miércoles. 08.05.2024
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Opinión

Intelectuales muertos

En literatura existen muchos yoes. Es fácil reconocer el yo cuando leemos una crónica, una epístola o un diario porque utilizamos la primera persona del singular. No lo es tanto en poesía, novela o dramaturgia porque el yo a veces se trasunta en tu, en el, en nosotros, en vosotros o en ellos. En estos casos es difícil saber quién está hablando, quién mueve los hilos de la trama. No digamos ya en los supuestos en que se utiliza el doble yo narrativo: cuando el personaje habla con su conciencia o con la persona que fue siendo joven o la que será en el devenir…

Pero esto que puede parecer un galimatías es una de las grandezas de la literatura. A veces leemos un verso o un poema en su completud, escrito por otro, y pareciera que hubiera sido creado por uno mismo. Maravilloso universo de espejos, éste de la literatura. Qué fascinación ¿verdad?

Si observáramos la realidad que nos circunda aplicando los sentidos, tal como lo hacemos cuando leemos literatura, descubriríamos las ocultas y taimadas técnicas que utilizan aquellos que escriben “el mundo” para convertirnos en rehenes: en esclavos de sus viles e interesadas acciones.

Imaginen a los gobernantes todos como personajes principales y a los ciudadanos como elementos secundarios de la trama diseñada por los primeros. Resultado: una mala novela o una tragedia que no debieran representarse jamás, que nacen corrompidas con los “latiguillos” de la Historia: cíclica ceremonia del horror y de los vicios execrables que acompañan el ejercicio continuado del poder.

No se me ocurre otra forma de solventar esto literariamente que utilizar la rebelión pirandelliana. O sea, que los personajes secundarios -que representamos en el ajedrez del orbe- hagamos un motín, montemos una revuelta, una asonada, y “matemos” a los directores de esta farsa para, a renglón seguido, redactar un nuevo libreto con una reasignación de los roles a representar, en donde, los secundarios, vuelvan a tener el protagonismo y puedan controlar el destino de los pueblos.

No nos asustemos. Esto es o debiera ser la democracia, y no lo que estamos leyendo o padeciendo.

Levante la voz y diga lo que piensa. Es lo que más asusta a las privilegiadas castas. Y si no se impresionan, métale más caña, verán como abandonan. Están aquí por cuestiones económicas, sólo por dinero o por el ejercicio del poder en todo caso.

A la mayoría de ellos, salvo excepciones, le importa un bledo nuestro bienestar. Son una casta: la de los dirigentes. Usted y yo pertenecemos a otra, a la de los administrados; pero, no se engañe ni se deje engatusar por cantos de sirenas, ellos están ahí porque nosotros así decidimos que fuera, sólo por eso.

Mejor nos iría si fuésemos más conscientes de lo que hay a nuestro redor y le pidiéramos un día sí y otro también explicaciones. Preguntemos más. Una y otra vez. Hasta que nos contesten a nuestras cuitas. Hasta que nos respondan a nuestros requerimientos o se vayan de una vez si no son capaces de cumplir las promesas con las que nos engañaron.

Me atormenta saber que los estudiantes no salen a la calle a pedir sus derechos. Que los trabajadores tampoco, con la que está cayendo. Que los intelectuales han hecho del silencio su profesión.

¡Qué pena de país, éste nuestro! Nos arrebatan los derechos y encorvamos la cerviz para que el verdugo acabe su trabajo con un tajo limpio y certero: presto.

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