viernes. 29.03.2024
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Carta al COVID-19

Solo son dos meses, pero te das cuenta de que pueden pasar tantas cosas en solo dos meses… que asusta la inmensidad de la vida

Querido COVID:

Te escribo desde el confinamiento que llevamos desde hace algo más de un mes, con la previsión de que se alargará al menos 15 días más, y con la seguridad de que cambiarás nuestras vidas durante un largo tiempo. Y lo hago porque existe la necesidad de encauzar todas estas emociones. Tengo que decirte que estamos realmente enfadados contigo, y creo que nuestros motivos son muy justificados para estarlo. ¿Sabes por qué? Has llenado nuestras vidas de incertidumbres, y las has vaciado de besos, abrazos, costumbres, risas, comidas y momentos. Nos has arrancado muchísimas cosas, a nosotros, que nos creíamos dueños y señores del mundo y de la vida. Has venido a sacarnos de nuestras comodidades, de nuestros trabajos, nuestras vacaciones, nos has quitado nuestros ritos, no podremos vivir nuestras estaciones de penitencia, no podré coger las manos de nuestros hijos para ir a pedir cera, las competiciones no terminarán, todo se ha congelado. Has dejado tantas historias interrumpidas…

No hay fiestas, ni de cumpleaños, ni de ningún tipo, porque no pueden existir invitaciones. La muerte no sólo llega de tu mano, la guadaña sigue actuando por las causas de siempre. Hay duelos rotos por todos lados, sin despedidas, sin tocar su piel por última vez, y todo eso sin poder recibir abrazos ni consuelos, si es que los hubiera.

Y es que solo son dos meses, pero te das cuenta de que pueden pasar tantas cosas en solo dos meses… que asusta la inmensidad de la vida.

Estamos muy enfadados Covid, mucho, ha llegado un momento en el que ya no podemos decirles a nuestros hijos si podrán volver a ver a sus compañeros de la guarde, que no sabemos si volverán a ver a su “seño”, la que nombran por las mañanas. Tienes a nuestros jóvenes enfrentando la dureza de no estar con sus amigos y sin saber qué va a pasar con su futuro. Imagino a los chicos de selectividad, ellos también están enfadados, tienes que saberlo.

Algo me preocupa más, y es cuando el enfado pierde fuerza, entonces se convierte en tristeza, y es lo que están sufriendo todos esos abuelos cuya chispa son sus nietos, que deseaban los momentos de oír sus voces entrando por las puertas. No sé si lo sabes Covid, pero la pantalla de un teléfono es una puerta muy pequeña para todos.

También nos ha fastidiado que nos quites libertades que nos encantaban, como ir tranquilos a un supermercado, un paseo por la playa, un café con amigos, domingos de campo, un paseo en moto, ver a nuestros hijos disfrutar del parque, comer en familia o la seguridad del sueldo ganado con nuestro trabajo.

No vamos a perdonarte la preocupación que tenemos sobre nuestros mayores, que en muchos casos están solos, por miedo de ellos, y miedos nuestros, porque tiene que ser un peso muy grande perder al abuelito porque me descuidé y te llevé a su casa. Y es que es tan fácil llevarte de un sitio a otro…

No te perdonamos las lágrimas que hemos visto, de impotencia, de necesidad, de amor, de distancias, porque tratamos de matarte a un metro y medio, pero a esa distancia estamos muriendo nosotros.

Pero lo que no vamos a perdonarte nunca es que hayas quitado el abrazo de padres, de hijos, que nos hayas quitado su olor, su calor y su tacto, que no nos dejes ir a verlos, que no podamos recargarnos con la energía de la que fue nuestra casa, que no podemos sentir la magia que sólo nos da esa casa, y que ahora tanto nos falta.

Y aunque suene extraño, también queríamos darte las gracias. Porque llegaste tú para reclamar el equilibrio que el planeta necesita. Llegaste tú y colocaste la impetuosa mano del hombre entre cuatro paredes, para que la Tierra pudiera respirar, para que el mar pudiera volver a ser azul, los animales recuperaran terreno y el cielo dejara de estar tapado por la contaminación, ese manto gris.

Además, nos has “regalado” tiempo, encerrados, pero tiempo. En estas circunstancias sólo nos queda nuestra casa, y digo solo porque la realidad nos da en la frente para decirnos que lo realmente importante está en esa casa, nuestra familia, nuestra salud y nuestras necesidades tienen que estar cubiertas en esa casa. Solo nos queda nuestra casa, pero es que nuestra casa lo es todo, o debería serlo. Y en esa casa, y con ese tiempo, han vuelto los juegos en familia, las horas de lectura, pinturas olvidadas, sonidos de instrumentos guardados, imaginación para hacer deporte, y, sobre todo, la conversación con uno mismo.

Qué pena que hayas tenido que venir tú para enseñarnos eso, Covid.

Y somos privilegiados, porque has atacado a gente que lo único que quieren es ir a ese templo, su casa, y no pueden porque les ahogas, y luchan por sus vidas en hospitales. Y, además, querido Covid, nos hemos dado cuenta de que has nivelado las cosas, y ahora todos parecemos un poco más iguales, porque no importa el coche que tenga en tu garaje, cómo de poderoso sea o las cifras en su número de cuenta, ya que si tú lo atrapas… es tan vulnerable como cualquier otro. De pronto has venido a demostrar que cualquier cuerpo es una posible diana que puedas llevar a la muerte, sin importarte su apellido.

Eres invisible, temible e imprevisible, tienes un impresionante ejército, pero no contabas con el nuestro, pues tenemos unos soldados con batas blancas que están demostrando ser una tropa con una calidad humana, una solidaridad, una valentía y una fortaleza impresionantes, que tenemos que cuidarlos y cuidarnos, porque…

¿Sabes qué, Covid?

Que esta batalla la vas a perder.

Te la vamos a ganar.

Y cuando te ganemos, nos GANAREMOS.

Este es Tu Espacio de Psicología, si quieres que hablemos de algún tema que te preocupe o del que quieras saber más contacta conmigo a través de mi email.

Ana Bella Vázquez Gento, Psicóloga de ciMa Atención Psicológica Huelva.

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