miércoles. 24.04.2024
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Opinión

La posible mejora

El escritor colombiano Mario Mendoza, quien en una jugosa entrevista que le hace Juan S. Cárdenas para la revista Minerva analiza la debacle de los sistemas contemporáneo, asegura que “no solo hemos hecho las cosas mal (como testimonian las cifras de la FAO: mil millones de personas hambrientas, o la irrefrenable tasa de natalidad que soporta el planeta), sino que para empeorarlo todo albergamos esperanzas sobre una posible mejora.” Entiendo que lo que quiere decir es que mientras esperemos algo bueno de un sistema que ha fracasado, ese mismo sistema nos mantiene cautivos de sus estratégicamente diseñadas esperanzas, asegurándose el mando. Dice Mendoza “¿De qué les sirve a los millones de parados de España que el gobierno prometa que ahora sí lo va a hacer bien, si los cambios que se necesitan en realidad están fuera de su alcance en estas condiciones de dependencia? Eso es inmoral. El examen de conciencia sobre el fracaso de todo el proyecto moderno es un deber.”.

El otro día estuvo en casa mi tío Francisco, y al final dijo unas palabras hizo que recordara al escritor colombiano. Vino el hermano de mi madre con sus noventa y cinco años a ver a su hermana, que ronda los noventa. Reconozco en esos encuentros el privilegio de una transmisión de conocimientos que me fascina. La conversación entre ellos sigue un itinerario de ida y vuelta, del presente al pasado y viceversa, en un ágil flash back salpicado de silencios en los que ambos mantienen la mirada sumergida en aquello que ven en su cabeza, supongo, visualizaciones del mundo alojado en sus neuronas. En ellos casi todo es pasado y, a la vez, presente, porque así es la naturaleza de la remembranza. De cómo está de las piernas el primo José se trasladan a cuando se iba de niño andando a los Tanajales para arrancar matas en el pinar, siete u ocho kilómetros para llegar y siete u ocho de vuelta. “A nadie le dolían las piernas entonces”. Yo hago como que leo, y me ausento sin irme y se sumergen ellos más a sus anchas en recuerdos comunes y en su habla. Arrímate a la camilla que hace frío, dice ella. “¿frío, esto es frío?” dice él mirando la clara luz invernal que entra a raudales por las cristaleras. Mira con viveza y sus ojillos viejos y pausados iluminan un rostro con reciedumbre de tronco de olivo. “Frío cuando por la noche en el corral dejabas un cubo con agua y se cuajaba el agua… pero ¿ahora? Ni el invierno es invierno. Jou. Frío. Frío de chiquillo cuando se levantaba uno casi de madrugá para ir a ganar el jornal al campo.” Y dice ella “entonces muchos llevaban unas alpargatitas blancas”. Y sentencia Francisco: Antes no asustaba la pobreza como ahora.”

Hay una convergencia en lo que dicen Mendoza y mi tío, tan distantes, y es que un corazón de piedra, ese hondo frío, como el actual sistema financiero-político, nos domina con nuestros propios miedos. Puede que mirarlos de frente, sin dejarse asustar, sea la clave para desactivarlo y buscar el corazón de carne del examen de conciencia.

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