jueves. 25.04.2024
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Opinión

Mala reputación

Quizá se acreciente el saldo de mi mala reputación pero me da por pensar que las macro reformas, los bruscos cambios de sentido y las “puestas de limpio” en general se contradicen con el principio básico tan arraigado en la mentalidad anglosajona que insiste en arreglar lo que está estropeado, enmendar lo erróneo, pero siempre con actuaciones eficientes que minimicen el esfuerzo con miras a maximizar la rentabilidad social de cuantas reformas se acometan.

Veo como utilizando el caso particular, el individuo se ataca al sistema y se exige su reforma. Temo que nos han envuelto en una campaña de desprestigio amasada en la más pérfida de las falsedades, aquellas que están entretejidas con verdades.

Un ataque indiscriminado, un fuego de cobertura sobre todas nuestras instituciones, justificado la destrucción del estamento en el mal uso que algunos de nuestros representantes hacen de ellos y de sus privilegios. Una abrumadora avalancha de información, un tsunami sucio revuelto de basura y miserias que parece diseñado con el objetivo de minusvalorar nuestro sistema y justificar su defunción.

Ante tanta cabeza perdida deberíamos ser capaces de tranquilizar nuestro razonamiento.

Sí, Sigo pensando que los representantes del pueblo deben estar aforados y que sus causas deben dirimirse en instancias superiores de justicia, porque es necesario proteger a nuestros representantes de cualquier grupo con recursos, medios y tiempo suficientes como para abrumarlos con demandas y entorpecer su labor legisladora o de gobierno.

Sí. Sigo pensando que nuestros representantes deben mantener gratuidad en sus desplazamientos, justificados y debidamente motivados, pero no necesariamente autorizados. Una gestión de un diputado español, por ejemplo, ante un gobierno extranjero en la defensa del interés individual de un ciudadano, debe contar con confianza y confidencia.

Confianza y confidencia, justificadas por una sola razón, solemne y absoluta, porque les hemos elegido. Porque nuestros representantes son el único vehículo de conexión entre la voluntad del pueblo soberano con los poderes del Estado. Porque son el nodo fijo entre dos cuerpos vibrantes, la voluntad del pueblo y el poder político.

Y no leo alternativas, solo ataques; opciones que plantean arrasar con el sistema antes que depurar las responsabilidades de aquellos que traicionan la confianza de los ciudadanos.

Un absurdo al que nos llevan tanto, los interesados en un modelo no representativo, aristócratas de la cultura o el poder y bien nacidos en general, cuanto gentes de buena fe a los que no se les explican los valores de nuestra democracia ni se les transmite con dureza la necesidad de acciones contundentes contra los que defraudan la confianza que en ellos depositó el pueblo.

Confianza del pueblo, el mayor rango de honor que nadie puede ostentar en nuestra sociedad ante cuya ruptura solo cabe el contundente peso de nuestro sistema jurídico, equilibrador de nuestras libertades.

Deberán ser los partidos que ahora nos representan los que apliquen en primera instancia las medidas de contención y transparencia, y el que no sea puro, en el más profundo sentido cátaro, que se marche. Su mera presencia mancha a la institución, al votante y a la organización política que lo avala.

Preguntar por el mal uso de los viajes pagados con el dinero de todos queda en un segundo plano, de eso que se ocupe la justicia o el ordenamiento parlamentario. Es más importante el saber de los viajes pagados y por qué hay tan pocos en los apuntes contables que hagan referencia al contacto de un diputado o un senador con su provincia.

Cuántos diputados o diputadas han visitado Arroyomolinos de León en el último año, cuántos senadores o senadoras conocían de primera mano y sobre el terreno los problemas de acceso por carretera a Encinasola. A cuántos lugares en los que los ciudadanos exigían el trato directo con el Estado no llegaron nuestros parlamentarios.

Críticas sin alternativa o con una opción que oculta el verdadero sentido del ataque, el deseo de una sociedad sin representantes o en la que los representantes sean solo aquellos a los que se lo puedan permitir sus rentas y heredades. Pocos hijos del pueblo habría entonces entre nuestros legisladores.

Es mi opinión, y ya sabemos que los vientos no son favorables, será porque eso sí que sí, que es una lata, siempre tengo yo que meter la pata.

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