jueves. 18.04.2024
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Tiempo de repúblicas, de plebiscitos y otras cosas

Tiempo de repúblicas, de plebiscitos y otras cosas

Ante los nuevos esquemas de organización territorial que se vocean estos días en un tira y afloja -parece que interminable- entre los que propugnan la separación de Cataluña del resto del territorio nacional, para formar un Estado propio, conviene hacer una reflexión sosegada.

Primero, nada nuevo se está anunciando. La cuestión es saber cuántas personas de las residentes con derecho a voto en Cataluña desean esta solución para su territorio.

¿Y si ocurriera que, celebrado un plebiscito atendiendo a esta cuestión, resultase del recuento que una mayoría de entre la ciudadanía señalada no deseara la separación del resto de Comunidades que componen España?

¿Qué pasaría? ¿Qué harían los partidos y las asociaciones (no tan independientes, a mi entender) que secundan este posicionamiento?

¿Darían por zanjado el asunto, como debiera ser, o seguirían apostando -de forma legítima, hay que expresar- para cambiar la opinión del electorado?

Pues optarían por la segunda opción.

Los que apoyan la segregación no conciben otro resultado de las urnas que el sí mayoritario. Y eso, es evidente, no se sabe. Porque la palabra en una democracia es de la ciudadanía y ésta distingue muy bien a estas alturas lo que de partidista o de interés corporativo tienen algunos programas políticos, de aquello otro que conforma el interés general de los pueblos que habitan ese constructo llamado España.

Pero no hay que tener miedo a la democracia, no. No hay que tener desconfianza a la voluntad de los pueblos.
No sólo eso, es contraproducente; y algunos líderes no se enteran.

Ahormar a la fuerza en un mismo elemento aquello que no desea formar parte de una “cosa” termina rompiendo la misma.

Segundo, se olvida la Historia; porque, de lo que se discute estos últimos años y que ha sido uno de los ejes vertebradores de la tracción política nacional, se viene hablando desde que la polis griega congregara a la ciudadanía en un territorio.

La inmutabilidad de las sociedades es una idea retrógrada que sólo persigue mantener los privilegios que benefician a estratos sociales determinados. Punto.

Bueno sería que los detractores y los auspiciadores repasaran algunos textos. A saber: “La República” de Platón, el “Viaje a Icaria” del masónico y carbonario francés Étienne Cabet -que, por cierto, arrastró al periodista catalán Joan Rovira a Illinois buscando la felicidad-, la “Utopía” de Tomás Moro, “El Príncipe” de Maquiavelo, “Elogio de la locura”, de Erasmo (que me apunta mi amigo el poeta Rafael León), los escritos de Robert Owen y otros muchos en ese tono.

Ocurre tres cuartos de lo mismo con el mantenimiento de la Monarquía o el paso a una República, por supuesto democráticas ambas formas de Estado. Si el pueblo así lo decide, el pueblo es el que manda.

Pero no hay que ponerle maquiavélicos frenos. Lo que hay que ponerle son las urnas para que se expresen. Se acabó.

La libertad individual hay que encauzarla socialmente y si el conjunto de una sociedad, de un pueblo… quiere, solicita, y así lo refrenda en unas urnas, cambiar de modelo de Estado o de Gobierno, está en su legítimo derecho de hacerlo.

Al final, y el tiempo así lo confirmará, por más triquiñuelas, señuelos o ardides que nos pongan, como sujetos activos que somos, nos daremos la solución más propicia aunque -siempre hay un pero…- por medio habrán caído muchos políticos y algunos Partidos de los actuales. Pero ese es su problema, no el nuestro.

Es la historia circular.

Esa que confirma el desconocimiento de la Historia. Esa que pone en entredicho a muchos gobernantes cuya única razón de ser consiste en mantener alojados en la inopia de la incultura a la ciudadanía y en agarrarse al poder de la forma que sea.

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