al que López tenía “una afición desmedida”.

La gripe alteró todos los comportamientos sociales, ya que, si bien “por aquella fecha era costumbre en el pueblo ir cantando por la calle los mozos, sobre todo los que estaban en la quinta y los de la venidera, más de una vez se dio el caso de que en calles tan pequeñas como la callé Flores, al ir cantando, saliera una mujer y nos dijera: «No cantéis, queridos, que hay dos muertos en la calle»”

Había en aquel momento tres médicos en el pueblo, D. Juan Velasco, D. Manuel Gómez y D. Luis Vilche, pero la ciencia médica se consideraba incapaz para atajar y extinguir la gripe, recetándose únicamente leche y coñac. Entonces no había vacas como hoy y las cabras eran insuficientes para abastecer a la décima parte de los enfermos. Pero tampoco era la panacea, debido a que “el coñac se terminó, apenas iniciada la peste, ya que los pocos establecimientos que había entonces de este ramo no disponían de existencias; se sustituyó el coñac por el ron, que se agotó inmediatamente. El que conseguía llevar la mitad de un cuarto de litro a su casa había conseguido un triunfo”.

Las víctimas ocasionadas en Encinasola por la terrible enfermedad rondó el centenar, contando la localidad por aquel tiempo con unos 4.500 ó 5.000 habitantes. Esta trágica cifra contribuyó, según López, “a que quedaran muy pocas familias en el pueblo que no tuvieran que guardar luto”.

La revista ‘Ecos de Flores’ tenía una periodicidad quincenal en aquella etapa; nació con otro nombre pero finalmente se convirtió en una especie de hoja parroquial dirigida por el cura Horacio González, con contenidos culturales y locales. En ella colaboraban vecinos como Andrés Guerrila, el médico Urbano García o el propio Candelario López, publicándose cartas de marochos emigrantes en toda la geografía española y europea, sobre  todo desde Alemania.