viernes. 26.04.2024
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Opinión

A mis treinta y diez

He decidido hacer un ejercicio de sinceridad conmigo mismo. No tengo ninguna crisis de esas de la edad ni nada por el estilo, pero es un momento adecuado para evaluar y corregir.

He decidido hacer un ejercicio de sinceridad conmigo mismo. No tengo ninguna crisis de esas de la edad ni nada por el estilo, pero es un momento adecuado para evaluar y corregir.

Yo he vivido, lo confieso. A veces más y mejor que otras, pero casi siempre con pasión. Me he ilusionado, he llorado, he perdido y he ganado. Tengo amigos desde pequeño y otros a los que ya no veo, pero los llevo a todos repartidos por mi alma. Bailé, recité, escribí un libro y hasta salí en una obra de teatro. He cantado y he compuesto canciones, he comido sano y he ayunado. Tengo una memoria extraordinaria para saber dónde está mi casa, mi gente, mi familia.

Perdonen el coñazo, pero he llegado hasta aquí, y eso es muy importante.

A veces, cuando el vértigo me supera, cuando el ruido y los semáforos me suben la tensión, me paro y respiro. Entonces me pongo a pensar en mi pueblo casi siempre y me demuestro que he sido -y soy- siempre muy feliz, incluso cuando no lo sabía. Los atascos me llevan a atardeceres, cigarrillos a escondidas, mañanas de Reyes y domingos de fútbol.

Así que, si he de dar gracias, las doy. Es verdad que he tenido mucha suerte. No soy puntual, no contesto a los WhatsApp y he faltado a muchas celebraciones, pero mi gente sigue aquí. Mis amigos son amigos de verdad. Tengo hermanos que hubiera firmado tener antes de nacer, sobrinos, primas, tíos y hasta una madrina que a veces es hada. Además, tengo una emejota que me hace libre y me soporta.

Lo de mis padres es caso aparte y no cabría en este párrafo. Son sus años en mi vida y los míos en la suya, así que yo soy las arrugas de mi madre y las canas de mi padre. Es el secreto.

Me da pena pensar en quienes no están y me duele mucho ese dolor. También me entristece pensar en el olvido, pero como he de ser sincero, que ese era el propósito, no tengo ningún sentimiento de culpa porque mi catequista, Anita López, me enseñó un cristianismo distinto.

Así que, gracias por haber estado y por estar, por los abrazos y por las palabras, las buenas y las malas. Gracias de veras, porque una vida no se vive solo, y la mía la derramo por ustedes si hace falta.

Brindemos, con luz y con sol, con los ojos abiertos. Brindemos y que siga la función.