domingo. 05.05.2024
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Opinión

Una persona ejemplar

Era un hombre de consenso y lo practicó hasta para morirse, al no querer quebrar la voluntad de los médicos que le habían dado 48 horas de vida. Murió dos horas más tarde. Era un hombre bueno y un buen hombre. Ahora todos le alaban, aunque tuvo que sufrir durante cinco años (1976-1981) las mayores tropelías que se recuerdan a un político de su categoría. Un traidor para unos, un tahúr para otros, un encantador de serpientes para algunos más y un político incorruptible para los demás, que afortunadamente eran mayoría. Todos parece que ahora le echan de menos, pero cuánto vacío le otorgaron durante ese lustro.

Hizo posible el fin del franquismo, jugándose el tipo, con la Ley para la Reforma Política, que hizo posible que acudiéramos a las urnas por primera vez un año después (1977), sometió a referéndum una nueva Constitución (1978) y volvió a acudir a las urnas para poder ser refrendado como primer presidente de una democracia (1979). Todo ello en apenas tres años. Liquidó al franquismo y unos pocos locos aprovecharon que había dimitido para intentar cargarse la democracia un nefasto 23-F de 1981. Ahí acabó un lustro en el que este país terminó por abrazar la democracia para siempre.

Adolfo Suárez era un político de raza, tal que no quiso vivir de las rentas y fundó un partido (CDS) a su medida para estar diez años en el Congreso tras tres elecciones legislativas en las que primero consiguió dos diputados (él y Rodríguez Sahagún) y cuatro años después convertirse en la tercera fuerza política con 19 escaños. Al final volvió a dimitir tras un fracaso en unas municipales. Era el año 1991, y hasta que llegó el alzheimer en 2003 se dedicó a su familia, con las desgracias de las muertes de su mujer, a la que adoraba, y su primogénita. Toda una vida dedicada a los suyos, entre los que tenía lugar preferente España. Descanse en paz, presidente.

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