jueves. 25.04.2024
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Opinión

Anticuerpos

Ahora se ha parado con la locura del ocio nocturno. Pero este relato de ficción, mucho lamento que se ha hecho realidad en muchos sitios, por una petaca, por darse dos besos al verse, por llevar la mascarilla al cuello…

Anoche salí. Como cada viernes de este verano quedamos a cenar en casa de Luis. Habíamos comprado un par de pizzas en el supermercado y unos refrescos. Cenamos escuchando música de fondo, hoy, aparte de los cuatro de siempre también sale con nosotros José Carlos, el primo de Luis, el que vive en Madrid, llegó esta mañana, va a pasar una semana aquí en la playa, es un par de años mayor que nosotros, y siempre que viene la cosa se anima mucho, liga como ninguno, bebe sin límite y no le da vergüenza de nada.

Ahora las discotecas cierran pronto, así que si queremos aprovecharlo tenemos que empezar a beber pronto también. Ya no podemos hacerlo en la calle, con lo cual, hemos comprado el botellón y después de cenar nos tomamos una copas allí mismo. La madre de Luis así está un poco más tranquila porque no nos juntamos con nadie, ya sabes, por el miedo. Total, que nos tomamos un par de copas allí, la verdad es que a mi más de tres copas no me entran, y a veces me siento mal porque creo que piensan de mí que soy un crío sin aguante, y sobretodo José Carlos, que él bebe bastante más.

Llegamos a la discoteca, la verdad es que la cosa aquí fuera está más o menos controlada, todo el mundo con su mascarilla y nos piden los nombres a la entrada, ¿para qué más? Una vez dentro todos sabemos lo que va a pasar, nos tomaremos una copa más, bailaremos como si no hubiera un mañana, la chica que te gusta está más guapa sin mascarilla, a partir del segundo chupito nadie vuelve a ponérsela. De todos modos todos somos jóvenes, estamos bien, no veo a nadie tosiendo ni estornudado, nos estamos divirtiendo, la música retumba, cada uno está a lo suyo. José Carlos me dice que vayamos al baño, allí de su bolsillo trasero saca una petaca, bebe un trago de la boquilla y me ofrece mientras se hace un cigarro. ¿Y ahora qué? Joder, no quiero beber de su petaca, me quedo congelado, me mira y me dice: “venga hombre, que es ron. No tendrás miedo del coronavirus ese, ¿no? Anda ya tío, que yo no he estado con nadie que lo tenga, ¿tengo pinta de estar enfermo?.” Creo que fue la mejor noche del verano, no la olvidaré NUNCA.

A los dos días mi padre se levanta mareado, dice que no se encuentra muy bien, que se siente muy cansado. Tres días después recibo un WhatsApp de Luis, me dice que tiene un poco de febrícula y que no va a ir a la playa, que prefiere reservarse para el viernes estar bien. Algo se remueve dentro de mi, de pronto me encuentro de pie pensando mil cosas, decido no darle mucha importancia y me voy a la playa. Pero mi padre está en la cama cuando vuelvo, tiene fiebre. Al día siguiente mi madre tiene vomitos y diarrea, la fiebre comienza a subirle, con el paso de los días se siente incapaz de levantar sus brazos, la fiebre llega a los 39 grados, mi padre se encuentra mucho mejor. Mi madre empieza a tener crisis de asma, le pregunto a mi padre: ¿mamá es asmática? Él me contesta que sí, pero que desde que yo era pequeño no sufría ninguna crisis. En ese momento ella aparece por el pasillo arrastrando los pies, abre la boca para intentar decirnos algo, pero la vida le roba el aliento y cae de bruces en el suelo. El golpe es tan fuerte que los vecinos llaman a la puerta.

Después de 17 días en la UCI mi madre no resiste más, y se va. Aquella vez en el salón, diciendo con unos ojos enfermos lo que su garganta ahogada no pudo decir, aquella fue la última vez que vi a mi madre, la persona a la que más he querido en mi vida, la que tenía un poder único: sus brazos, sus caricias y besos me salvaban del mundo, nada malo podía suceder si ella estaba cerca.

Ella positivo en covid19, mi padre positivo en covid-19, y yo, yo con anticuerpos, con anticuerpos y antifelicidad, anticapacidad para poder despojar de mi alma la culpa, ese es un anticuerpo que nunca desaparecerá de mi organismo. Escucho la televisión, hablan de nosotros, los jóvenes despreocupados por el coronavirus, las discotecas llenas de gente como yo, que quise en algún momento demostrarle a alguien que no soy menos, que no pasa nada, que soy fuerte, que no me asusta nada, que si todos lo hacen es porque no pasa nada, no iba a ser el único tonto con mascarilla. No escucho en la televisión hablar de la forma en la que los irresponsables como yo se supone que vamos a vivir ahora, cómo narices puedo yo seguir con mi vida sabiendo que lo que mató a mi madre entró en mi casa porque yo le abrí la puerta. Claro que no olvidaré nunca esa noche, he repasado mil veces esa cena, mil veces la barandilla en la que me apoyé esperando para entrar en la discoteca, veo en mi mente cada día las caras de los que estaban en la discoteca, no consigo ver a casi nadie con mascarilla. Pero lo que no puedo quitarme de la cabeza por un momento es aquella petaca, aquella boquilla metálica, por no pagar otra copa, he pagado lo más caro de mi vida. Ahora la sonrisa de aquel chico ofreciéndomela, quitándole importancia al riesgo me parece absolutamente maquiavélica, pero la culpa no es suya, lo he asumido con el paso del tiempo, la culpa fue mía, por no querer decepcionarlo.

Porque sé que si hubiera sido fiel a mí mismo no habría bebido, le hubiera dicho que no me parecía bien, ni necesario, maldita sea, si ni siquiera quería beber más, ¿qué narices me importaría a mi lo que pensara este tío? Por no decepcionarlo a él, he condenado mi vida, mis recuerdos, y la mirada de mi madre.

Si educamos a nuestros menores como personas fuertes emocionalmente y libres, serán fieles a sí mismos, harán lo que ellos crean conveniente hacer, no los arrastrará ninguna corriente, no sentirán la necesidad de complacer a los demás, aunque sean personas de su edad, aunque puedan admirarlos, aunque puedan contagiarles el covid-19.

Ahora se ha parado con la locura del ocio nocturno. Pero este relato de ficción, mucho lamento que se ha hecho realidad en muchos sitios, por una petaca, por darse dos besos al verse, por llevar la mascarilla al cuello…

¿En serio alguien pensó que al covid-19 no le gustaba ir de fiesta? Va allí donde le dejemos entrar, nuestra irresponsabilidad le abre la puerta.

Este es Tu Espacio de Psicología, si quieres que hablemos de algún tema que te preocupe o del que quieras saber más contacta conmigo a través de mi email o WhatsApp.

Ana Bella Vázquez Gento, Psicóloga de ciMa Atención Psicológica Huelva.

Plus Ultra Nº9-11, Huelva.

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