jueves. 28.03.2024
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Opinión

Señales. Las advertencias de la naturaleza

Hace décadas de que nos dirigimos derechos al colapso como especie
Señales. Las advertencias de la naturaleza

Fernándo Álvarez

Aunque sean muchos los que se empeñan todavía en no verlo, las advertencias que la naturaleza nos viene haciendo desde hace décadas de que nos dirigimos derechos al colapso como especie son cada vez más inequívocas. Algunas de esas advertencias surgen este verano en forma de largos periodos de canícula, devastadores incendios forestales y pantanos vacíos. Y pese a esa evidencia, la humanidad continúa instalada en un sistema delirante que rinde culto al crecimiento continuo e ilimitado que absorbe a ritmo frenético los limitados recursos naturales, minerales, peces, bosques, agua, aire y tierra y los envenena y los contamina con sus residuos convirtiéndonos en una auténtica metástasis del planeta.

Hace ahora 50 años un famoso estudio encargado por científicos del Club de Roma y del Instituto Tecnológico de Massachussets (Los límites del crecimiento) advertía que nuestro modelo económico y social era sencillamente insostenible a largo plazo porque se dirige a un horizonte catastrófico en un doble sentido: cuantitativamente porque los finitos recursos del planeta son incapaces de garantizar el crecimiento exponencial de nuestras necesidades cada vez mayores, y cualitativamente porque generan una brecha cada vez más profunda entre la minoría que nada en la opulencia y la gran mayoría que cada vez se hunde más en la pobreza y la mísera.  

Veinte años después, otro estudio de los mismos autores indicaba que a esa altura (1992) ninguna de ambos desequilibrios había sido rectificado y probablemente ya se había cruzado la raya que marca la capacidad del planeta para sostener a nuestra especie y -lo que era más alarmante- no era seguro que, aun adoptando medidas inmediatas y drásticas, se llegase a corregir esa ciega inercia destructiva.

Ignorando esas advertencias y a pesar de las señales cada vez más apremiantes, políticos y ciudadanos siguen alimentando la misma espiral consumista, despilfarradora y tóxica que impulsa a las naciones ricas a negarse a compartir su riqueza y a las más pobres a tratar de igualarse a nuestros niveles de confort material en forma de viviendas, coches, trenes, televisores, teléfonos, frigoríficos, hospitales, etc.

La moraleja de todo esto no puede ser más clara. Nos guste o no, si no estamos dispuestos a recortar nuestra opulencia y a repartir con otros nuestra riqueza y si además nuestra inventiva no encuentra las herramientas para encontrar otro mundo más sostenible, ya podrán suponer ustedes cual va a ser el destino del homo sapiens sapiens y de toda su parafernalia tecnológica.