viernes. 26.04.2024
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Antonia María Peralto, la constante búsqueda del Arte, presenta 'El Perfume del amor'

Antonia María Peralto, la constante búsqueda del Arte, presenta 'El Perfume del amor'

LA PERSONA.- Sevilla. Qué fácil me resulta escribir de esta ciudad sin caer en tópicos o chauvinismo barato. Sevilla esa “Nova Roma” que cubrieron de artistas italianos y flamencos con aires renacentistas sus calles y plazas en los siglos XVIII y XIX, es una ciudad que se levanta sobre sus propios escombros para ocultar sus miserias y bajezas personales. Una ciudad que tiene tanto de esplendor y belleza monumental que puede permitirse, el hombre, hacer frente a los problemas políticos sociales de la I República, por ejemplo, dando como solución derribar la mayoría de sus murallas, puertas y postigos para dar trabajo a una población hambrienta. Una ciudad que en la última década de la barbarie urbanística dictatorial es capaz de vender en subasta los palacios de Torres de Sánchez-Dalp y Calonge, el del Marqués de Palomares y el de Cavaliari, todos sobre los escombros usurpados por las tropas napoleónicas del Palacio de Los Guzmanes o de Medina Sidonia, sin que se levantara, a excepción de Romero Murube, una voz en contra. Sevilla tenía que ser.

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Y es en esa Sevilla donde nace nuestra protagonista. En esa década de finales de los cuarenta en la que la urbe es un trasiego continuado de miedos, rufianes y camisas azules. Sevilla, sin embargo, conserva lo que nadie le puede quitar, su embrujo, su magia y su amor sempiterno por el arte. En ella tenemos que decir, a la fuerza, que quién no sienta su piel erizarse y su corazón palpitar acelerado al pasear por la calle Viriato, San Luis o Verdes es que no tiene corazón y ni la más mínima esencia artística en su interior. Antonia María nació en la calle Recaredo donde, aún cuando ya formaba una amplia arteria en la que transitaba vehículos a motor renqueantes y coches de todo tipo de la posguerra, las vecinas se sentaban al fresco del verano con las sillas de eneas y las muchachas casaderas paseaban de esquina a esquina de la calle en busca del pretendiente deseado. Pero en realidad, Antonia creció no lejos de allí, en la calle Lirios, en casa de sus tías, prácticamente en el laberinto de calles inmemoriales y fantásticas a la trasera de la gran avenida.

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Cursó, Antonia María, sus estudios primarios y de bachiller entre el colegio de El Santo Ángel y el Liceo Francés. Siempre rodeada de piedras con sabor a magia e historia, de edificios con verjas cinceladas artísticamente que escondían patios y jardines con claustros que la hacían soñar despierta, hace nacer en ella un sabor dulce por conocer y adentrase en ese mundo mágico del arte. No podía ser de otra forma. Pasea y se pierde por sus callejuelas admirando balcones y fachadas, los trazos únicos de sus calles estrechas y angostas, imaginándose un personaje musulmán, otros godas, otros romana y otros cristiana, según pasee por sus diferentes barrios que conservan la esencia y el sabor de los mismos que sólo las personas con la sutilidad del artista puede percibir.

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¿Quién se iba a extraña qué los pasos universitarios de Antonia María Peralto Pérez se dirigieran hacia la calle Abades, a la Casa de Jerónimo Pinelo, más conocida como sede de la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría? Tenía por aquél entonces 15 años y Sevilla se abría al cielo moderno de los sesenta. Se sintió entusiasmada cuando colocó sus pies en el portal del antiguo caserón. Muchas veces había paseado por sus alrededores y conocía de memoria el edificio de origen medieval que tras la muerte del canónigo que le da su nombre, pasó por diferentes destinos como colegio, alquiler de caballos o fundición para imprenta. Guarda cierta relación, tras su posterior enriquecimiento ornamental, con otras casas-palacios como el de Dueñas, Pilatos o de Mañara. Sus ojos juveniles habían recorridos numerosas veces su fachada como si de un palacio de ensueño se tratara y, sin embargo, al tiempo comprendió que ésta era de una gran simplicidad, con una amplia portada sin decoración alguna en una de sus esquinas. En la primera planta observaba con deleite un simple balcón con guardapolvo de pizarra y en la segunda un mirador con arquerías sostenidas por columnas de mármol y un antepecho de tracería gótica calada. De su interior nada sabía. Y aquella mañana ya convertida en una mujercita deliciosa , morena y de ojos penetrantes castaños de miel, de espléndida figura femenina en formación y cara moderna y hermosa, un tanto asustada por ser quizás la única mujer que veía por los alrededores, su espléndida esbeltez juvenil se paralizó por el contenido ignoto de su interior. Un amplio portalón de suelos de piedras articulaba a su derecha a un patio principal con arquería en tres de sus cuatros frentes construidas sobre columnas de mármol de Carrara labradas en Génova sobre el año 1.540 y que posteriormente descubrió también en la segunda planta pero recubiertas de yeserías platerescas. En los enjutos de esas arquerías pudo ver una serie de cabezas inspiradas en los Siete Libros de Diana- obra pastoril de Jorge de Montemayor- de 1.542.

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El ambiente de la facultad embriagó a Antonia María. Todo era tan distinto a su época de bachiller, tan poca su edad aún, tan diferente los horarios y costumbres, que tuvo que hacer un esfuerzo para adaptarse a su nueva vida estudiantil. Los otros alumnos, generalmente hombres, le parecían bastantes mayores embutidos en las clásicas americanas de anchas espaldas y sus corbatas de fino cuerpo, repeinados, elegantes y de aspectos intelectual. Muy lejana su estampa a la progresía indumentaria de hoy. Cada día pasaba nueve horas con ellos y cada día sentía que su amor por el arte en general era cada vez mayor. Tan grande como bellos eran los artesonados mudéjares y renacentistas de las distintas dependencias que servían de aulas y rodeaban el patio principal. Sin embargo, el tiempo pasa para todo y cambia todo. En el año 1,969 se licencia en Bellas Artes y eran ya muchas las chicas las que estudiaban entonces en sus aulas.

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LA PROFESORA.- Después del verano Antonia María Peralto se tuvo que enfrentar a otra de las decisiones importantes de su vida. O ampliar sus estudios a otros campos como el de la restauración – cosa un mucho utópica en aquella España gris salida de las alpargatas- o dedicarse a la enseñanza. Nunca se había planteado esta salida, no tenía además experiencia didáctica, pero si mucho contenido teórico práctico que mostrar. Así que no lo dudó. Nueve mil ochocientas pesetas de las de entonces tuvieron la suerte de esta decisión y se marchó a Linares, en Jaén, al Instituto de la localidad con apenas veintiún años, muchos temores por lo desconocido y una maleta llena de ilusiones. En esta tierra de Manolete e Islero se hizo como profesora y dos años después decide aceptar la plaza de Huelva, en el Instituto Rábida. A pesar de su cercanía, Antonia María no conocía la ciudad a excepción de la localidad de Isla Cristina, donde veraneaba con su familia habitualmente. Aquella Huelva, más que una ciudad pequeña, parecía un pueblo grande donde escaseaban sitios de ocio o cualquier tipo de vida sociocultural. Ese año tuvo, ante el desconocimiento de la urbe y la ausencia de hoteles adecuados a su bolsillo, que pasarlo en casa de una señora que le alquiló una habitación. Todo era tan distinto a lo vivido anteriormente que pensaba que se había adentrado en un túnel del tiempo a la vista de las caras de asombro y perplejidad que ponían los hombre, por ejemplo, cuando todas las mañanas entraba con sus carpetas bajo los brazos en la desaparecida cafetería Pelayo a desayunarse su habitual tostada y café.

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¡Y qué decir de sus primeros días de clase! En este apartado, aún cuando breve y con el permiso de la Artista, me voy a permitir el lujo de hablar en primera persona. Esta señora sentó un punto de inflexión , al menos desde el punto de vista estético, en aquél Centro que los que veníamos de la enseñanza privada, nos parecía de una aridez gris en cuanto a los componentes de su Claustro. Ello, sin embargo, nada relacionable con la calidad de su didáctica. Profesores como Antonio Orpez, Margarita Montesinos, Carlos López, Margarita y Amparo Santos, entre otros muchos, fueron sus compañeros y nuestros desvelos nerviosos. No obstante, a todos los de mi generación, aquellos que por el año 74 cursábamos el novicio COU y ya empezábamos a creernos diferentes a los alumnos de los demás cursos inferiores, la llegada de Antonia María Peralto Pérez a bordo de su “mini” al terraplén anterior al improvisado instituto de El Alto Conquero, supuso una bofetada sin manos para los ojos juveniles de aquellos adolescentes provincianos. Ya la definí anteriormente. Morena, de rostro con perfil modernista y bello en los que sobresalían unos inmensos ojos melosos de penetrante mirada, de edad cercana a la nuestra, pero de gestos y manera adusta para aquellos improvisados y constantes “mirones” que teníamos la mala suerte de no ser sus alumnos. El tiempo es una ruleta, como la historia, que siempre vuelve a topar a las personas y yo me la volví a encontrar gracias a su marido, con el que se casó y tuvo dos hijos. Mi gran amigo y maestro Diego Lopa. “ Por aquél entonces, Miguel, era muy joven y tímida. Recuerdo aquél inmenso caserón, precioso y majestuoso pero que estaba en medio ruina. Allí, en la planta baja, daba clase de nocturnos y por regla general, casi todos los alumnos eran mayores que yo. Por la mañana daba clase a los alumnos de COU en El Alto Conquero que tú me dices…Yo no era ni mucho menos una antipática, todo lo contrario. Pero era una forma de autodefensa ante mi juventud. Tenía que imponerme en un principio y eso que aquellas generaciones eran bastante sanas en el sentido de educación y civilizada. Pasados los años te puedo decir que todo cambió y me refiero al hecho de que maduré, era mucho más experimentada y mi relación con los buenos alumnos fue siempre inmejorable. Todavía soy amiga de muchos de ellos que me paran cariñosamente por la calle para saludarme. Aquello nada tenía que ver con el ambiente nefasto de los años venideros en el que se rompen muchos conceptos…Pero, en definitiva, te puedo decir que he sido muy feliz en la enseñanza, en mi relación con mis compañeros y con los alumnos y que ello me absorbió agradablemente otras facetas de mi vida.

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LA ARTISTA.- El Arte es una forma de vida para Antonia María Peralto. Ella no concibe un mundo sin el Arte porque entonces no sería ya mundo. El arte es magia, creación, abstracción. Algo necesario para el respirar, el vivir como el hablar o el comer. Sin Arte no hay vida, no existe. Estaríamos en un universo plano y sin aristas. Sin bellezas que cantar, sin miradas que pintar, sin contenido que escribir. Y ella es ante todo una ARTISTA. “ La enseñanza y la familia me envolvió y ató de tal manera que mi ilusión primigenia y mis posibles dotes las retuve, pasaron a ser algo subsidiario. Pero con los años, mis hijos mayores y mi madurez en el magisterio, la bestia que llevo dentro comenzó a golpearme. Necesitaba expresar, era el momento para ello. Empecé a trabajar en la tranquilidad de los veranos y mi primera exposición la mostré en el año 82 del siglo pasado, en la entonces Caja Provincial de Ahorros. Creo recordar que se trataban más bien de paisajes realizados con laca, pero esta técnica la dejé pronto pues me di cuenta de que se deterioraba mucho con el paso del tiempo. Y las últimas exposiciones hace tres años, con más de cuarenta obras entre pinturas y grabados, en la Caja Rural del Sur y en Los Álamos, en Isla Antilla, que se llamó “Hojas sueltas” y que me supuso un éxito inesperado por la afluencia de público y buenas críticas recibidas, pero que terminó agotándome. Para mí la pintura, fíjate lo que te voy a decir, al menos la mía, es como el realismo mágico de la literatura. No olvides que el arte es algo mágico y como tal lo que yo hago, en un principio, es manchar el lienzo y después voy desarrollándolo, las manchas, conforme me va diciendo, me va poseyendo, me va atrapando. Por ello, siempre me ha gustado la faceta impresionista. Si no tengo ganas de pintar no hago absolutamente nada. Yo no tengo métodos, ni soy cuadriculada en absoluto. Me considero una ácrata total y absoluta en este aspecto. Lo único que siempre hago es trabajar temprano, a primeras horas de la mañana que es cuando me siento más hiperactiva pero siempre pulsándome a mi misma. Si esa hiperactividad no se traduce en magia creativa nada de nada. A otra cosa”. lo que se preña en su cabeza. En esta pasada Feria del Libro onubense entregó a la poetisa María Luisa Domínguez Borrallo, una muestra de su buen hacer con la escultura en cerámica con “Penélope y Ulises”, en homenaje a su poemario.

EL PERFUME DEL AMOR.- La literatura era una faceta del Arte que Antonia María Peralto no había osado tocar. Sin embargo, esta mujer siempre interesada en conocer y explorar dentro de esta amplio mundo, siempre rodeadas de escritores y poetas, se dijo un buen día, ¿y por qué yo no puedo? Empezó a trabajar con pequeños relatos y publicó tanto individual como colectivamente, y se dio cuenta que escribir era más fácil que pintar en la medida de que no exigía tanta parafernalia como la pintura. Incansable, inagotable fuente de imaginación, sea con el sentido que fuere, Antonia María Peralto comienza a esbozar en silencio la que será su opera prima, su extraordinario trabajo literario que dentro de poco estará en las librerías onubenses, por medio de la Editorial Niebla. Pero no fue tan fácil como pensaba. Conforme escribía se daba cuenta de que estaba acumulando capítulos y capítulos sin cohesión, no centrados. Entonces, igualmente en silencio, toma nota de libros y algún método. Corrige, rompe, corrige y continúa. Nunca consulta o pide ayuda, a excepción de alguna amiga y en detrimento de la curiosidad de su marido. Al final sale esa obra, esa novela, ese El perfume del Amor.

Y es que Antonia María Peralto no se conforma en su primer libro con hacer una novela al uso. Con describir una historia, relatar un hecho simple o describir un momento. No, eso no va con ella. Se lanza con una historia compleja en la que se mezclan de forma progresiva lo real, lo histórico, lo novelesco o lo esotérico. Una historia donde la protagonista, Mercedes, nacida en un pequeño y antiquísimo pueblo en la depresión del Guadalquivir, entre Écija y Puente Genil, Santaella, se nos presenta como una mujer que arrastra una historia dolorosa que la transforma en una persona que se adapta perfectamente a todos los momentos de la vida. El relato comienza durante la triste y pasada guerra civil española y a través del personaje nos va a ir mostrando, por medio de increíbles sucesos, los avatares generales y particulares de nuestro País. Antonia María Peralto nos embriagará con los amores de Mercedes, con las vicisitudes de la época y las costumbres caciquiles del momento. Mercedes es una superviviente de aquella España negra que posee la facultad de captar la felicidad ajena y se sirve de ella para que, a través de cualquier medio a su alcance, ofrecérla a todas las parejas que pasan por su vida y que la necesitan sin saberlo. Esta extraña mujer, Mercedes, oculta en su variedad, poderes sobrenaturales. Habla con los espíritus, huele la necesidad de los demás. Todo es válido para que esta Dadora del amor, ayude a los que lo necesiten. Pero el personaje de Mercedes es sumamente complejo y atractivo. Reúne en él un gran misterio y una gran dosis de incógnitas y misterios que hacen que el lector se vaya involucrándose en sus avatares y se sumerja en una historia que pasa a ser generacional y que culmina con el contenido de fondo de la Sevilla que se vivió en la etapa de nuestra transición democrática a través de sus descendientes.

EL PERFUME DEL AMOR se presentará el próximo día 20 de octubre a las 8 de la tarde en el Salón Rojo de la Casa Colón y contará con la presencia e intervención del cheff Xanty Elías, de la escritora Carmen Palanco, la poetisa María Luisa Domínguez Borrallo y la actuación del cantautor moguereño Nicolás Capelo. El acto será presentado y moderado por Diego Lopa. Igualmente hay que hacer mención en esta obra de la impronta y el buen hacer profesional de otro artista, en este caso de la fotografía en todas sus técnicas, Adolfo Morales, que desde un primer momento se puso a disposición de Antonia María para captar, cómo sólo él sabe hacerlo, el alma de la escritora. Al término de la misma, a petición de Antonia María se dará una copa de vino del Condado de Huelva a cargo de su amiga la co-propietaria de Bodegas Sauci, Begoña Sauci. Deseando estamos de oír a Antonia María Peralto Pérez sobre su obra y de poder tenerla entre las manos.