viernes. 03.05.2024
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Se le va de las manos, president

Se le va de las manos, president

Leo Harlem es un humorista que no hace mucho popularizó una frase dentro del programa que José Mota tenía en televisión. Eran unos sketchs que empezaban, todos, con el latiguillo “¡Se nos va de las manos!”. El uso desmedido o la fiebre por los tatuajes, el chándal, los gimnasios, los programas de medicina o el mundo japonés eran abordados en clave de humor. Y la exageración en su monólogo era sólo la necesaria, se acercaba mucho a la realidad.

Pues bien, en el momento presente, a nadie extrañaría que una día de estos apareciese en la pequeña pantalla o en algún post de cualquier red social el presidente de la Generalitat de Cataluña diciendo eso mismo, “¡Se nos va de las manos!”. Bueno, raro sí que lo veríamos, porque sería como reconocer que el pulso que está echando al Estado de Derecho tiene complicado reconducirlo. Cuando la calle toma partido, cuando a la calle se le abren demasiadas expectativas, recular desde las instituciones no es tan sencillo. Pero si Artur Mas tuviese sentido del humor, y no fuese una cuestión baladí, podría pasar.

A ello hay que añadir que tampoco está dando marcha atrás de manera inequívoca. Es verdad que ha paralizado la publicidad institucional del 9-N, pero todos sus gestos, todas sus declaraciones son de que el proceso sigue adelante. Las suyas, las del Gobierno catalán, y, no digamos, las de los socios más radicales. Oriol Junqueras, el líder de ERC, ya había manifestado antes de que el Tribunal Constitucional suspendiese el referéndum soberanista (que es lo que es, por mucho que se empeñen en hacer ver que no deja de ser un sondeo de Demoscopia, “una consulta para pedir la opinión de los catalanes, no vinculante”, esgrime la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Carme Forcadell) que había “llegado la hora de saltarse las leyes españolas”. Ahora, tras la decisión de los doce magistrados del órgano supremo defensor de la Constitución, persiste en esa idea: “Haremos todo lo posible para obedecer a los ciudadanos de Cataluña”.

Y los ciudadanos de Cataluña ya se han expresado. Y lo seguirán haciendo. Quieren votar. Porque tienen muy arraigado el carácter independentista (la mayoría) y porque les han puesto un caramelo en la boca. Y no quieren que se lo quiten cuando están a punto de saborearlo. Por eso, Artur Mas se ha metido en un callejón sin salida. Si persiste en su actitud de seguir adelante, la respuesta del Estado puede ser contundente. Si se comporta como un político que debe respetar las leyes españolas (y Cataluña, por ahora, forma parte de España y se rige en muchas materias por las leyes españolas) y en algún momento anuncia que el 9 de noviembre no habrá consulta, la respuesta de la calle puede ser explosiva.

Todo, sin entrar a valorar en este comentario la actitud del presidente del Gobierno español, que tampoco ha intentando llegar a algún punto de acuerdo, por mínimo que fuese, para desbloquear la situación. Pero eso sería motivo de reflexión aparte, que ya se ha hecho desde numerosas tribunas. Lo incuestionable es que a Mas el deseo de independencia se le ha ido de las manos.

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