martes. 14.05.2024
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Opinión

La tragedia griega

A veces me pregunto por qué han de ocurrir ciertas cosas. Las mismas siempre. Año tras año. Siglo tras siglo. Como si los ciclos económicos a la fuerza debieran ser circulares, por naturaleza, como nos explican una y otra vez con esas bonitas figuras en diente de sierra: ahora se sube y, ahora, toca bajar. Punto –nos dicen.

Y no, no. No me lo creo. Ya no creo en nada ni en nadie. Nunca debí creer, por otro lado. A mi edad necesito que me expliquen las cosas, porque todo, todo, tiene un fundamento, una cuna, una raíz.

El caos que conforma el universo y del que nacemos todos, cosas y seres, no permite tal afirmación economicista de los ciclos.

Para entendernos de una vez, las cosas son así, como suceden, en cualquier lugar y tiempo, porque alguien las provoca, es decir, todo tiene una génesis, una razón, un movimiento que hace que la "bola" ruede en una dirección y no en otra.

Aunque las más de las veces, esas cuestiones están ocultas porque en el conocimiento de las mismas se basa el poder de los que dirigen. Nada más, ni nada menos. Y el pueblo tiene secuestrada la palabra digan lo que digan quienes lo digan.

Pero no seamos ilusos, esto no va a cambiar nunca. La mentira, o la omisión de la verdad o de parte de ella, entran dentro de los manuales del acertado ejercicio de la res pública. Ya saben aquello de "el conocimiento es poder".

Y el pueblo... y la ciudadanía, qué hace mientras; pues, deposita su confianza en aquellos grupos políticos que le ofrecen unas tablas de la ley (programas electorales) y, cada cual, según su fuero interno o sus intereses, vota al mejor postor.

Y este es, sin duda alguna, el mejor sistema político de todos los existentes, porque, la democracia, permite cambiar a quienes nos representan cada cierto tiempo.
Para ello, acudimos a las llamadas que se nos hacen, "estudiamos las ofertas", oímos a los postulantes, y, como personas maduras e "informadas", se supone que elegimos el mejor programa, para que, a su vez, los conformadores del mismo, elijan el mejor gobierno y lleven al parlamento cuantos cambios decían en su programa electoral que eran necesarios para mejorar la vida de la ciudadanía.

Pero, qué hay que hacer, qué postura ha de tomar la ciudadanía cuando el partido que gobierna, legítimamente, hace lo inverso de lo que estaba estipulado en el contrato que firmamos en las elecciones. O sea, que hace lo contrario, para entendernos, de lo que está recogido en su programa electoral.
Y esto está ocurriendo en España hoy. Y el gobierno de la nación está dejando en los huesos a las familias españolas hasta el punto que no valemos ni para caldo, permítaseme la expresión.

La nube de escándalos que recorre España como un mal céfiro y que afecta a casi todas las administraciones e instituciones, ha asentado una apatía en la ciudadanía que no es buena, no. No todos los sistemas de gobierno son iguales (monarquía o república) ni tampoco todos los militantes de los partidos políticos o afiliados a los sindicatos de este país son unos sinvergüenzas. Ni mucho menos.

Aunque está demostrado que hay un número de elementos de mucho cuidado, tanto en los tirios como en los troyanos, que han hecho de este país el patio de su casa. Necesitamos una regeneración democrática y la aplicación sin paliativos, a dolor, de todo el peso de la ley a quienes nos han llevado a este estado de cosas, ya sean infantas o aprendices de literato como el que escribe.

Porque si no actuamos así, puede que la sociedad se harte de verdad, es decir, que el atragantamiento le llegue hasta las gónadas, y entonces, de un revuelo inesperado se rompa el consenso, pasemos a mayores, se escape un tiro, o dos, se monte una revuelta, o tres, y corten alguna cabeza, o cuatro... y la ciudadanía se convierta en una sola voz, o en millones, y, como un solo animal con una miríada de cabezas, que ya las quisiera para sí Cerbero, se comporte como Hécuba en la famosa tragedia de Eurípides, que, sin corresponderle, hastiada de tanto sufrir, haga de acusadora, de juez y de verdugo.

Y luego vendrán las lamentaciones, cuando no haya remedio.

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