martes. 14.05.2024
El tiempo
Opinión

El químico y el león

Cada día de vuelta de la escuela, de alguna actividad deportiva o de pasar la tarde con mis amigos en la plazoleta, robando alguna chuche o pidiendo agua sediento en los muchos bares, un hombre mayor, vecino de la calle y frente por frente de mi abuela, me llamaba por mi nombre para hablarme de su pequeño león

Me pasé la infancia creyendo que en mi calle vivía un león.

Cada día de vuelta de la escuela, de alguna actividad deportiva o de pasar la tarde con mis amigos en la plazoleta, robando alguna chuche o pidiendo agua sediento en los muchos bares, un hombre mayor, vecino de la calle y frente por frente de la panadería, me llamaba por mi nombre para hablarme de su pequeño león. Me decía que se lo habían regalado, que era la cría de una pareja de leones de un zoo. “¿Sabes qué es el Castillo de las Guardas?”. Siempre había alguna razón por la que no podía enseñármelo, Isabelo andaba muy ocupado, con su muleta de atrás para delante. Pero ya había creado esa necesidad en mí, y cada vez que lo veía le preguntaba incluso antes de que él pudiese inventarse alguna excusa por la que ese día no podría.

Creía recordar cada detalle bien, pero para asegurarme quise llamar a mi abuela y que me aclarara algunas cosas sobre el químico y el león. He sentido una desilusión enorme al escucharla decir que no sabe nada de que Isabelo contase tal cosa. Sólo que era un hombre muy inteligente. Seguramente lo siga siendo. Me permito esta disyuntiva porque hace años que no lo veo, ni siquiera acierto a encontrar el postigo de su casa abierto. Sufrió un ictus y desde entonces vive postrado en una cama, bajo los cuidados de su prima y también vecina Josefa. Por aclararme, decidí llamar a mi padre y hacerle la misma pregunta: “¿Recuerdas que Isabelo contaba siempre que tenía un león en su casa?”. Mi padre estuvo pensando, pero no dijo nada. Lo que me llevó a la certeza de que era un juego imaginativo que tenía conmigo.

La niñez, en general, es un divertimento que tiene como núcleo la inocencia. De ella salen ramas que acabarán definiendo lo que somos: nuestra moral, nuestros placeres, nuestros miedos, nuestra educación emocional, nuestros intereses, virtudes, defectos, carencias, capacidades…Es a través de la experiencia, que a veces se mide en pequeños detalles, la forma en que se encripta cada y uno de los conceptos que nos construyen. Yo, por ejemplo, estoy seguro de que la creencia de que un ser salvaje vivía en la casa de un hombre mayor ubicada unos números por debajo de la mía, fue tan importante como para aquellos que creían en seres fantásticos, brujas, fantasmas, los Reyes Magos, o san Judas Tadeo. Pues cada uno de estos símbolos adquiere significado en la circunstancia, con ellos alcanzas algo a lo que sería imposible llegar sin su presencia. La ilusión y la imaginación.

No sé colocar el momento en el que dejé de preguntarle a Isabelo por su león. Tampoco pareció importarme que el tiempo no pasase por su apariencia de cachorro. La cuestión es que ahora vuelvo atrás y me veo mirando hacia la puerta, incluso alguna vez llamando a ella, para apelar a la necesidad de ver a aquel felino.

¿Hacia dónde vas? Tengo un león, un cachorro de león

¿quieres verlo? Tengo un león, una creía de león.

No puedo enseñártelo hoy, ahora duerme ahora come

ahora está en el campo en otro lugar escondido

te puede morder, hacerte daño, tirarte al suelo

y comerte con sus treinta dientes.

Gruñe mucho casi ruge, yo le enseño lo que necesita saber,

se hará grande grande grandísimo,

pero todavía es un cachorro.

Hoy no está, no lo he traído, lo despierto por las noches

duerme duerme mucho.

Lo he llevado a ver a sus padres,

le he dado un solomillo, un jamón.

¿Quieres verlo? ¿Quieres ver al león?

Tengo un león ¿crees que te miento?

Estos días pienso que debería inventar alguna historia, algún cuento entrañable. Para, llegado el momento de mi vejez, mantener viva la imaginación de los niños que me cruce por la calle. Ayudarlos a aglomerar miles de preguntas acerca de las posibilidades, que ni siquiera se cuestionen si es verdad, sólo ayudarles a soñar, a creer que hay algo diferente a su realidad, a la que ellos viven, quizá unas puertas más abajo que la de la suya.

Sobre el autor: Alejandro Marín es editor jefe y cofundador de Editorial Dieciséis. Autor de "Del hueco al colapso" (Amazon) 2018 y "Ocupando un espacio póstumo" (Ediciones En Huida) 2019. Poeta. Oriundo de Santa Bárbara de Casa (Huelva), de 1993.