domingo. 28.04.2024
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Opinión

El asedio de Europa

Europa es una fortaleza asediada. Es, cada vez más, un castillo medieval rodeado por seres famélicos que intentan colarse por cualquier rendija de su estructura y que, tal que pedigüeños abandonados a su suerte, observan la entrada y salida del mismo de los señores que viven en el baluarte de piedra.

Máxima Uno: Debemos acostumbrarnos a ver las cosas como son y no como quieran presentárnoslas los que detentan el poder y manejan con mano férrea los destinos de la ciudadanía.

Máxima Dos: Los actos de las personas -por muy simples o complejos que sean- nacen de la Necesidad, del Interés o de ambas cosas a la vez.

Máxima Tres: La invasión de Europa por los hambrientos es un hecho irreversible. El control del comercio mundial por China es otro.

Después de esto diré una frase del Nobel Saramago para la reflexión, dicha pocos años antes de su fallecimiento carnal porque, en sus decires y sus escritos, seguirá vivo mucho tiempo como es de rigor: “Dentro de cincuenta años, la religión mayoritaria en Europa será el islamismo y el idioma obligatorio en nuestros colegios será el chino”.

Esta afirmación, que a muchos les parecerá apocalíptica y de dudoso cumplimiento, podría aceptarse como verosímil sólo con cavilar un poco.

China está a día de hoy a la cabeza del comercio mundial -ningún país occidental puede competir actualmente con ella hasta el punto de que se están poniendo restricciones muy severas al libre movimiento de sus productos- y, en el futuro, el idioma de los negocios será el suyo en detrimento del inglés.

Si camina un rato por su ciudad “mirando viendo” y si aún no se había percatado, observará que pocas academias de idiomas no ofertan ya el chino como idioma alternativo al inglés en el mundo empresarial, mercantil y político.

Lo del islamismo tiene otra génesis, viene transportado en la conciencia de los nuevos moradores que ven en el vecino continente europeo la única fuente para apagar la sed de la Necesidad.

Las antenas parabólicas, Internet, las redes sociales y otros medios de comunicación transmiten imágenes idílicas de Occidente.

No hay más que ver los anuncios publicitarios para darse cuenta de que aún siendo mentira que las sociedades que la componen vivan así, el receptor de tales consignas falsas las recibe como ciertas, generando un ansia incontenible que pone en marcha el éxodo de la población hacia ese paraíso que les entra por los ojos y los oídos y que les llega al estómago directamente, que es donde les duele. Porque el hambre duele.

Esta visión, contemplada desde la estrechura y el secarral en que viven multitud de ciudadanos del continente africano tiene los suficientes atractivos como para intentar la odisea de descubrir un nuevo mundo, aunque se pueda morir en el intento de conseguirlo.

Hace siglos se cruzaba el Atlántico en barcos poco más grandes que una cáscara de nuez y ahora se cruza el estrecho en pateras. Entonces se buscaban tesoros (oro, diamantes, tierras, especias…) y ahora se busca saciar el hambre, en definitiva vivir.

Las formas son diferentes, la finalidad es la misma que antaño, con el matiz de que unos son prescindibles y comer hay que hacerlo de vez en vez si queremos conservar la vida.
La felicidad se ha revestido de colores occidentales para muchos africanos, igual que antes tenía colores americanistas para los europeos.

Luego, cuando llegan, igual que entonces, sólo unos pocos tendrán posibilidad de medio vivir, pero, peor es morir de hambre… pasar la vida masticando la soledad y la miseria en un país desarticulado y sin futuro.

Con la llegada masiva de inmigrantes que nadie podrá parar por las razones expuestas -además de porque la mano de obra incondicional y barata es necesaria para mantener el poder productivo de occidente-, Europa está llamada a mezclarse racialmente.

En esa fusión viene incluida, no lo olvidemos, la aceptación del otro, la convivencia con otros hábitos, con otras formas de entender el mundo, con otras religiones y otras culturas.

De esa mixtura, a pesar de los agoreros (racistas, xenófobos y otras yerbas) que saldrán a la palestra para no perder su hegemonía, saldremos todos reforzados. Que nadie lo dude.

Porque la limpieza de sangre, la primacía de la raza blanca, la estupidez de lo ario y otras sandeces no hacen más que mirar el mundo por el caleidoscopio que los identifica como grupo.

Pero costará, costará mucho tiempo aceptar esta nueva situación; puede que varias generaciones de conflictos raciales, de dimes y diretes, de tira y afloja.

En fin, una nueva realidad planea sobre Europa. Oponerse a ella es absurdo, mejor sería intentar poco a poco entender el nuevo contexto en que estamos inmersos.

La solidez de algunos símbolos y baluartes que ahora son intocables deberán ser retocados en aras del bien común. Habrá que dar cabida a otros hasta ahora desconocidos en nuestros pagos. Pero no nos rasguemos las vestiduras. Los símbolos son sólo eso, símbolos. No les demos más importancia de la que tienen.

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