viernes. 03.05.2024
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Opinión

Cercanía, la llaman

Hay una época más hipócrita en el calendario que la Navidad, las campañas electorales. Cada vez empiezan antes porque la competencia es mayor, esto es como en el comercio, puro marketing. Cada uno hace el programa electoral más atractivo pensando en la conexión con los ciudadanos, lo de cumplirlo ya es otro asunto.

Y si los políticos sacan su mejor sonrisa, se disfrazan para ir de paella con deportivas, camisa por fuera y gafas de sol es porque funciona. Escuchar durante unos meses a los ciudadanos fuera de los despachos incluso oxigena. Porque la gente demanda “cercanía”, tocar a sus líderes y sentir que toman nota de sus problemas. El inconveniente es que en muchos casos la cercanía ha ido involucionando hacia una patética falsedad donde lidera el más amable, el que promete lo que el otro quiere escuchar, el que tiene un tono de voz más convincente, el más humilde, el que mejor cae. Dan igual los programas, el coeficiente intelectual, la capacidad de gestión o la habilidad para salir de situaciones críticas.

Moverse en este nivel no es culpa de nuestros dirigentes, es de los ciudadanos. Las redes sociales se han convertido en un escaparate perfecto para mostrar sus perfiles, fotos que eternizan momentos fugaces y alimentan el ego de la gente de a pie, al lado de sus líderes. Lo que echo en falta, en la mayoría de los casos, que no en todos, son análisis, reflexiones, conclusiones de esas jornadas de trabajo; y nosotros no las exigimos, tenemos lo que pedimos, un nivel demasiado básico. Nos quedamos en la superficie, no llegamos hasta el núcleo. Pedimos transparencia, nos introducimos en el ámbito privado de la clase política, pero no pedimos cuentas de resultado. ¿Nos preocupamos, por ejemplo, por la solvencia, de nuestros ayuntamientos?

El desengaño con la clase política no se demuestra no acudiendo a las urnas o votando a fuerzas políticas alternativas, vacías de contenido, con ideas utópicas. El castigo no solo se lo damos a los políticos, también nos castigamos nosotros. Aprovechemos los mecanismos con los que contamos, las redes por ejemplo, para exigir nivel, abramos los ojos y las orejas. Pensemos. Porque hay muchas verdades, pero si solo nos centramos en una y la perseguimos, sin ver más opciones, nos convertiremos en fanáticos y el fanatismo nos empobrece.

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