lunes. 13.05.2024
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Opinión

Disquisiciones

Hay un momento en la vida de cada persona que reflexionando sobre sí, ha de preguntarse si mereció la pena el esfuerzo llevado a cabo hasta llegar a ser lo que es.

Este curioseo -aparte de tener muchas respuestas, tantas como individuos- viene aparejado con el desasosiego que nos produce el hecho de que enfrentados a un espejo, no nos reconocemos en la imagen que nos reintegra.

Tiene el espejo esa cualidad de devolvernos un dibujo de alguien que se parece a nosotros pero que no somos realmente nosotros.

Vivimos instalados en una quimérica ambigüedad. Nuestro conocimiento de las cosas es tan ínfimo que cuando hablamos o tratamos de comunicarnos con alguien, puede ocurrir que a pesar de utilizar los mismos signos de lenguaje, nuestros ideogramas sean incomprensibles para el otro.

Además, nos han educado para reservarnos, para no decir lo que pensamos. La verdad, nuestra verdad, casi nunca sale a flote: siempre queda escondida, a oscuras en no se sabe qué recovecos aunque a veces no lo hagamos de manera intencionada, simplemente la ocultamos por no sabemos qué miedo o absurda prevención.
Somos actores que interpretan un personaje -en la familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sexuales incluso- que nada tiene que ver con el que somos.

El mundo es un gran teatro donde por desgracia, nuestra individualidad se pierde para formar parte de una cadena que tira de nosotros hacia un inevitable destino: el modelo de sociedad donde hayamos nacido o estemos inmersos.

Cada uno de nosotros es un pequeño “museo de minucias efímeras” -como denominaba Borges a los periódicos- donde resulta casi imposible no rozar la locura.

La capacidad humana para interrogarse tiene estos inconvenientes; si ponemos encima de la mesa todas las respuestas posibles, el análisis de las mismas y su confrontación con la dura realidad en que nos vemos inmersos, podría hacer que nos perdiéramos por siempre en el camino.

En este sendero de incomprensión no hay más luz que la del entendimiento, la que nace del conocimiento de las cosas, de la formación individual, de la discrepancia continua de pareceres, de la osadía de ser uno mismo y gritar lo que piensa, de rechazar las imposiciones, de negar las evidencias no contrastadas: de ser, no de estar.

Ahora que se nos vienen encima tres elecciones en poco más de un año, habría que hacer un esfuerzo para dilucidar qué cosa es la que nos están vendiendo.

De pequeño, en mi pueblo, cuando una persona mayor no me reconocía preguntaba: “Niño ¿tú de quién eres?” Y en cuanto le decía la cepa de la que broté me localizaba.

Bueno, pues esa inquisitoria que también pusiera de moda el grupo 'No me pises que llevo chanclas', hay que dirigirla ahora, en los próximos meses, a los líderes políticos.

Tú de dónde has salido, qué vendes, qué ofreces, cómo lo vas a hacer, quiénes te acompañan, cómo vas a resolver esto y lo otro…

En fin… hay que mojarse y preguntar sin miedo. Escoger, y desechar el resto. Apostar, vamos.

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