jueves. 19.06.2025
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Rocío del Teso. Maestra de la moda

Rocío del Teso. Maestra de la moda

“Aquella mañana Madrid despertó gélida. La fuerte calefacción del Hotel Preciados.”. Así empece a escribir la primera parte de la misiva que ahora releo en la soledad de la zona de embarque del Aeopuerto Adolfo Suarez. Quedan aún dos horas para que salga mi avión con destino a Sevilla y cargado de algunas botellitas de wisky que había comprado en una de las pocas tiendas abiertas, saqué el portátil para matar el tiempo y lo que me roía por dentro antes de ponerme a llorar o a gritar. No quería pensar en lo sucedido o mejor dicho en lo que mi conducta provocó. Sentía vergüenza y tristeza… pero también odio y amor. Si, amor. Y mucho…

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Cuando llegué a Atocha la noche empezaba a caer sobre la capital. Durante todo el viaje me entretuve pensando en todo aquello que había sido reina de mi cabeza desde que recibí tu carta. Había pasado un mes y sin embargo el noviembre típico veraniego de mi tierra dio paso, en cuestión de unos cientos de kilómetros y de unos días, al frío diciembre pre navideño de Madrid. Las luces de los faros de los coches realzaban los alegre y múltiples adornos elétricos del techo de la villa haciendo de ésta un sueño infantil de ilusiones y gozos. Le dije al taxista que me llevara hasta Vázquez Mella y al pasar por el edificio imponente de la Telefónica me sobrecogí como de costumbre, a pesar de que la fachada era un mosaico de luz. Desde que leí a Sénder éste edificio y el de hotel Gran Via, enfrente,me recordaba los pasajes en blanco y negro de la guerra civil donde las bombas de los cañones apostados en Princesa barrían esta avenida repleta de periodista, corresponsales de guerra y comisarios políticos. Quedaba poco para llegar y volví a preguntarme por cuadragésima vez que era lo que hacia allí. Habían pasado unos años de nuestro encuentro físico, de nuestro único y solitario encuentro y todo lo demás no había sido más que una amistad basada en la realidad irreal.

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Rocío del Teso es tu nombre. Eres licenciada en Empresariales, te encanta la fotografía y estás enamorada de la moda. Todo ello era lo que realmente sabía de tí, lo demás era puramente circunstancial. Lo que no era circunstancial un detalle que en su momento no percibí y que hoy, años después, se me antojaba importante. La edad. Siempre en mi vida he sido un muy mucho Peter Pan y la edad no ha sido obstáculo para mi relación conmigo mismo, pero no se puede ser ciego y una cosa es que tu mente sea universalmente juvenil y otra que tu físico le acompañe. Dorian Grey nunca quise ser. Rocío era casi catorce años más joven que yo y esta diferencia se marca bastante en todo, pero más en las relaciones externas. El taxista me indicó en qué parte de la plaza me dejaba. Su voz, ese maldito tono entre andaluz y madrileño recocido, me despertó de mi aislamiento mental. Me apuré en decirle que allí mismo y bajé para sacar mi bolsa de viaje. Rocío me había pedido que me quedara en su casa pero el retraso a última hora del viaje me hizo llegar justo de tiempo. Ahora me encontraba en una plaza Vázquez Mella totalmente reformada a la que conocí y tanto recorrí en aquellos años ochenta en los que la discoteca Long Play, de mi amigo Chema Suarez, se convirtió en mi segunda casa. Recorrí unos metros adentrándome hacia Chueca y pregunté a una pareja de jóvenes con aspectos de universitarios aseados por un lugar cercano que era una especie concept store donde igual te podías tomar una copa, que comprar algo, que oír un acústico o, como en el caso que me ocupaba, presentar un libro.

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Dejé la bolsa a una chica que me pareció una azafata o una dependienta del local que me la cogió sin dejar de marcar un gesto de asombro en su cara. El espacio estaba completamente lleno, atestado de un personal treinta y cuarentañeros que abarrotaban la zona del bar y la de la sala donde dos personas se fotografiaban tras una especie de stand. Reconocí en seguida a Rocío. Estaba igual que la primera vez que la vi. Bella en su naturalidad, hermosa en su sencillez sin artificio.Tenía la cabeza echada sobre el hombro de un señor con gafas de manera plácida y feliz. Sujetaba un libro en su mano derecha y me imaginé que era el texto que me había servido de excusa para hallarme en aquél lugar. Una auténtica muralla humana me separaba de ella. Les felicitaban y departían con ellos mientras empecé a preguntarme quién diablos era aquél tipo. El malhumor crecía a la par que unos dislocados indicios de celos se apoderaban ilógicamente de mí. ¿Porqué tendría que estar celoso? Ella era una amiga, una niña especial en mi mundo irreal. Una persona con vida propia y sentimientos y amores suyos que no me pertenecían y que se me escapaban entre la realidad de mis dedos como el agua. Entonces, ¿qué pintaba yo allí? Ni más ni menos que lo que otros presentes. Déjate de llevar por tu egocentrismo y pisa el suelo y quítate el abrigo que aquí adentro hace un calor del diablo. Impón, al menos, tu edad.

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Me divisó y entre la multitud el rostro se le demudó en una gran cicatriz de alegría y poniéndose los dedos en los labios me lanzó un beso. A los pocos minutos su cuerpo se plegó al mio en un abrazo que me supo suficiente para ahuyentar todo malhumor y sembrar mi espiritud de positividad. Me cogió de la mano y nos abrimos paso hasta un rincón casi solitario. Me miró chispeándoles los ojos de emoción, hablándome con ellos incapaz de coordinar los pensamientos a través de la voz. Mientras tanto, le apretaba sus finas y delgadas manos escondiéndolas entre las palmas de la mía. Entendía perfectamente cada señal y cada silencio. Pero quería salir de allí, acapararla única y exclusivamente de mi. Que me contaran con su voz tan personal qué había sido ella en estos años, de su vida que desconocía casi por completo. Como pude le conté el porqué del cambio de horario, que no había podido dejar la maleta en su casa, que la había dejado a una chica en la entrada. No se preocupó por ello, ni por nada en una noche que se le antojaba no tener fin. Era su día, el principio de la culminación de su sueño en la moda. El reconocimiento a tantos estudios, a tantas visitas a tiendas y conocidos para aprender de ellos. Empaparse de sus técnicas, del porqué de las tendencias y de los colores de temporada. De cientos de desfiles malos para conseguir estar presente en los pocos que merecen la pena.

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Pronto la localizaron y la arrastraron hacia el centro de la vorágine. En un principio intentó llevarme co ella pero los empujones nos separaron. Despúes de un tiempo pude integrame al grupo y comenzó la batería de presentaciones casi inaudibles. Carolina Figueroa, Mery Casado, Carmen González, Sonia Sánchez, Chus Santiago, Mercedes de La Torre…. Apenas pude quedarme con más. Formaban un grupo cohesionado, unido por una amistad de años y sinceramente compenetrado. Me alegré por ella, pero me daba cuenta de que había sido una torpeza por mi parte venir. El protagonismo era suyo, no mío. No podía detraer de ella algo que no me correspondía en ningún sentido. Yo no era nada más que una anécdota en su vida que había hecho nacer una amistad original y sincera, pero pretender llevar a otro terreno sueños ilusos no podía corresponder nada más que a un Peter Pan como yo. En un momento decidí que tenía que marcharme y, sin embargo, no me atrevía a decirselo. De pronto, sentí una mano que se enlazaba a mi brazo.

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No me lo podía creer. La abracé dominando mis fuerzas por miedo a estrujarla entre mis músculos. Me había olvidado por completo de ella. Sabía que tenía que estar alli, pero una inmensa laguna había borrado esa verdad. Coro López de Lerma. Nuestra amiga en común. Nuestro punto de unión. Una de las mujeres más maravillosas, elegantes y atractivas que pude tener el honor de conocer. Dos mujeres en una . La diseñadora y la mujer. Es difícil quedarse con una, en caso de elección, pero yo lo haría por la mujer. Nos tomamos de las manos como si nos conociéramos de siempre y leyó en mis ojos a través de los suyos. Asintió. Me dijo que le daba una alegría inmensa conocerme y juntó su cuerpo despacito hacia el mío a la par que que la tomaba por esa cintura de niña que poseía. Comprendió todo cuando le expliqué como me sentía. Tomé la bolsa y salimos. sin hablar siquiera me vi montado en su coche. el frío era tremendo y los cristales del automóvil de gran potencia y oscuros aparecían casi nevado del rocío nocturno. Me preguntó si iba a irme en avión y asentí con la cabeza. Era bellísima. Su perfil parecía dibujado por la mano de un ángel y su cuerpo de contornos tan perfectos que enamoraban a la primera mirada. Atractiva y elegante hasta el dolor. El coche volaba por la carretera solitaria de Barajas y, de vez en cuando, su mano derecha dejaba el volante para posarla en la mía mientras sonreía sin mirarme. El tacto de sus guantes suaves de piel me turbaba y hubiera deseando reternerlos, pero los potentes focos de luces del aeropuerto nos deslumbró. Aparcó en la puerta de salida nacional. Rodeé el coche para despedirme pero ella salió del mismo con prontitud. Nos abrazamos larga y suavemente. Al final mis labios rozaron los suyos carnosos. Mientra desaparecía hacia el interior quedó moviendo la mano enguantada de derecha a izquierda y diciéndome casi en un susurro que no me preocupara por Rocio, que ella le explicaría.

SOLO SÉ TU NOMBRE Y ALGO MÁS…POCO IMPORTA EL RESTO.

.”desentonaba con la atmósfera exterior. Me duché y mientras me vestía pensé qué hacer esa mañana. Llevaba tres días en la ciudad y había vagado de un sitio a otro sin ningún sentido, recorriendo sitios mil veces paseados, lugares conocidos hasta la saciedad. Había venido hasta aquí para buscarme, para hallar una solución a esa incapacidad que me estaba asfixiando. huyendo de mí para encontrarme. Bajé a la calle sin desayunar en el comedor del Hotel. Me asfixiaba cada vez más y tenía decidido cambiarme si no escuchaban mi petición de regularme la calefacción. Tiré hacia la Plaza de San Martín para desayunarme en algún lugar tranquilo y pensar. Tomé el café solo y, aunque no debiera de hacerlo, pedí una copa doble de coñac que recorrió como un fuego todo mi interior dándome una ficticia fuerza. Mientras bajaba por la Cava Baja, aún con la positividad del alcohol en el cuerpo, la mañana me pareció maravillosa mientras sentía el frío seco de la sierra cercana en el rostro. Subí por Embajadores hasta Sol y de allí me dirigí sin un porqué hacia Recoletos. Entonces, en la umbría calle Serrano, en un lateral que no recuerdo el nombre, te vi.

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Estabas en el interior de una típica tienda de lujo de la zona. Mirabas y hablabas con la dependienta con confianza, como si estuvieras acostumbradas a ir a ese sitio que presumía caro. Eras de una belleza serena, tranquila, dulce, nada sofisticada. Me llamó la atención tu pelo, media melena rubia partida en dos lados y unas gafas de sol de la marca Ray-Ban. Seguí mirándote sin que tú te apercibieras de ello, abstraida. Tenías eso que se llama estilo, pero ni mucho menos fingido y artificioso. Eras natural, toda natural y bonita como una flor sin adornos. De pronto, sin saber cómo ni porqué, me vi dentro del local. Evidentemente toda aquella tienda era para mujeres, a tenor de los maniquíes que salían por todos los rincones y de los percheros metalizados del centro, y mi presencia en aquél lugar no era muy normal a no ser de que fuera a comprarle algo a mi mujer o a mi novia. Tenía en aquél entonces 50 años y mi aspecto no era precisamente el de un hombre detallista. Noté la mirada de la chica rubia, no debía tener mas de 25 años, alta y maquillada tanto como sus ojos, que con mirada oblícua esperaba un comentario por mi parte. Sin embargo me quedé mirándote sin atender otra situación hasta que percibí que te turbabas y que tu inicial sonrisa de perplejidad daba paso a una mirada de simulada quietud.

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Recuerdo con claridad la situación y a ti sacándome de aquella absurda situación. De pronto me vi de nuevo en la calle pero en esta ocasión contigo. Caminaste a mi lado sin dejar de mirarme de soslayo, esperando una explicación por mi parte. Yo me limité a pedirte perdón e invitarte a un vino en un bar cercano. Era una de esas cafeterias minimalistas tan propias del sitio y que tú acostumbrabas por tu seguridad al moverte. Esperaste que nos pusieran los vinos y unos frutos secos para escuchar con muecas irónicas mi explicación. O la no explicación, porque no tenía una razón válida para argumentarte siquiera. Me dijiste tu nombre sin cesar de reír. Rocío, escuché y me extrañó tal nombre en tí. Eras madrileña, joven, tendrías unos trece o catorce años menos que yo, esto es, unos treinta y seis, y una educación primera más bien liberal. O al menos eso me pareció a mi entonces. Me dijiste que no me partiera la cabeza pensando en ello, que a tu madre le gustó ese nombre y en paz. Te pregunté en que trabaja y me dijiste que hacía ocho años habías acabado ciencias Empresariales en la Complutense y yo te dije que era abogado, pero que me encontraba en una situación de hastío mental y anímico. Que tenía la intención de dejarlo todo, pero que no sabía que hacer. Y hablamos sin parar y reímos por todos los motivos que se nos presentaba y anduvimos por parajes y calles que nunca antes había visto tan hermosas y mías. Se nos cayó la noche encima y ya nos sentíamos como viejos amigos, como si esa mirada tuya se hubiera posado tantas veces en mis ojos que conocía a la perfección tu parpadear.

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Sin darnos cuenta llegamos al portal de tu casa. No sabía en donde nos encontrábamos. Todas las calles de ese barrio se parecían. No eran siquiera las diez de las noches pero no se veía un alma por el lugar y el frío era cada vez más intenso, tanto que no sentía los dedos de las manos metidas en el abrigo. Me dijiste que vivías allí, que estabas cansada y que al día siguiente tenías que salir de viaje. Te dije que te preocuparas, que cogería un taxi y me metería enseguida en el hotel, que allí seguro que entraría pronto en calor. Nos cogimos las manos, las tuyas enguantadas y las mías desnudas, para despedirnos con un protocolario beso. Pero me dijiste que si quería subir un rato para tomar algo y desde allí llamara aun taxi. Acepté encantado pero no me dijiste que en tu piso había un pequeño zoo con un perro y un gato que amaban y que tú querías sobre todas cosas. Con la tranquilidad de la botella de coñac se nos fue la noche y me hablaste de ti impersonal y de tu amor por la moda personal. Tenías miles de proyectos e ideas bailandote por la mente. Eras un volcán lleno de sueños e ilusiones. Yo te escuchaba contagiado de tu felicidad y no porque la moda fuera un tema que me interesase. Al menos hasta entonces. Cuando te dije adiós la madrugada se pintaba en blanco y del taxi únicamente adivinábamos las luces amarillas que se prolongaban en la carretera. Sentí la necesidad de estrecharte en mis brazos y de rozar tus labios pero no me atrevia a romper la magia del día.

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Cinco horas después estuve dentro del AVE en dirección a casa. No había solucionado ningunos de los problemas que me llevé y volví, sin embargo, con ellos pero en otra dimensión personal. ¿Qué me pasaba que sentía ansiedad por ella, por verla, por oír su voz que no hacía más de cinco horas había escuchado? Sólo tenía ganas de llegar a casa y encender el ordenador. Registrarme en las aplicaciones de facebook e instagram donde me había dicho que salían sus trabajos, sus escritos. ella. Y fueron pasando los meses, hasta los años y , como me habías dicho, te veía a ti y a tu nombre en los post de facebooko en las fotos de instagram pero como algo lejano y cercano a la vez. Quería hablarte, escucharte, estar contigo. Sin embargo sólo sabía tu nombre y algo más. No tenía ni tu dirección, ni tu teléfono y si volviera a Madrid, como alguna ves hice, no sabría en donde buscarte, en que barrio tu casa. Sólo aquella tienda en una bocacalle de Serrano. Algunas tardes, al principio con ansiedad, te escribía por chat creyendo que te hablaba y descubría lo doloroso del experimento porque cada vez quería más y más. Estábamos abocados a ser unos amigos virtuales, de esos que sólo se conocen por las redes sin más aspiraciones que volver a veces en un post nuevo al día siguiente, a la semana siguiente y después, cuando fuere.

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Supe de tus cosas, de tus viajes, de tu ir y venir constante de tienda a tienda en un juego de la Oca sin final, de tus salidas con tus amigos, de tus paseos con tus perros. Pero lo sabía porque te veía en las redes, no es que tú me lo dijeras. Y creía sentir hasta celos. Y dejé todo, hasta la abogacía, y me metí de lleno en el mundo de la prensa digital, en el mundo de las tiendas de ropas, en el sector de las modelos. Hice escritos que, en un principio me daban hasta cierta verguenza, por su contenido que me sabían a frivolidad. Pero quería que me vieras, que me atendieras, que podría estar a tu altura en este mundo. Al menos me estabilicé emocionalmente y cada día estaba más integrado en mi nuevo trabajo. Poco a poco mis escritos fueron en aumento y creí tener una cierta fama de no escribir mal. Y estaba contento y feliz pero ésta dicha no era completa porque no podía compartirla contigo.

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Y pasaron los años y tú seguiste tu camino y yo el mío. Nuestros encuentros nunca dejaron de ser virtuales desde aquella única vez. A veces nos chateábamos con pocas palabras pero que pesaban mucho. seguíamos conociéndonos sin saber nada el uno del otro. Algo parecido a un imán, nos atraía las voluntades y las confianzas de una manera anormal. Tus saludos, mis abrazos, tus besos mis adioses se escapaban de las redes para ir gritando por los hilos invisibles de la tecnología que aquello era real, que lo nuestro pasaba, que no era una ilusión vaga o un delirio. Pero como cualquier almanaque las hojas del otoño caen y son llevadas en triste cortejo colectivos por el viento en su otoñal volar rojizo. Siempre estás ahí, me preocupas cuando no te veo o no te leo, cuando tu ausencia me indica que estás de viaje o de vacaciones. Te hecho de menos, siento tu ausencia y siento no tener nada de ti. Sin embargo, sólo sabía tu nombre y algo más.

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Y ahora tengo tu carta sobre una mano y en la otra sostengo la fotografía que mandas. El wisky se ha acabado y en el cenicero posan varias colillas apagadas. Estás inmensamente bella con tu look . Elegante a rabiar en esa tendencia que impones y enseñoreas. Clase, estilo, naturalidad son tus tarjetas de visita. Recuerdo que en el papel rosáceo con letra redonda en tinta verde me invitas a la presentación de tu libro para dentro de un mes. Me temo que se me van a hacer interminables esos treinta día. Que soñaré a partir de hoy en verte. en escuchar tu voz, ver el movimiento de tus labios carnosos, de envolverme en tu aura dejándome llevar por ti, por tu personalidad, por esa naturalidad fresca tan tuya. Te prometo que allí estaré. Lo que no puedo prometerte, querida Rocío, es que pueda contener el deseo de la otra y única vez que me despedí de ti. De que pueda dejar de saber cuál es el olor de tu piel y la sensación de tus brazos en mi espalda abrazándome. Te prometo que la próxima vez no sólo será tu nombre y algo más lo que sabré de ti. La próxima vez te conoceré toda. Te quiero, mi niña.”

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Cerré el portátil al escuchar por los altavoces la orden de embarque. El aeropuerto se había llenado de gente con caras de circunstancias dominadas por el sueño, a pesar de ir bien acicalados y extremadamente vestidos. Pensé que en el exterior la temperatura tendría que ser gélida. Al sentarme en mi asiento miré por la ventanilla del avión y comprobé el blanco color del frío de la amanecida. Se me apetecía un café pero las varias botellitas de wisky ingerido me tenía el estómago correoso. Subía el aparato rajando el viento y volví a acordarme de Rocío. ¿Donde se encontraría ahora? ¿Me abría buscado en mi desaparición? Lo que fuere mejor así. Tiempo tendría de explicarle el motivo de mi huida. Lo primero era ella y después ella también. En hora y media estaría en casa y volvería a mis ajetreos cotidianos. Algunas entrevistas, muchas semblanzas, recomenzar novelas nunca acabadas y acordarme de ti. Siempre en el corazón, Rocío del Teso.