lunes. 29.04.2024
El tiempo
Opinión

Honradez política

A veces me pregunto cómo ve/siente la ciudadanía a la política y a los políticos. Creo que no yerro si digo que buena parte de ella observa esta pertenencia -por otra parte, legítima- como una especie de sacerdocio en donde quienes incumplen los preceptos del vicariato, se ven inevitablemente anatematizados y excluidos del “aparato” (ese constructo con el que se conoce a la maquinaria interna, a las ruedas dentadas que ponen en marcha la acción en todo sistema organizado), lo que viene a ser lo mismo que convertirse en algo así como en un “apestado”.

Y resulta que esto nunca debió ser así. No en democracia. Debiera ser al contrario, justo al contrario. Pero queramos o no lo es.

La disidencia, que es una de las bases que debiera conformar cualquier tipo de acuerdo o de convenio futuro y es la que fundamenta y da sentido a la mayoría necesaria para el buen gobierno en democracia, no es vista como un elemento positivo en muchos partidos políticos, sino todo lo inverso.

La cúpula es la cúpula, se hayan aupado a ella de la forma que fuere, y los demás… digamos, que quedan para pegar carteles y para asistir a los mítines.

Y así no es, no. Al menos no debiera ser. Están equivocados.

Lo que no debe ocurrir (porque de hecho pasa) en estos tiempos que vivimos en la España cambiante que hollamos y que dejará a más de un espabilado en una carretera sin arcén por el que andar, es que, quien maneje la crítica -la constructiva se entiende, no la otra- como elemento de disuasión para enriquecer el debate político, esté fuera del sistema, lo larguen, lo anulen, lo fagociten, lo callen… lo maten políticamente.

¡Qué error más grande! ¡Qué necedad!

Solo hay que mirar un poco en nuestro entorno para comprobar cómo políticos de una valía y honradez profesional intachables, son hoy sombras que caminan por la oscuridad que supone haber sido expulsados del “paraíso”, en detrimento claro del propio partido y en beneficio de esa marabunta iletrada, inculta y babosa, dispuesta a hacer lo que se le pida por estar alrededor de la mesa camilla en la que se toman a ciegas y sin el asesoramiento adecuado, las decisiones que a todos afectan.

Y esto, aparte de sorprendente, es cuanto menos lamentable.

Las personas, cuando perdemos la capacidad para asombrarnos ante todo aquello que nos rodea, por mínimo e insignificante que fuere en lo que fijemos la atención, estamos olvidando también la parte de sí que nos hace humanos. Y existe demasiado deshumanizado dentro de los partidos políticos. Tantos que da vergüenza, y a las acciones de algunos tirios y/o troyanos me remito.

La política es necesaria. Imprescindible para el gobierno de los pueblos. Y si bien es cierto que existen líderes naturales, nada podrán hacer si no se dejan asesorar por los más preparados, por aquellos a los que tienen de forma voluntaria a su disposición. Pues no, les asesoran quienes más le hacen la pelota o realizan sin rechistar sus recados. Narcisismo puro que les lleva a perder la equidad y a introducirse en una pompa irisada.

No, no. ¡Se acabó este juego absurdo! ¡Finiquitó!

Honradez por encima de todo, capacidad, disponibilidad, y la suma de la praxis con los vientos nuevos en un contexto democrático, es lo que se necesita hoy.

Pero a veces soltar lastre resulta muy difícil, lo reconozco. Pero no hay otra fórmula. Hay que alejarse de quienes se han aprovechado del sistema (el de todos). Es más, hay que ponerlos en la puerta del juzgado de guardia si fuera necesario. Sin miedo. Eso es lo que desea la ciudadanía y lo que corresponde. Ahora. Sin más trámites.

Que nadie confunda lo que digo con nuevos movimientos en los que cada vez que haya de tomarse una decisión ha de realizarse una asamblea. Son prácticas pasajeras que sus promotores olvidarán en cuanto lleguen al poder. Las decapitarán de un plumazo quienes se hayan aupado a la cúspide.

Un Estado, una Comunidad Autónoma, una Diputación o un Ayuntamiento nunca podrá ser gobernado por consultas abiertas.

Las decisiones hay que tomarlas muchas veces en el instante, en beneficio de la ciudadanía a la que se representa, y por esa razón, el poder, se desee o no, guste o no, en determinadas materias siempre habrá de estar delegado.

Los partidos, llamémosle clásicos, han entrado ni más ni menos que en una forma de sectarismo de la cual -tan enredada está la madeja- ahora no pueden salir. Hay mucha vieja rémora escondida.

Con la falta que hacen ahora, justo ahora. Pero limpios, potentes, engrasados, preparados, dispuestos a negociar -que significa ceder al otro, consensuar-, a dejarse la piel en el empeño de conseguir el bienestar de la ciudadanía: el progreso de todos.

Hemos confundido la parte con el todo, el análisis con la conclusión. Hemos destruido los instrumentos -el debate, el diálogo, el convenio…- que nos acercan a la realidad, para imponer -dictaminar- la verdad, “nuestra” verdad, la de cada aparato.

El espíritu crítico es un elemento necesario para andar la vida y no digamos ya para conformar cualquier modelo de gobierno. Y no están los tiempos como para desechar nada, no, todo lo contrario.

 

Comentarios