viernes. 19.04.2024
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Opinión

Ha muerto Saah Exco

El mismo día, casi a la misma hora, que en Madrid moría Excalibur, a más de 5.000 kilómetros de distancia, en Monrovia, se conocía la muerte de Saah Exco. Todos sabemos quién es Excalibur, o a qué Excalibur me refiero (casi un millón de entradas en Google en apenas 48 horas). Más dudas tengo de que suene, si acaso ligeramente, el nombre de Saah Exco (120.000 en más de 50 días). Y ojalá me equivoque.

Saah Exco es -era- un niño de 10 años que tuvo el infortunio de vivir en un país azotado por mil males, el último, el ébola. Reporteros gráficos le fotografiaron, el 20 de agosto, solo y desnudo en una calle de la capital de Liberia. Estaba infectado por el mortal virus y, al parecer, no había hospital que le acogiese, que le cuidase, que intentase curarle. Y ha muerto.

¿Cuántas protestas se han producido en el mundo, España incluida, por esa fotografía que dio la vuelta al mundo? ¿Qué se ha hecho por salvarle? ¿Alguien conoce de alguna campaña, de algún video, realizado en cualquier lugar del planeta pidiendo que se actuase, que no se le dejase morir? ¿Se están movilizando las redes sociales para denunciar la situación que se vive en Sierra Leona, en Liberia, en Guinea Conakry...? Ahí es donde está el foco, ahí es donde se deben centrar todos los esfuezos del mundo entero, de los Gobiernos de los países desarrollados, para frenar el goteo de contagiados (8.033 hasta el 5 de octubre), de fallecidos (3.879), de niños huérfanos (al menos, 3.700). Ahí es donde está la muerte. Y aquí, indignados por la suerte, la mala suerte, de un perro.

Por eso, me parece inmoral las protestas de ayer, con violencia con la policía incluida, para evitar la muerte de Excalibur, el perro de la auxiliar de enfermería contagiada por el ébola en Madrid. Y aclaro: no sé qué decisión era la más acertada, si dejar que siguiera viviendo sin ningún tipo de precaución, si recluirlo y ponerlo en observación, o si sacrificarlo. Ni los expertos se ponen de acuerdo. Pero el sentido común me dice que ante la más mínima duda de que pudiera propagar el virus, lo que se ha hecho, bien hecho está. Por muy dura que sea la decisión y por muy triste que resulte.

Mi incredulidad va más allá. Poniéndome por un momento en la piel del marido de Teresa Romero, no me entra en la cabeza que mi preocupación principal sea la de un perro, teniendo a mi mujer en la habitación de al lado contagiada de ébola y estando yo en situación de alto riesgo de haberlo contraído. Como tampoco entiendo que se dedicara a pasar a los periodistas fotografías de la mujer -alguna, poco favorecedora-, cuando horas antes ella había reclamado privacidad y que no se informase de su estado.

Ojalá a partir de ahora, confiando en que su compañera salga adelante y él no esté contagiado, pero habiendo sufrido la amenaza del ébola, tenga la misma sensibilidad para con los miles de muertos y huérfanos que se van a producir en las próximas semanas en África. Que se acuerde de los muchos Saah Exco que quieren vivir y no pueden.

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