martes. 14.05.2024
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Crímenes contra la humanidad

Crímenes contra la humanidad

Uno, otro y otro... así hasta seis. Que tiene bemoles. Parece mentira que haya personas con responsabilidades políticas, que, sin pudor alguno, antes de salir de sus casas se coloquen por jeta una máscara veneciana en la que aparece una sonrisa permanente, mientas la ciudadanía sigue no ya con la sangre sino con el alma -si es que existe la tal cosa- congelada.

Un año, otro año y otro año... así hasta seis años de desplome laboral. Que tiene guasa, ¡oiga! Cómo hay -me pregunto- un solo miembro del Gobierno con responsabilidades en esta materia que pueda sonreír en público aunque sólo sea por respeto a los millones de parados que deambulan por las calles o se sientan en las plazas cuando el tiempo lo permite, con la mirada irremisiblemente hacia el interior, perdida la autoestima, puede que de por vida, y cuyo único camino le lleva a la consulta de la seguridad social, ésa que cada vez es menos social y más de pago, para que el psiquiatra le recete unos ansiolíticos, un algo... un no sé qué, que le quite de los hombros el peso de sentirse un paria, un inútil integral, una carga familiar y social, un muñeco de feria, un bartolito, un güevón... un donnadie en definitiva.

Un año, otro año y otro año de destrucción de empleo. Porque esa es la verdad y no la que dicen, puro eufemismo para mejor vestir con consoladores harapos el deteriorado muñeco roto de una sociedad desestructurada: la española. Según los últimos datos, en España hay, ahora, en este momento que usted me lee, un millón ochocientas mil viviendas en la que todos sus miembros están parados. La cifra es tan descomunal que a uno le cuesta imaginar tamaña afrenta. Es decir, si ponemos un millón ochocientas mil casas adosadas una a otra, digamos de ocho metros de fachada, nos daría una calle de catorce millones cuatrocientos mil metros. Eso. ¡Exactamente eso!

Un año, otro año y otro, así hasta seis, que dan como resultado que haya 686.600 familias en las que ninguno de las personas que la componen tiene ingreso alguno. Nada. 686.600 familias cazando moscas, oyendo silbar al viento, regurgitando bilis, malviviendo, o, para mejor decir: malmuriendo.

Un año, otro año y otro, así hasta seis, hasta llegar en la actualidad a que tres millones y medio de españoles lleven más de un año sin encontrar trabajo alguno, y dos millones trescientos mil lleven más de dos años buscando empleo sin encontrar algo que ponga luces en sus ojos que no provenga del puro llanto, que le permita sentirse un ser pleno, satisfecho de sí y del desarrollo de sus capacidades físicas e intelectuales.

Un año, otro año y otro, y ya no seis, sino un tiempo incalculable que enlaza con el desarrollo de las primeras sociedades organizadas, en la que los ricos, los que tratan a las personas como objetos intercambiables, como cromos, como estampitas, y que les importa un higa eso de los derechos inalienables de los seres humanos y otras monsergas, se sientan a jugar al Mercado, un juego tan viejo como la codicia, que es una enfermedad propia del "hombre"... se sientan, decía, en un lugar policialmente muy protegido -para no ser molestados por los muertos de hambre, por los que nada tienen-, que en los últimos años ha venido a caer en Davos (Suiza), ese lugar lleno de bancos en donde están enterrados en cajas de acero todo el sudor, el dolor, el llanto, el esfuerzo y las plusvalías de millones y millones de hombres y mujeres del mundo que trabajaron para que unos pocos de sinvergüenzas liberales, de estafadores, sigan ejerciendo la criminal acción de dejar morir de hambre a millones de personas en el mundo.

Algunos me tacharán de radical, pero, quienes así actúan están cometiendo un crimen contra la humanidad. Estos muertos mueren -y no hay redundancia en la expresión- por la política ejercida por el capitalismo exacerbado, ese que ahora se da cita en el Foro Económico Mundial de Davos.

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