lunes. 06.05.2024
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El hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño

El hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño

La abuela Carmen no ponía Belén, ponía el Misterio y lo hacía por la Purísima, para que el fuego de los rehiletes de diciembre sirviera de estrella a los Magos; luego lo quitaba para la Candelaria, antes de que el Niño Jesús fuese presentado en el Templo. Una Navidad larga.

El olor a infusiones de poleo entre humedades que envolvían el Nacimiento vino a encontrarme, años más tarde, cuando hice de aprendiz de cooperante. Los esteros de San Miguelito y los saltos de los niños desde el destartalado muelle de madera a las contaminadas aguas del lago Nicaragua me trajeron a los inicios de mi formación, fotos de niños saltando al Odiel desde los esteros de la serrería de la barriada de la Navidad, blanco y negro en las investigaciones sobre Huelva y el desarrollo de Francis Fourneau, a finales de los setenta.

Bien aprendimos a sustituir “subdesarrollo” por el bello eufemismo de “en vías de desarrollo” que nos permite soñar con un camino expedito hacia un bienestar equilibrado sobre el bálsamo de la justicia social; una verdadera paz positiva que no se define por la ausencia de guerras sino en la ausencia de motivos para el conflicto.
Si nosotros superamos aquellos años de presión política e incertidumbre económica, social y medioambiental seguro que San Juan del Norte, San Carlos, Solentiname o Mancarroncito podrían lograrlo.

De alguna manera la escena del portal sobre el aparador del comedor prolongaba la formulación intima de buenos deseos y parabienes. El aparador tenía espejo, de estaño azogado hoy desaconsejado por su toxicidad pero tan bello como los igualmente tóxicos lixiviados del Río Tinto en los valles de Berrocal.
Los espejos vienen a descubrir la nuca que nuestra cara oculta, y aprendemos a maquillar hasta lo que de nosotros no se ve; no obstante el juego de reflejos no deja de sorprendernos cuando transforma la izquierda en derecha, el ir en venir.

No pude esperar aquel lluvioso verano de 2006 en que las aguas del lago eran el espejo del aparador de la abuela Carmen, ni que mi esperado camino hacia el bienestar de los nicaragüenses se acabase transformando en un precipitado descenso a la injusticia social de los que tan orgullosamente nos llamamos europeos del sur.
Televisiones estatales que buscan ayuda para seres anónimos debatidos entre la enfermedad y la pobreza, en la antesala de la miseria auxiliados por héroes modestos, indignados a los que en su bondad no les importa ocultar con sus acciones solidarias a los verdaderos culpables de este desafuero, ladrones del futuro de tantas niñas que sueñan con un bocadillo mágico para la cena.

Vergüenza, ira cada vez más difícil de contener, esta es mi tierra, son mis gentes, abocadas al reconocimiento público de sus carencias, de sus más intimas necesidades. Me avergüenzo de ser parte de este coliseo, circo de hambre y necesidad, pornografía del sentimiento más descarnado. Ya no me adormecen cortinas de humo ni himnos patrios, se impone reclamar justicia, con todas nuestras fuerzas, con todos nuestros medios.

Ojalá llegue pronto la Candelaria en la que podamos desmontar este Belén.

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