martes. 14.05.2024
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Opinión

La banda de los números

Cuando se corrió la voz de su existencia se convirtieron en un fenómeno mediático. Los reporteros pasaban noches enteras en las esquinas, atrincherados, con los visores de las cámaras apuntando a las farmacias que no estaban de guardia, por intentar obtener una exclusiva.

'La banda de los números', como se la llamaba, sólo daba un golpe al mes y siempre robaba lo mismo: analgésicos, antihipertensivos, cardiotónicos e hipnóticos.

Después de cada asalto dejaban un papel con cuatro números: 67, 83, 74 y 69.

Cada número estaba escrito por una persona distinta según el calígrafo de la policía.

Los cabalistas buscaron razones esotéricas y hasta masónicas para descifrar tal código.

Algunos decían que como la suma de todos los números por separado daba 50, algo tendría que significar eso.

Otros, que podría ser el número de un teléfono móvil al que le sustrajeron un dígito, que había que colocar tras el 67, con lo que obtendríamos 10 números de teléfono para investigar y tirar del hilo.

Ítem más, algunos rijosos, para disimular(se), dijeron que el hecho de que el 69 fuera la última cifra tenía claras connotaciones sexuales ciertamente reprobables.

Cuando se comprobó el pastel, la verdad se ofreció más simple, como casi siempre.

Los tan buscados elementos eran cuatro jubilados con edades de 67, 83, 74 y 69 años respectivamente, de profesiones ex policía, ex atracador de bancos, ex esteta y ex corredor de bolsa, por ese orden, que habían montado la “pandi” para robar las medicinas que les recetaba el médico y que no podían permitirse adquirir porque la habían excluido de la Seguridad Social.

El día de la vista la escalera que da acceso a la Audiencia Provincial era un geriátrico al aire libre.

Dada las altas temperaturas, 40º a la sombra, y la hora del juicio, las dos de la tarde, allí murieron ese día 2014 viejos, que quedaron extendidos en las aceras, el asfalto de la carretera, el césped seco de los nada regados jardines, y, algunos otros, desplomados como muñecos rotos sobre los coches recalentados de los magistrados que estaban en el aparcamiento oficial reservado para sus señorías.

Desde aquel trágico suceso, sin pactar nada ni con dios ni con el diablo, un espabilado ministro del gobierno de España decretó que estaba prohibido envejecer: ¡con dos cojones!

Y por eso ahora no se ven abuelos por lado alguno.

Los viejos andamos escondidos en la sierras, asilvestrados, y pensando en cómo dar un golpe de Estado y mandar a tomar por culo a estos antisociales administradores que gobiernan este puto país, sin tener en cuenta las necesidades que los mayores tenemos.
(Aclaración dickensiana: Esto no es un Cuento.)

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