sábado. 20.04.2024
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Opinión

Ayudarte a morir, el acto de amor más sincero

Ángel asumió que el amor que le profesaba a María José se encontraba por encima de sí mismo, María José supo que podía contar con Ángel
Ayudarte a morir, el acto de amor más sincero

¿Qué pasaría si mañana yo  tuviese un accidente y el resultado fuera que no pudiese levantarme de la cama? ¿Qué ocurriría si se me detectase una enfermedad incurable y degenerativa?

En el caso de que me encontrase en esta disyuntiva, ¿Qué desearía? Yo que estoy acostumbrado a tener plena independencia, yo que hago viajes de larga distancia como mínimo dos veces al año, yo, yo, yo… Y sí ella tuviese que acompañarme siempre, y sí la necesitase para cualquier acción que quisiera realizar.

¿Qué haríamos sí llega el momento en el que el dolor se vuelve insostenible?

Quizás el acto de amor más sincero, que pueda realizar cualquiera, sea escuchar el lamento: así no quiero seguir viviendo. Ejecutar la decisión de alguien, que ya no podía tan si quiera abandonar esta vida, con sus propios medios, quizás sea el acto de amor más sincero. Él no sólo llora su pérdida, asume enfrentarse a un juicio público, acata que sus vidas puedan encontrar en cualquier medio.

¿Es ético valorar las decisiones que afectan única y exclusivamente a la propia persona?

¿En qué momento nos hemos olvidado de todas esas personas que quieren decidir sobre su derecho a no seguir viviendo dado sus  circunstancias clínicas? ¿Cuánto tiempo tienen que esperar para que esa propuesta de Ley que se encuentra en el Congreso, de una vez por todas, se establezca? 

Ángel asumió que el amor que le profesaba a María José se encontraba por encima de sí mismo, María José supo que podía contar con Ángel. Ella decidió que su trayectoria vital había llegado a su fin ante unos dolores que no se mitigaban ni con morfina. Ángel le suministro el arsénico. Nuestras Leyes hicieron que la Policía apareciera en la casa de los dos. A él le tomaron declaración. Con ella se procedió a realizar el levantamiento del cadáver. A él le pusieron las esposas. A ella una sábana blanca. Le preguntaron que sí quería llevar las manos tapadas para ocultar las dichosas esposas. Él pronunció: que lo observe España entera, yo no soy ningún delincuente, y fue justamente, en ese instante, cuando ella volvió a susurrar: Ángel.

De las tantísimas noticias que se dan todos los días, está es de las que estoy siguiendo muy de cerca, deseo que a Ángel las cosas le marchen bien.