martes. 14.05.2024
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Opinión

Mirada introspectiva

Qué queda al final del tramo que cada cual transita: pellejos, jirones, hilachas... de vida. Solo eso.
Amparado en la reflexión, esa que me lleva y me trae, y a la que me agarro como un náufrago mientras haya algo de lucidez en la memoria que conservo, no acierto a atisbar lo que es o no cierto en mi entorno.
Observo los hollejos deshilvanados de los que se fueron, apilados en los nichos de todos los cementerios: los actuales y los que venció el paso del tiempo. No sé cuándo ni por qué lúcida razón, las facciones de las personas que me rodean perdieron su opacidad, y, desde entonces, puedo ver, tras ellas, las alambicadas estructuras de la mentira atesoradas sin su aquiescencia en sus propios cerebros.
Las redes sociales, la prensa y los medios audiovisuales... presentan ante mí verdades que son mentiras. ¡Sí, patrañas, modelos exclusivos de engañifas!
Y una arana se suma a otra hasta hacer una montaña en la que camino (caminamos) sin brújula fiable donde encontrar un punto de inflexión en el vórtice que nos mueve.
En algún momento he(mos) perdido los valores, la ética, los principios, las ideologías, las buenas maneras, la solidaridad, el trabajo conjunto, la idea de grupo... incluso hasta la vergüenza.
Un nuevo dios -o el de siempre con diferente ropaje- pretende llevarnos una vez más al paraíso o al infierno. Así, sin grises intermedios. O blanco o negro. Punto.
No me gusta la nueva deidad. Entre otras cosas porque no tiene cara, ni forma, ni programa, ni nacionalidad, ni identidad conocida. Se llama Mercado, dicen. Y nos mueve a su antojo sin que nadie ose revelarse a su pujante intromisión en nuestras vidas. ¡Hay que atrincherarse nuevamente! En caso contrario, nos convertirán en caldo para alimentar las negras fauces de los especuladores: esos perros que todo lo olfatean buscando presas fáciles; es decir, poca inversión y mucha rentabilidad a corto plazo: el caos, vamos.

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