viernes. 29.03.2024
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Las capas del deseo

La otra noche un amigo me pasó un enlace junto al siguiente mensaje: “Las ganancias de una chica en Onlyfans, ¿Piensas que esto es prostitución?”

La otra noche un amigo me pasó un enlace junto al siguiente mensaje: “Las ganancias de una chica en Onlyfans, ¿Piensas que esto es prostitución?”. En el enlace aparecía una gráfica que advertía de un incremento llamativo en este último mes. Yo desconocía la existencia de una plataforma como Onlyfans, pero fue suficiente con buscar en Google para encontrar diferentes artículos explicando tanto su función y uso como su popularidad creciente. En resumen, esta se trata de una red social cuyo fundamento es que sólo los suscriptores y abonados, que pagan entre 20 y 40 euros al mes, tienen acceso al contenido que suben los perfiles. La diferencia fundamental de esta es que, ese contenido, suelen ser desnudos y vídeos caseros pornográficos. Algo diferente a lo que solemos encontrar en otras plataformas con políticas promotoras de trabajos personales. Como Patreon.

Respondiendo a su pregunta: sí. Una pseudoprostitución, ya que la consecuencia es la cosificación y monetización del cuerpo para su consumo (en la mayoría, por no decir que casi de manera exclusiva, el femenino). La diferencia radical es que el consumo se produce a través de medios virtuales. Por lo que podríamos denominarlo una especie de híbrido entre la pornografía y la prostitución. No es más que una actualización de la ya consabida y heteropatriarcal cultura del sexo: fantasía de dominación y violencia ligada a la completa disposición de la mujer sumisa.

El engaño es pensar que la mujer (en este caso, la productora de ese material que se compra) tiene el poder por generarlo. Desconozco si estas son conscientes de que son víctimas de una educación que normaliza el hecho de que el cuerpo de la mujer se cosifique y monetice. Además, la producción de ese contenido, en ocasiones, de forma privada para algunos demandantes, que exigen deferencia y exclusividad, es una manera edulcorada de prostitución. Y desconfío de que la calificación que eso conlleva lo acepte este sector. Por tanto, estamos hablando de que, al no estar regularizado el discurso alrededor de estas formas virtuales de consumo de prostitución, no se pueden categorizar ni al productor ni al consumidor, pero, sin embargo, si los pasamos por el filtro y el imaginario de la cultura sexual actual, queda bastante claro.

Uno de los principios en los que se basa la pornografía, al menos la pornografía machista, es la postura de la mujer al servicio del hombre y el gusto y goce de ella por esa posición. Lo mismo pasa con la prostitución: el servicio de un cuerpo disponible al que se accede a cambio de dinero, pero que debe de experimentar o hacer llevar al cliente una idea de placer o satisfacción. Estas nuevas formas, las virtuales, en las que los desnudos y la masturbación en soledad priman, le arrebatan parte de protagonismo al hombre, otorgándoselo al placer femenino. Se dibuja una situación de “pureza” o “pulcritud”, no adulterada por esquemas de producción pornográfica. Tampoco se vislumbran los hilos de la trata o las mafias de la prostitución. Así, lo que refleja esa nueva forma de venta y exhibición de la mujer como objeto, como cuerpo desligado de su entelequia, es una imagen esterilizada de la prostitución. Pero, igualmente, hecha por y para el disfrute masculino.

Paul B. Preciado, allá por 2007, escribía esto: “La mejor protección contra la violencia de género no es la prohibición de la prostitución sino la toma del poder económico y político de las mujeres y de las minorías migrantes. Del mismo modo, el mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”.

¿Cabe abrir la posibilidad de que estemos ante un nuevo tipo de prostitución/pornografía que otorga el poder a las mujeres? ¿Es necesario que ellas sean conscientes de esa toma de poder para que este tenga relevancia y prevalencia? Es quizás, el parapeto de lo virtual, un medio a través del cual acceder al control de estas industrias. Todo por la no presencia del hombre. Estamos pues, ante tres factores determinantes para, frente a esta nueva vertiente que se ofrece, erguirla como medio de empoderamiento feminista: la ausencia masculina (al menos su preexistencia, al crear un producto fuera de sus estructuras de deseo y satisfacción sexual), la conciencia de toma de control, y el espacio virtual.

Lo más interesante, sin embargo, pese a que lo que pudiese pasar fuese un trasvase del poder desde el patriarcado al feminismo, de las fuentes y bases de ambas industrias a un lugar mejor, desde donde construir espacios de seguridad y confortabilidad, sería perseguir una tendencia hacia la desaparición. Y eso, significa romper con una nomenclatura capitalista, masculina e histórica, como es el sexo al servicio del hombre.

Sobre el autor: Alejandro Marín es editor jefe y cofundador de Editorial Dieciséis. Autor de "Del hueco al colapso" (Amazon) 2018 y "Ocupando un espacio póstumo" (Ediciones En Huida) 2019. Poeta. Oriundo de Santa Bárbara de Casa (Huelva), de 1993.