jueves. 18.04.2024
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Negacionismo: El virus de la idiotez

Las circunstancias que se han vivido durante el último año y medio han sido un caldo de cultivo excelente para las teorías conspiratorias y el afloramiento de la estupidez humana.
Negacionismo: El virus de la idiotez

No hay mayor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán popular. En 1995, McArthur Wheeler, robó dos bancos a plena luz del día, sin taparse la cara y sin pretender ocultarse. Fue arrestado apenas una hora después. Su imagen ya había parecido en los informativos de ese mismo día en múltiples cadenas de televisión.

Wheeler  confiaba en que aplicar jugo de limón sobre su rostro, le haría invisible a las cámaras. Al parecer dos amigos del ladrón le convencieron de ello. Él mismo probó primero su eficacia: se aplicó jugo de limón en toda la cara y luego se tomó una fotografía. Nada apareció, posiblemente porque puso un ángulo a la cámara en el que estaba apuntando al techo.

Más recientemente, en febrero de 2020, el estadounidense Mike Hughes falleció en la caída de un proyectil con el que intentaba alcanzar la estratosfera para intentar probar con imágenes del horizonte que la Tierra es plana y no es esférica. Trataba de convertirse en un héroe para el movimiento terraplanista quiénes con supuestos argumentos científicos pregonan que la tierra jamás ha sido esférica.

Por patéticos que parezcan estos ejemplos, estas historias son reales. Tan patética como muchas de las historias de negacionistas ingresados que hemos conocido en los últimos tiempos.

Las circunstancias que se han vivido durante el último año y medio han sido un caldo de cultivo excelente para las teorías conspiratorias y el afloramiento de la estupidez humana y es que todo, tiene una explicación hasta el auge de los delirios.

La mala comunicación (que importante es el buen periodismo) está detrás de muchas de las creencias erróneas.

Si a cualquiera de nosotros hace dos años nos hubieran hablado de confinamiento, crisis económica mundial y uso de mascarillas, creeríamos que nos estaban hablando de una novela de ciencia-ficción. Esas cosas no pasan y menos en el occidente del estado de bienestar con decenas de protocolos y una sanidad preparada para múltiples contingencias. Si ocurre, es más fácil pensar que alguien ha querido deshacer ese ‘establisment’ del que goza la sociedad actual, que acudir a algo tan complejo y extraño como una pandemia. También en la Edad Antigua, ante un eclipse, era más fácil creer que Dios se había enfadado con nosotros a dibujar un cuadrante de planetas y estrellas en el universo.

Si a todo esto le sumamos la mala praxis comunicativa (ante el desconocimiento de los que están obligados a comunicar) tenemos la tormenta perfecta del negacionismo. “Solo van a ser uno o dos casos a los sumo”, “es necesario llevar guantes”, “el 70% de vacunas traerá la inmunidad de rebaño” o “un inmunizado no puede contagiar” son frases mal comunicadas que crean confusión o que luego se han demostrado falsas (porqué sí, la ciencia aprende del ensayo y error y una vez pregonó que la tierra era plana).

Así que no, no creo en vacunas con grafeno (un material carísimo de extraer que haría que la vacuna costara una millonada) ni en la interacción entre la vacuna y el 5G ni que Bill Gates quiera controlarnos con un microchip (hay que tener ganas de complicarse la vida con lo bien que estaría disfrutando de su fortuna que crece día a día), creo en la ciencia en la eficacia de las vacunas que desde que está puesta ha reducido exponencialmente el número de muertes en todo el mundo (en Huelva no ha muerto nadie entre el 2 de julio y el 9 de agosto) y que ha permitido que al menos un poco nos vayamos liberando de esta pandemia que nos ha tocado vivir.