viernes. 19.04.2024
El tiempo

María Hidalgo: "Hay todo un sistema que no tolera que las mujeres seamos un sujeto libre"

En esta semana del 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, hablamos con la psicologa onubense María Hidalgo que nos explica por qué la violencia sexual va en aumento y hasta que punto la educación en valores feministas es una de las herramientas más poderosas para acabar con los engranajes del sistema patriarcal.
María Hidalgo: "Hay todo un sistema que no tolera que las mujeres seamos un sujeto libre"

El caso de la manada de Pamplona, el crimen de Laura Luelmo y la de tantas mujeres anónimas que soportan o han soportado violencia sexual a manos de hombres es infinita. A veces muertas, a veces marcadas de por vida pero siempre parte de un engranaje macabro que las hace responsables de su propia agresión. María Hidalgo (Huelva, 1992) conoce bien esta realidad. Enfundada en su bata blanca, esta psicóloga onubense trata de sanar cada día las heridas que los hombres dejaron en todas ellas. De las que puede, en realidad, y con los medios precarios con los que cuenta la salud mental en España.

Pero hacer lo que se puede en un país donde la salud mental está tan infradotada, es hacer mucho. Gracias a su libro, ‘La Cultura de la Violación en España’, la Universidad de Huelva cuenta actualmente con una unidad de Cultura de la Violación en la Facultad de Psicología desde la que se controlan las constantes vitales de un problema endémico de la sociedad patriarcal.

Diario de Huelva ha hablado con ella para conocer sus impresiones sobre una lacra social que mantiene en constante amenaza a todas las mujeres del mundo.

María, ¿qué define a la cultura de la violación?

La cultura de la violación es una forma más de violencia a las que se nos somete a las mujeres por el hecho de serlo. Se trata de un tipo de violencia simbólica y sutil, que pasa desapercibida. Sus dos premisas principales son la culpabilización de la víctima y la desculpabilización del agresor, a quienes se les presupone una “naturaleza sexual irrefrenable”.

¿Cómo nos afecta esta violencia simbólica como sociedad?

Como sociedad, este tipo de violencia afecta en mayor medida, por supuesto, a las mujeres, pero también afecta a los hombres. Me explico: como mujeres, que exista tolerancia ante determinadas formas de violencia sexual, nos convierte en la diana de situaciones desagradables como el hecho de recibir piropos, miradas indeseadas o incluso persecuciones en coche. Esto nos instala en la cultura del miedo, donde terminamos coartando nuestra libertad para evitar “ser la siguiente”.

Como hombres, un ejemplo claro lo vemos cuando indagamos en cómo ellos descubren su sexualidad, que no es más que a través de la pornografía: una industria que les enseña a disfrutar de la violencia contra las mujeres por medio del sexo. Luego, claro, hay jueces que ven un “ambiente de jolgorio” en cinco violaciones simultaneas.

El balance de criminalidad del Ministerio del Interior es demoledor: Hasta 19 mujeres han denunciado ser víctimas de violaciones en la provincia y las agresiones han crecido un 72% hasta los 141 casos, ¿a qué crees que se debe este aumento?

Bajo mi punto de vista, entiendo que deben tenerse en cuenta dos hipótesis. La primera, podría ser que ante el aumento de conciencia acerca de esta problemática, se estuvieran alzando más voces y cada vez fueran más las mujeres que se atrevieran a poner el foco sobre el agresor. Por otra parte, creo que el sistema patriarcal, ante el avance del feminismo, se ve amenazado, por lo que los agresores, en la medida en que la sociedad toma conciencia, acuden a las agresiones y abusos sexuales para imponer su poder y sus privilegios. En definitiva, para mantener el statu quo.

¿Cómo se puede prevenir esta lacra estructural?

Creo que hay varios factores a tener en cuenta para poder derribar a este gigante. En primer lugar, la educación creo que ha de ser la llave tanto para las generaciones que vienen, como para quienes tenemos ya un camino recorrido. La tan temida educación, no solo en valores, sino también sexoafectiva, donde se nos enseñe a querer, a respetar a quien tenemos enfrente indistintamente de su sexo, educar en el conocimiento y gestión de emociones. Una educación que termine por derribar mandatos patriarcales.  En esta línea, no me gustaría dejar atrás la pornografía, una industria que mueve millones, a la que tienen acceso menores de edades cada vez más tempranas y donde se aprende a disfrutar de la violencia contra las mujeres, a utilizarlas como un medio y no como una compañera.

Por último pero no menos importante, creo que hay que evitar darle voz a personas que enturbian esta lucha y que abanderan un mensaje muy peligroso donde las mujeres volvemos a ser Eva, las culpables de todos los males de la humanidad.

¿Qué podemos hacer los medios de comunicación para no mantener la criminalización de la víctima?

Dar voz a las víctimas y no a los agresores, hacerse eco de la problemática tan importante que nos atañe como sociedad, seguir los protocolos de tratamiento de este tipo de información tan sensible que, aunque parezca mentira, existen y, sobre todo, evitar el sensacionalismo. He llegado a presenciar en un medio de comunicación como, ante el testimonio de una presunta víctima de violencia de género, se hacía una encuesta para ver quien la creía y quien no.

Últimamente, me ha llamado poderosamente la atención, un caso de presuntas violaciones en serie en un conocido pub de Madrid, donde varias chicas se han visto involucradas y del que ningún medio se ha hecho eco hasta que el propio movimiento feminista ha salido a la calle.

¿Qué similitudes ves entre el caso de la manada, que investigaste para tu libro, y el crimen de Laura Luelmo?

Para mí, la raíz de ambos casos es la misma: un sistema que sostiene la diferencia entre hombres y mujeres y que hace de este tipo de violencia, una violencia estructural. Si observamos, ambas chicas, tanto la víctima de La Manada, como Laura Luelmo, son chicas que “se salieron del mandato”, que no fueron “buenas mujeres”, que no se circunscribieron al ámbito privado. Eran chicas que salían, bebían, vivían de manera independiente, o salían solas a correr. Hay todo un sistema detrás que no tolera esta cuestión, que no toleran que las mujeres podamos ser sujetos libres por el simple hecho de ser personas. Y detrás de ese sistema, lo que hay son hombres que, para mantenerlo, castigan a aquellas mujeres que no se ajustan a lo que se espera de ellas.

Tu trabajas a diario con maltratadores, ¿crees que una persona como Bernardo Montoya es reinsertable en la sociedad?

Me parece de lo más difícil responder a esta pregunta. Los datos indican que, aquellos agresores que realizan los programas de reinserción en prisión, logran el objetivo hasta en un 90%. Pero el dato tiene trampa. Estos programas son voluntarios, ningún preso está en la obligación de llevarlos a cabo y, por regla general, de todos ellos, pocos reconocen la problemática que subyace al delito que han cometido. Además, cabe destacar dos cuestiones importantes en este sentido: la primera, es que estos programas se realizan en formato grupal, que suelen tener menos efectividad que las terapias individualizadas. La segunda, es que estos programas se llevan a cabo en un entorno artificial donde, por una parte, no hay mujeres, que es su “estímulo desencadenante” y, por otro, entra en juego lo que en psicología conocemos como el efecto Pigmalión, en el que si tu entorno piensa y te recuerda constantemente que eres X, finalmente, terminas siendo X.

Montoya llevaba veinte años en prisión antes de cometer presuntamente el crimen de Laura, ¿crees que la cárcel, tal y como está planteada actualmente, tiene capacidad para 'rescatar' a maltratadores y violadores?

Definitivamente no. No soy criminóloga ni especialista en instituciones penitenciarias, pero, desde luego, algo falla cuando hombres como Bernardo Montoya, Pedro Luis Gallego o Félix Vidal Alonso, entre otros, salen de prisión y vuelven a cometer delitos en la misma línea. Habría que repensar esta cuestión para que agresores y violadores no volviesen a reincidir una vez recobren su libertad.

¿Qué opinión te merece la prisión permanente revisable (PPR)?

Sin duda, es una cuestión muy controvertida. Mi parte emocional la aprueba porque, como a cualquiera, estos crímenes también a mi me horrorizan y si me pongo en la piel de la familia, en este caso de Laura Luelmo, desearía que la persona que le ha hecho eso no volviera a ver la luz del sol. Sin embargo, mi parte racional entiende que, aún sin ser jurista, una ley, máxime si es de esta índole, no debería haber sido aprobada sin un consenso.

Ya vemos que el hecho de llevar más o menos tiempo en prisión no garantiza nada, que no es el tiempo lo que reinserta, si no lo que se haga con ese tiempo. Si no tenemos las herramientas para que estas personas vuelvan a ser funcionales, lo único que estamos consiguiendo es acallar la sed de venganza de una sociedad que sufre con el dolor ajeno.

María, gracias por dedicarnos parte de tu tiempo en una semana tan especial como la del 25N en la que las mujeres continuamos jugándonos tantas cosas.