jueves. 25.04.2024
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Opinión

El placer de la rutina

Son las 06,53 horas, estoy seguro. En unos segundos oprimiré la tecla del despertador, abriré los ojos y aparecerán para mi asombro esos números concretos en la pantalla iluminada, me pondré los auriculares de la radio y escucharé las primeras noticias de la mañana. Mis relojes biológicos son de tal exactitud, que me permiten conocer con antelación cosas tan peregrinas como estas. Aunque el permanente 'Día de la Marmota' en el que vivo no me agobia, sino que por el contrario me produce el confort final del protagonista, cuando descubre el placer de ir perfeccionando sus vivencias cada jornada.

Los seres humanos nos dividimos, fundamentalmente, entre quienes disfrutan con la descarga de adrenalina que produce la angustia de la incertidumbre, y quienes preferimos transitar por caminos ya trillados. Puede que la humanidad no hubiera evolucionado tanto si todos perteneciéramos al segundo grupo. Pero quién sabe si no viviría más feliz.

La satisfacción de los niños cuando consiguen completar las frases de los cuentos infantiles, a medida que se los vamos contando; el paraíso asegurado en los brazos del cuerpo amado, que responde como un instrumento bien afinado cuando se pulsa un determinado traste; el confort de una nómina fija; el sosegado enamoramiento del paisaje, escrutado una y otra vez... Se podrían enumerar infinitos modos de acceso a un bienestar sin sobresaltos, sin angustias, alejado del sinvivir en el que nos mantienen por decreto.

Lejos de estos sencillos placeres de las rutinas placenteras, estamos condenados a la amargura de un continuo ¡ay¡ en la boca, al sabor agrio que nos dejan los portavoces gubernamentales a cada nueva disposición, encaminada sin duda a mantenernos en tensión, para que obedezcamos con la respuesta automática de la milicia, para que nos movamos siempre atentos a las voces del poder.

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