sábado. 20.04.2024
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Opinión

Calentándonos el alma

Esta semana pasada conocí por la prensa que una “persona” gerente de un hospital en la capital de nuestro país proponía quitar a los pacientes que ingresaban sus teléfonos móviles, diciendo literalmente que la familia tenía que estar fuera, que por qué tenían que llamar a sus familiares, y que no necesitaban ni a papá ni a mamá ni a la vecina de enfrente.

Pues bien, esta señora, de la cual se deduce que siempre ha gozado de una excelente salud (ella y su familia), ya que no tiene que saber lo que es estar ingresada, ni que un familiar lo esté por el motivo que fuera, porque si lo supiera no diría semejante barbaridad, esta señora ha traspasado el límite de la humanidad. Creo que alguien que se atreva si quiera a pensar así no debe dedicarse a una profesión orientada a la curación de otras personas, cuanto más, la persona que se atreve a decirlo en voz alta y fríamente.

Dicen que una de las peores sensaciones que uno puede tener es despertarse en mitad de la oscuridad, sin ninguna referencia, no saber dónde está ni donde está la salida. En lo desconocido, sin poder salir. Así es como se siente la familia de un enfermo de covid que no puede comunicarse con él. De vez en cuando el destello de una llamada de un médico para informar del estado del paciente, pero sin oírlos a ellos… sin oírlos estamos a oscuras. Por no hablar de los propios pacientes, aislados lógicamente en sus habitaciones, sin televisión, a algunos no les pueden llevar ni sus efectos personales. Por suerte esta no es la situación en los hospitales de nuestra provincia, y el teléfono se ha convertido en el hilo de salvación de aquellos que están luchando por sus vidas y de los que están sufriendo en casa por ellos.

Pienso en todas aquellas personas que están enfermas de Covid en hospitales. Ahora no es posible estar con ellos, cogerles la mano, no es posible si quiera darles una conversación cara a cara, los familiares no podemos “sufrir esos sillones azules”. Ahora con todo el lógico protocolo de seguridad que tenemos, las personas en los hospitales miran ese butacón vacío.

Existen fuerzas que no son físicas, existen gestos y palabras que generan cambios no imaginables. Ahora que no podemos tocarnos, nos llegan otras muchas cosas. Ahora que no podemos estar, nuestros deseos son los que empujan. Son los mensajes de ánimo, las llamadas llenas de dudas por no ser inoportunos deseando que mejore, conversaciones de WhatsApp que llevan tanto amor al enfermo… enfermo que se alimenta de ellas.

Las neumonías bilaterales las están curando los sanitarios, con medicina, con ciencia y los recursos que tienen (pocos). Pero el miedo, la soledad y la desesperación las están curando el amor, el amor de la familia y amigos, los “sé fuerte que de esta salimos, ya verás”, los “de aquí a nada estás en casa”, “cuando vuelvas vamos a hacer esto… y después lo otro…”, mensajes de compañeros de trabajo, los audios de buenas noches de hijos, hermanos, parejas, amigos, nietos, esas vocecillas agudas y diminutas que encierran amor puro, los abrazos que nos daremos, pensar en la vida que nos queda… todo eso y mucho más que reciben nuestros enfermos parece que se acumula en esa bombona de oxígeno y entra al cuerpo sanando los pulmones que con tanta mala leche el maldito virus trata de destrozar silenciosamente.

Tiene narices el asunto, aquella señora gerente que dijo aquella barbaridad por un segundo casi me quita la fe en la bondad del ser humano, una milésima de segundo, no pudo más que eso, porque todo el amor, el apoyo que veo, que escucho, que me cuentan en consulta, que todos hemos recibido en algún momento puede mucho más. La inmensa mayoría de las personas que están ingresadas y sus familiares han recibido todo ese calor, y es tanto calor que apenas se nota el punto de alma fría que aquella señora demostró. Eso es, nos damos calor, porque estamos unidos ante toda esta pesadilla, calentándonos el alma. Y salimos adelante. Saldremos adelante.

Porque hay enfermos de covid que no son católicos, y tienen velas pidiendo por ellos en las iglesias.

Calor.

A mi padre, guerrero que ha recibido mucho, por como es y por todo el calor que ha dado y, por suerte, nos seguirá dando. Te quiero.

Este es Tu Espacio de Psicología, si quieres que hablemos de algún tema que te preocupe o del que quieras saber más contacta conmigo a través de mi email, teléfono o WhatsApp.

Ana Bella Vázquez Gento, Psicóloga de ciMa Atención Psicológica Huelva.

Plus Ultra Nº9-11, Huelva.

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