Cuando el frío llega a Huelva: historia, sierra y mañanas heladas
La provincia, conocida por sus playas y su luz mediterránea, revela otra cara en invierno: la sierra y los valles interiores donde el frío cala, las heladas sorprenden y alguna que otra vez la nieve tiñe de blanco los tejados
La provincia de Huelva, famosa por sus playas y su clima templado, también tiene un rostro distinto cuando el invierno se instala. La sierra de Aracena, con pueblos colgados de la montaña y valles estrechos, se convierte en el refugio natural del frío. Cortegana, Almonaster la Real, Jabugo o Aracena misma registran las mínimas más bajas de la provincia y se transforman en pequeños baluartes de la historia invernal onubense.
Tradicionalmente, los agricultores y ganaderos recuerdan noches en las que los termómetros bajaban por debajo de cero y las heladas cubrían olivos y viñedos. Las chimeneas de piedra ardían desde primeras horas de la tarde, mientras se preparaban guisos que ayudaban a combatir el frío. En décadas pasadas, no era raro que la sierra viviera nevadas fugaces, dejando un manto blanco sobre los tejados y calles que desaparecía al primer sol, pero que todavía se recuerda en fotografías y relatos familiares.
El frío también afecta a los valles del Andévalo y la campiña onubense. Durante las noches despejadas, la humedad de ríos y arroyos se congela parcialmente, dejando un brillo helado que anuncia el amanecer. Incluso Huelva capital, cercana a la costa, percibe la bajada de temperaturas, aunque el efecto moderador del mar suaviza los termómetros. En estos pueblos de interior, el silencio invernal sustituye al murmullo cotidiano, roto solo por el viento entre árboles y tejados.
La historia del frío ha marcado la arquitectura y la cultura local. Los muros gruesos de piedra y los patios interiores de las casas serranas protegían no solo del calor estival, sino también del frío invernal. Las reuniones familiares en torno a guisos y caldos eran rituales de supervivencia y comunidad, y hasta las ferias y celebraciones se adaptaban para evitar las noches más gélidas.
Aunque las nevadas son excepcionales y las mínimas extremas poco frecuentes, el frío en Huelva sigue dejando huella. Cada invierno, cuando la sierra se cubre de escarcha, se recuerda que el frío tiene su propio carácter en la provincia: silencioso pero capaz de transformar paisajes, ralentizar la vida cotidiana y dejar historias que pasan de generación en generación, recordando que incluso en el sur, el invierno tiene su espacio y su poesía.