jueves. 28.03.2024
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Opinión

Cuando entra el cerebelo en acción no caben las promesas al Cautivo

Cuando entra el cerebelo en acción no caben las promesas al Cautivo

Sigo leyendo estos días sobre el brote de pánico colectivo vivido en la Semana Santa malagueña, y sigo viendo pequeñas grabaciones ciudadanas de la estampida que se produjo el Lunes Santo al paso de la procesión del Cristo Cautivo, y me doy cuenta de que cuando nuestro cerebro más primitivo entra en acción no caben promesas ni encomendarse a lo más alto. Si vemos amenazada nuestra integridad o seguridad, corremos y no esperamos a que nadie venga a protegernos.

A nadie se le escapa que el funcionamiento del cerebro humano es hiper-mega-súper complicado. De hecho, si hiciéramos una comparación con la cartografía que tenemos del mundo actualmente, con herramientas como Google Maps y otras aún más detallistas, podríamos asegurar que en lo que se refiere al cerebro humano nos movemos como cuando Cristóbal Colón se echó a la mar para llegar a las Indias convencido de que el planeta era redondo. Vamos, que nos queda un mundo entero por descubrir.

Pero hay cosas que ya van quedando claras. Y una de ellas en mi opinión lo prueban hechos como el ocurrido en Málaga: cuando vemos comprometida nuestra seguridad, entra en acción irremediablemente nuestra versión animal y nuestro cerebro más antiguo.

Tres cerebros en uno 

La teoría de los tres cerebros de Paul MacLean nos ayuda a entenderlo. Su visión del cerebro triple o “triuno” se basa en considerar que tenemos tres sistemas cerebrales distintos que han ido evolucionando con nuestra especie, uno sobre otro. Aunque se relacionan entre ellos de una forma muy compleja que apenas conocemos bien todavía, los tres están especializados y se comportan de forman independiente siguiendo una jerarquía que respeta su edad evolutiva. Esto quiere decir a grandes rasgos que cuando entra en funcionamiento el más antiguo, por pocas veces que lo haga, los demás se callan y obedecen.

Según la teoría de MacLean el cerebro más moderno, y en términos evolutivos todavía torpecillo generando respuestas según los neurocientíficos, es el neocortex o corteza cerebral. Es el más externo y ahí generamos el habla, la escritura, el pensamiento lógico, la planificación a futuro, etc. No en vano McLean le llama cerebro humano.

Anterior y segundo en evolucionar es el cerebro mamífero o sistema límbico, encargado de gestionar las emociones. El límbico, además de poner en marcha las respuestas fisiológicas adecuadas bastante antes de que el neocortex pueda racionalizar lo que está pasando, se ocupa de crear vínculos entre emociones y comportamientos, que a base de repetir memorizamos y se vuelven involuntarios. Por eso esta estructura cerebral también está implicada directamente en el aprendizaje por experiencia, y en algunas actividades primarias relacionadas con emociones o sentimientos como la alimentación o el sexo.

Y le llega el turno a mi favorito, el cerebro reptiliano. Está en la base craneal, durante mucho tiempo menospreciado incluso por la ciencia como un cerebro pequeño o secundario, formado por el tronco cerebral y el cerebelo. El reptiliano me encanta porque está ahí, indolente, respetando los millones de conexiones, conversaciones y suposiciones que hacen el límbico y el neocortex sin molestar demasiado y encargado básicamente del mantenimiento de nuestro cuerpo: dirige el movimiento, la circulación, la digestión, la reproducción, la respiración… Ahí es nada.

Pero el cerebro reptiliano tiene un objetivo más, igual de relacionado con la supervivencia: garantizar nuestra seguridad física. Por eso regula las conductas más animales como la lucha o la huida en situaciones amenazantes. Ahí es cuando entra dictatorialmente en acción, perfectamente acompasado con el límbico, y por supuesto sin esperar al neocortex.

Todos los reptilianos se pusieron a correr en Málaga 

Eso pasó en Málaga. Todos los reptilianos corrieron. Y claro, cuando ya estaban corriendo reaccionó el neocortex que llegó, como siempre, haciendo suposiciones catastrofistas igual de dirigidas a garantizar nuestra supervivencia y nuestra seguridad. Y se dispararon las alarmas de las interpretaciones colectivas: otro atentado terrorista, una bomba, un loco con un coche arrollando gente, disparos a quemarropa…

Así que todo lo acaecido en Málaga está basado en un correcto funcionamiento de las funciones principales de nuestro cerebro. Lo que no me queda ya tan claro es que fuera correcto el funcionamiento de los cerebros que iniciaron la pelea que desencadenó el pánico.

A esos sí que los encomendaba yo a lo más alto, no del cielo, sino de las instancias judiciales. Y que sus cerebros límbicos aprendan conectando la emoción con la experiencia.