sábado. 27.04.2024
El tiempo
Opinión

Estado de indefensión

No sé a ustedes, pero a mí hace tiempo que me cuesta creer en la Justicia. Y más aún en la justicia de la Justicia. Porque, para qué vamos a engañarnos, está claro que no todos somos iguales ante la Ley. Hay quien roba gallinas y le cae encima todo el peso de la ley, y hay quien roba y malversa fondos públicos, pero alega “errores contables” y marea la perdiz durante años mientras vive de lujo en permisivos países centroeuropeos.

Es cierto, y debemos felicitarnos por ello, que vivimos en un estado garantista como pocos. El problema es que a la hora de legislar, parece cada vez más claro que quien hace la ley hace la trampa. Ya, por pensar mal, a veces da la sensación de que se aprueban leyes que protegen al infractor, por llamarlo de la manera más aséptica posible, y apenas salvaguardan a la víctima. O dicho más claro, que algunos hacen las leyes a su medida para que luego, si los trincan con las manos en la masa, la cosa no pase a mayores. Y eso, con el democrático beneplácito del multicolorido arco parlamentario. Al menos, esa es la sensación que le da a uno después de tantas barrabasadas.

Porque, después de tanto recorte de derechos y de tantos saqueos a los que hemos asistido –y seguimos asistiendo- ya no se me ocurre otro calificativo para la mayor parte de las noticias relacionadas con la Justicia con las que uno se desayuna cada mañana. Yo ya he optado por escuchar música en el trayecto de casa al trabajo. Oiga, que a lo mejor es un pecado mortal siendo periodista, pero es que mis neuronas están saturadas de tanto mosqueo.

Y no hace falta recurrir al tan manido ejemplo de la política. Nos podemos centrar en los casos que afectan directamente al ciudadano de a pie (como si acaso la política no lo hiciera). Vivimos en un estado tan garantista desde el punto de vista judicial que yo me atrevería a decir que estamos en un auténtico Estado de lndefensión.

Porque se supone que los ciudadanos contamos con cuerpos y fuerzas de seguridad que velan por nuestra seguridad y que, dicho sea de paso, y nunca está de más recordarlo, hacen una labor encomiable. Pero, ¿hasta qué punto le merece la pena a un agente de la Ley jugarse el pellejo o su carrera por salvaguardar la seguridad de los demás? No hay más que ver los últimos casos.

El otro día leía a Pérez Reverte detallar el caso de un Guardia Civil que en 2009 mató de tres disparos -había fallado uno de cuatro- a un descerebrado que se había dado ‘el gusto’ de saltarse un control policial, provocar varios accidentes y protagonizar una persecución que atravesó las provincias de Ávila, Madrid y Toledo, además de querer rematar en el suelo, atropellándolo por segunda vez, a un agente que estaba herido. Fue entonces cuando el referido Guardia Civil sacó su arma reglamentaria y le dio matarile al susodicho elemento en defensa de la vida de su compañero.

Pues manda narices que, en un caso tan clarísimo y probado como este, la garantista y lentísima Justicia española haya tardado ¡siete años! en decidir si el picoleto que se cargó a un tipo peligroso para la seguridad del resto de los ciudadanos en defensa propia y en defensa de la vida de un compañero, y con todos los motivos para emplear el arma reglamentaria, era inocente o culpable.

Mientras tanto, al guardia lo han tenido siete años de mamoneos judiciales. Uno tras otro. Y de ellos, cuatro años como imputado. Es decir, con su vida profesional estancada y sin posibilidades de ascensos ni recompensas. Y después, venga recursos, comparecencias judiciales, tribunales varios, informes periciales, año y medio de baja por depresión y todas las mierdas que conllevan estas situaciones, mientras las diversas instancias intentaban aclarar si la criaturita que iba al volante había sufrido algún tipo de trastorno transitorio o si la persecución había sido un abuso policial. Una ruina para la vida y la carrera de este agente, oigan.

Está claro que los agentes que van de sheriff y son de porra o gatillo facilón –que haberlos haylos- deben ser juzgados con toda dureza. Pero a quien cumple estrictamente con su deber no se le puede tratar así. Porque al final estamos protegiendo a tipos como el cabrón del coche, al ladrón o al violador, que se benefician sin pudor de este estado ultragarantista y país de cogérnosla con papel de fumar en todo para convertirlo en un estado de indefensión. Porque, visto lo visto, ¿si usted, querido lector, fuera un guardia y se viera en la tesitura de tener que sacar la pistola… lo haría o pensaría en su futuro? Pues eso.