martes. 14.05.2024
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Opinión

¡Un siglo, Platero!

Escucho en los cascos del teléfono móvil 'El mesías' de Haendel. He querido traerlo conmigo porque me relaja, porque me transporta a lugares probos e ignotos. He venido al huerto de la Piña y estoy sentado cerca del pino gordo. La primavera, en esta época, embrota la floresta poniendo clavellinas en los nudos de las ramas, que se enternecen con la savia nueva. El sol, que se derrama perpendicular a esta hora de la tarde, ha alejado las sombras al terreno de lo raro, y, el aire de la mar atlántica, pone pendulares banderas en las ramas como si de un sueño tranquilo, placentero y ocioso se tratara. Se diría que alguien las mece al son de la música.
Como por ensalmo, escucho en mi interior una voz que dice:
-Platero, tú nos ves ¿verdad?
A lo lejos, veo venir a Doña Domitila con su hábito de Padre Jesús Nazareno, morado todo con el cordón amarillo, igual que Reyes el besuguero. Pero... ¿pero qué es todo esto, Platero? Por todos lados se acerca gente como si el pino gordo hubiera congregado en esta tarde a todos los que te quisieron. Vienen Arreburra el aguador y su hija, don José el dulcero, Anilla la Manteca, los Velarde... y hasta don José el cura con sotana, manteo y sombrero acompañado de Baltasar, su casero.
Me revuelvo en brusco gesto y por allí aparecen el pobre Villegas con su cuerpo achicharrado por el coñac y el aguardiente, los muchachos traidores, esos felones que ponen negras redes para cazar pájaros en su libre vuelo, las tres viejas gitanas acompañadas de la Macaria y también don Luis el médico.
-Platero, tú nos ves ¿verdad?
Desde Montemayor se acerca una procesión custodiada por la Guardia Civil que encabeza San Roque, el Patrón de los panaderos, al que le sigue San Isisdro, el Patrón de los labradores, Santa Juana, San José, Santa Ana y la Inmaculada azul; cierra el cortejo el viejo Modesto con su banda, que asusta a los chamarices y a los gorriones que se van volanderos a la marisma buscando calma y cuyo revuelo, asusta a las ranas que croando saltan a las charcas que levantó la pleamar y que la brisa riza con una danza profana.
Por el camino que conduce al Rocío vienen Anilla, Pepe el Pollo y Pioza, la niña de los globos, el barquillero, Antonilla con su traje de domingo, Raposo, Picón y Granadilla -la hija del sacristán de San Francisco- que trae arreatada a Diana, la perra blanca.
-Platero, tú nos ves ¿verdad?
Desde el muelle del Tinto, que sigue viendo pasar aguas azufradas por las minas, el mal corazón y el compadreo, vienen los vinateros, los pescadores, los carabineros, los fabulistas y hasta tus amigos, los borriquillos de las lavanderas, junto con Aguedilla, Parrales el bandido, Lucía la titiritera, Juanito Miguel, el Realista, el Caín borracho de un solo ojo, el toro colorado, Alí, el maestro Garfia y ¡no te lo creerás, Platero!, también tu médico Darbón, que ahora quizá pueda salvarte la vida y hacerte eterno, como las ánimas.
-Platero, tú nos ves ¿verdad?
Me arranco los cascos en los que escucho a Haendel mientras el corazón rebota en el pecho y cuando lo hago me quedo perplejo. Todos se acercan al pino gordo, rodeándolo. Sólo pueden venir por una causa. Vienen a gloriarte, a decirte que te quieren, Platero; porque tú tienes alma aunque el diccionario diga que los asnos no la tienen. Se equivocaron contigo esos estirados de la Academia, Platero. ¡Claro que tienes alma!
Están todos ante mí, en corro, esperando que digas algo, que salgas del silencio que han cernido sobre ti aquellos que no supieron ver la grandeza que abarcabas. ¡Puñado de necios!
Y, ahora, ¿ahora qué hacen, Platero? Han dejado un pasillo por el que se acerca la reina Cleopatra acompañada de un grupo de escritores: llegan Shakespeare, Campoamor, Oscar Wilde, fray Luis y Jean de la Fontaine. ¿Vendrán a escribir sobre ti? Les siguen un montón de pintores famosos, Platero. Todos se acercan al pie del pino gordo y hacen una reverencia ante tu cuerpo nunca yermo, siempre fecundo, inagotable pozo de talento. No es verdad, no, lo que dicen los académicos. No es verdad tampoco que estés muerto. Puedo reconocer a Fra Angélico, a Piero de Cosimo, a Murillo, a Böecklin, a Miguel Ángel, a Turner y a Courbet. ¿Habrán venido a pintarte? A insuflarte vida a través de nuevos lienzos que se expondrán por el mundo con un fondo de acero y plata de luna donde lucirás excelso.
Pero, ahora... Cleopatra, levanta la mano y Beethoven, que no sé de dónde ha salido, eleva la batuta y un coro de mariposas blancas con sombras negras, interpreta con sus alas el último movimiento de la Novena Sinfonía, que, todos, todos juntos en una sola voz, empezamos a tararear en tu honor, Platero mío; porque lo quieran o no tú eres el Marcos Aurelio de los prados, Platero.
-Platero, tú nos ves ¿verdad?

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